El pequeño Francisco había desarrollado desde muy niño, un miedo terrible a la oscuridad que preocupaba a sus padres. Si bien esto era normal en todos los chiquillos, su hijo no parecía superar esa dura etapa como pasaba con el resto de los críos.
Todo el tiempo pedía que hubiera luz en su mesita de noche, pues quedarse a oscuras le provocaba las peores pesadillas. Así que su madre se asguraba de prender una lamparilla en su habitación sin falta.
Pero Francisco poco a poco se hacía mayor y aquella fobia no quería desaparecer.
Llegó el momento en que se enteraron de que él era el único niño de su edad que seguía durmiendo con la luz encendida. Aunque consultaron con varios especialistas y trataron de ayudarlo a superar ese medio, no hubo manera. Francisco simplemente odiaba la oscuridad.
El tiempo pasó y un día desafortunado, el chico tuvo un accidente que lo mató al instante. Destrozados, sus padres decidieron hacer un funeral y darle sepultura.
Amortajaron su cuerpo infantil y sin vida, y lo pusieron en un ataúd, el cual enterraron justo en el jardín para seguir teniéndole cerca.
Fue ahí que comenzaron los problemas.
Todas las noches, los padres de Francisco escuchaban como la cripta se abría y enseguida unos diminutos pasos. Su terror aumentaba cuando, al asomarse por la ventana, veían que efectivamente, la tumba estaba abierta de par en par.
El ataúd seguía allí pero por más que cerraran la cripta, está volvía a abrirse a la noche siguiente.
Descartaron que se tratara de ladrones, pues además de que no tenían cosas de valor y los restos de Francisco permanecían intactos, sabían que ningún amante de lo ajeno se iba a tomar la molestia de regresar todas las noches al mismo lugar.
Decidieron entonces llamar a un investigador de lo paranormal, que colocó monitores en el jardín y espero hasta ver algo.
El hombre le mostró a la preocupada pareja como la cripta se abría sola por las noches, aunque no se veía que nada saliese de ahí. Empero, los pasos pequeños seguían escuchándose, seguidos de un escalofriante y casi imperceptible llanto.
Ellos lo reconocieron, ¡era la voz de su hijo!
La madre de Francisco comprendió lo que ocurría de repente. Aunque su hijo se había marchado para siempre, aun en el más allá le tenía miedo a la oscuridad y la cripta era un lugar muy oscuro. Ya no tenía su lamparita de noche para sentirse seguro.
A partir de ese momento, noche tras noche comenzó a poner una vela encendida para él y los ruidos y hechos extraños cesaron.
El tiempo pasó y los padres de Franscisco también murieron. Otras personas llegaron a habitar en la vieja casa, con la tenebrosa sepultura en el jardín. Y ellos juraban que algunas veces, en medio de la noche, sus puertas se abrían y lograban escuchar un llanto amargo e infantil, de un niño que buscaba a sus padres.
Y tú, ¿qué tanto le temes a la oscuridad?
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