Jueves por la tarde. Examen de historia mañana. He estado encerrado estudiando la tarde entera, a riesgo de reprobar la única materia que me mantiene en riesgo de acudir a la escuela de verano. Historia apesta, ¿por qué molestarse en recordar todas esas cosas que ya sucedieron? Agotado, suelto un suspiro y bajó a prepararme algo de café. Tanto leer me da sueño.
Apenas regreso, veo mi teléfono parpadeante sobre el escritorio, indicando que me ha llegado un mensaje. Aburrido, me fijo en él. Es Jeremy, me ha escrito mientras estaba en la cocina y su mensaje es algo insólito.
«Ven ahora. Por favor».
Levanto una ceja. Y yo que pensaba que estaría enfermo, ayer no fue al colegio y hoy tampoco.
¿Habrá bebido de nuevo? A veces cuando lo hace se pone un poco sentimental, pero no puedo abandonar el estudio. El examen de mañana es importante. Le contestó esto como respuesta y mi iPhone permanece en silencio por cerca de cinco minutos, antes de sonar una vez más. El mensaje es el mismo.
«Ven ahora. Por favor».
Parece que alguien no quiere entender razones. Intentó llamarle para ver de que va todo aquello pero el número me aparece fuera de área. Que extraño.
Permanezco media hora más en la misma posición, sin poder concentrarme en las fechas y personajes que se mencionan en la página frente a mí. Maldito Jeremy, me pregunto que querrá, la duda me está matando y la cabeza no me da para más.
Está claro que así no voy a poder estudiar.
Dejando de lado mis deberes, tomo mi teléfono y saco mi bicicleta del garaje. Me dirijo pedaleando a toda prisa hasta casa de Jeremy, que vive a solo unas cuadras de mi vecindario. Como me haya jugado una estúpida broma se va a enterar.
Sin embargo, no tardaría en darme cuenta de que aquello no se trataba de una broma. Nada más llegar a su vivienda, vi a una patrulla policial estacionada y a varios vecinos alrededor, hablando con gestos asustados.
—¿Qué sucede? —le preguntó a uno que conozco. Va a clase de inglés conmigo.
—Es Jeremy —me dice—, la policía acaba de encontrarlo muerto en un baldío a dos kilómetros de aquí.
—No, eso no puede ser… acaba de mandarme un par de mensajes hace media hora. ¡Oh no! —exclamo— ¡Estaba en peligro! ¡Esta en peligro y quería avisarme! ¡Y yo lo ignoré!
—Zach, tranquilo —me dice él, colocando sus manos sobre mis hombros—. No sé como decirte esto.
—¿De qué hablas? ¿Hay más?
—Zach, Jeremy desapareció ayer por la tarde.
—Sí.
—La policía lo encontró muerto hoy… pero todo indica que lo apuñalaron hace más de doce horas. Jeremy no pudo haberte mensajeado.
Mareado, trato de mantener el equilibrio mientras siento como un escalofrío me recorre el cuerpo. Alguien se quedó con el celular de mi amigo y sabe de mí.
Lo peor es que hoy me ha llegado un nuevo mensaje. Es el número de Jeremy. Pero sé que no es él…
«Te estoy buscando».
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