Cuando era niña, vivía con mi abuela en las zonas rurales del noreste de Georgia, a inicios de los sesenta. Uno de mis pasatiempos preferidos era explorar todos los senderos aledaños con mi perro. Subiendo la colina y camino del bosque desde la casa de mi abuela, encontré una vieja casa de dos pisos con pintura desgastada y blanca que había estado cerrada durante años. Me dijeron que no fuera a jugar allí, así que, como era de esperarse, eso fue exactamente lo primero que hice.
El sendero estaba cubierto por la vegetación y era bastante difícil de ver. Los árboles permanecían quietos y silenciosos, sin ruidos de aves ni ardillas parloteando mientras avanzaba hasta la puerta. Estaba cerrado por supuesto, así que miré por una ventana polvorienta y descubrí que podía empujarla hacia arriba. Después de subir, vi que la casa estaba amueblada por completo. Todas las ventanas tenían cortinas sucias, la sala de estar contaba con un sofá, un par de sillas, mesas laterales, tapetes en las sillas y el respaldo del sofá, lámparas, estantes, adornos y tenía un pequeño órgano cerca de la puerta principal. Incluso había fotos en las paredes. Todo estaba cubierto por el polvo. Una escalera estrecha y oscura en la sala de estar conducía al piso superior. La cocina estaba al lado de la sala de estar y allí descubrí una larga mesa de madera puesta con cinco platos, junto con cubiertos, cuencos y vasos que aún contenían restos de comida seca y podrida. Había dos cacerolas en la estufa vieja y platos sucios en el fregadero. En ese instante, comencé a sentir picazón en los brazos y sentí que alguien me estaba observando. Me sentía demasiado asustada para subir las escaleras , así que salí de prisa por la ventana.
Cincuenta y cuatro años más tarde, durante un chat por Skype que estaba teniendo con mi hermano mayor, le conté la experiencia que viví en la antigua casa cuando noté que tenía una expresión extraña en el rostro. Cuando le pregunté qué estaba mal, me confesó que había hecho exactamente lo mismo unos años antes, excepto que había trepado por un árbol al lado de la casa y entrado por la ventana del segundo piso. Dijo haber visto tres habitaciones que completamente amuebladas y que cuando abrió la puerta del armario, estaba lleno de ropa. Añadió que comenzó a sentir como si lo estuvieran observando, el aire era tan pesado que sintió mucho miedo y salió. Nos sorprendió contar con experiencias tan parecidas. Y aunque intenté averiguar qué pasó con los ocupantes, mi abuela nunca me quiso hablar de ellos.
Años después demolieron la casa y no se ha vuelto a construir nada hasta el día de hoy. Siempre me he preguntado porque una familia abandonaría su hogar con tanta prisa, al punto de marcharse en medio de la comida y dejando atrás todas sus posesiones para, al parecer, no regresar jamás.
Esta historia fue publicada originalmente en Reddit, por el usuario nperle.
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