Mike no estaba de ánimo para celebrar esa noche. Su novia acababa de terminar con él, tenía el ánimo por los suelos y lo único de lo que tenía ganas, era de quedarse en su casa a pensar. Pero sus amigos, convencidos de que le hacía falta un poco de diversión, decidieron arrastrarlo con ellos hasta una de las discotecas más festiva de la ciudad.
Allí, lo convencieron de relajarse, beber y sacar a bailar a alguna chica guapa. Aquello era todo lo que necesitaba para superar su depresión.
—No sé, muchachos —dijo él.
—Tú haznos caso, hombre. Mira, en la barra hay una morena que no ha dejado de mirarte desde que entramos. Ve y habla con ella.
Tímidamente, Mike se acercó a la coqueta muchacha que enfundada en un vestido corto y tacones de aguja, era una de las más hermosas de la discoteca. Le invitó una copa y al poco rato ya se encontraban hablando como más que buenos amigos. Al joven empezó a olvídarsele el tema de su novia.
Él y la chica bailaron. Se besaron. Se hicieron caricias en la pista y en medio del ajetreo, ella le sugirió ir a un buen hotel.
Ya con bastantes copas encima, Mike accedió y abordaron un taxi con rumbo a un motel discreto. Una vez en la habitación, los besos continuaron y antes de que pudiesen pasar a la mejor parte, la joven sacó una licorera de su bolso y se la ofreció.
—Vamos a brindar una última vez por esta noche. Por habernos conocido —le dijo.
Mike bebió un trago con gusto y un minuto después, cayó en la inconsciencia, olvidándose de todo cuanto había a su alrededor.
Al despertar, el muchacho se sintió aturdido. Tenía mucho frío y estaba en un lugar que no conocía. Sumergido en una bañera repleta de hielo, en un baño cuyo aspecto dejaba mucho que desear. Trató de incorporarse pero la espalda le dolía terriblemente. Entonces recordó que la noche anterior había estado con esa muchacha de la discoteca. Miró hacia el suelo y se encontró con que había dejado su teléfono móvil frente a él, acompañado de una nota que le heló la sangre:
«Llama a emergencias de inmediato o vas a morir».
Mike se incorporó y vio que le habían hecho dos enormes heridas a la altura de los riñones. Alguien había aprovechado su inconsciencia para quitarle sus órganos. Horrorizado, se comunicó con el 911 y en unos minutos una ambulancia lo estaba transportando a urgencias, donde lo conectaron a una máquina de diálisis.
Desgraciadamente, Mike había sido víctima de una banda de ladrones de órganos, los cuales usaban el mismo modus operandi desde siempre: contrataban a jovencitas atractivas que coqueteaban con chicos en bares y clubes nocturnos. Luego los emborrachaban y se aseguraban de terminar con ellos en algún hotel discreto, donde pudieran drogarlos con una última copa. Ese momento era el que aprovechaban para quitarles sus órganos.
Mike tuvo que vivir el resto de su vida conectado a la diálisis.
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