Akiyama tomó su portafolios y salió tambaléandose del pequeño bar en el que había estado emborrachándose con sus colegas. Era viernes por la noche y para un montón de jóvenes oficinistas como ellos, el momento más esperado para escapar de sus responsabilidades. Era duro convertirse en otro salaryman.
El resto de los muchachos se había ido retirando conforme avanzaba la noche, pero Akiyama decidió quedarse un poco más, hasta que al final, fue el único de su grupo que permanecía en el establecimiento.
El hombre de la barra le informó que estaban por cerrar y mirando su reloj, el joven pensó que todavía estaba a tiempo de tomar el último tren. Así que ahí estaba, completamente ebrio y de camino a la estación del metro. Lo bueno de la hora era que no se encontraría con el congestionamiento de siempre.
Entró pues en un vagón vacío y se quedó dormido contra la ventana, hasta que el tren hizo escala en su parada.
Desorientado, Akiyama se bajó en su barrio y caminó hasta su casa; afuera todavía estaba oscuro y por alguna razón, el vecindario se veía más extraño de lo habitual. No estaba encendido el alumbrado público y a la distancia, alguien dejó escapar un grito tenebroso que él prefirió ignorar.
Entró en su casa y lo primero que lo recibió, fue el rostro angustiado de su esposa.
—¿Cómo se te ocurre llegar a esta hora? ¿Ya viste lo tarde qué es? —le preguntó la muchacha.
—Se me hizo tarde para coger el último tren —respondió él con cansancio.
—Si hubieras cogido el último tren, no habrías llegado en plena madrugada.
Akiyama frunció el ceño. No era de madrugada, se había quedado hasta tarde en el bar, pero cuando abordó el transporte apenas había dado medianoche.
Cual fue su sorpresa al salir de casa y encontrarse con un cielo límpido y azul, como si las horas hubieran transcurrido en un parpadeo. El joven parpadeó con estupefacción y consultó su reloj, en el que hacía un momento era la 1:16 de la mañana. Ahora marcaba las 9:00 en punto.
Debía estar muy borracho como para haberse confundido tanto.
Akiyama entró en casa a toda prisa pero apenas puso un pie, se dio cuenta de que estaba vacía. No había rastro de sus muebles, ni de su esposa. El interior estaba deshabitado y polvoriento, como si nadie lo hubiera habitado en años.
Escuchó un gruñido en el piso de arriba y con mucha cautela, subió las escaleras y se detuvo en el descancillo. Desde un rincón, algo siniestro le devolvió la mirada.
Akiyama gritó.
En Japón, el metro es el transporte más común y económico para la mayoría de los ciudadanos, especialmente por lo difícil que es desplazarse en coche en las grandes ciudades. No obstante, muchas personas se abstienen de tomar el último tren debido a la superstición. Existe la leyenda urbana de que si te montas en él demasiado tarde, podrías entrar en una dimensión habitada por demonios y criaturas espantosas, donde el tiempo actúa de manera errática.
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