Cuento enviado por Justin Boote (fan del blog)
(Me llamo Justin. ingles que vive en España. disculpa la traduccion.mi segundo cuento que os envio)
Hay un dicho; cuidado con lo que deseas, igual se convierte en realidad. Un niño no deja de desear; navidad, regalos de cumpleaños, un autógrafo de su ídolo, un beso de un admirador secreto, un A+ en ese examen terrorífico. La lista es interminable y en muchas casos SI que se convierte en realidad. ¿Pero qué pasa cuando deseamos que algo NO suceda? ¿Podrían ser tan poderosos los deseos de un niño, sus miedos y temores tan potentes que al desear que no sucede una cosa, de medio de alguna fuerza desconocida se provoca que actualmente ocurre? La imaginación de un niño y sus miedos son tan fuertes que combinados podrían provocar cantidad de circunstancias…
Paul sabía lo que iba a ocurrir y por esa razón era incapaz de quitar la mano que tapaba sus ojos, solo un pequeño hueco entre dedos permitían ver. Se podría decir que estaba petrificado, si le preguntara sería incapaz de describir sus sensaciones. Un adulto quizás diría que sintió que se estaba encogiéndose, convirtiéndose en un feto dentro de la barriga de su madre otra vez, pero claro, con solo nueve años, no podía. Lo que si habría dicho, con permiso, es que estaba cagado de miedo, pero al mismo tiempo había un extraño, casi alienígena sonrisa en su rostro que contrastaba con el ritmo intenso de su corazón y la idea que en cualquier momento igual salta de su piel. En los próximos cinco o seis segundos por ejemplo. Aunque sabía más o menos lo que venía, no podía evitar los automatismos que se activa cuando uno se enfrente al miedo; el gran peso empujando sobre el pecho, la dificultad en respirar que convierte cada respiro en un regalo de Dios y el lateo incesante del corazón que hace que uno se pregunta si ese primer maldito ataque de corazón está al acecho.
La niebla se acercaba a la ventana como un ente viva; un cáncer que rodea y devora todo lo que encuentra en su camino. Paul cerraba un poco más el hueco protectora cuando empezaron los golpecitos a la ventana; tap-tap, tap-tap-tap, y entonces apareció la cara detrás de la mano golpeando. Paul solo podía manejar una breve mirada pero era suficiente para suministrarle con las pesadillas que tendría en los próximos días. Ojos dorados, reflejados en la luz de la luna que también incrementaba las venas rojas y profundas que emanaban en medio. Ojos que hablaban de traición, del más oscuro y pervertido maldad imaginable. Que estaban tanto vivos como muertos. Que mostraban un abismo de terror y al mismo tiempo un ausencia total de espirito o empatía. Y entonces hablaba. Su voz era veneno. Habría congelado el corazón del mismísimo diablo si no fuera porque era uno de sus sirvientes. Una voz grotesca que cuando abrió la boca, se multiplicaba por culpa de los dos colmillos enormes y manchados de sangre que no tenían nada que envidiar a un tigre o león. Cuando hablaba, dio la impresión que sonreía por que no podía cerrar bien la boca, y quizá lo estaba. El conocimiento de su propio estado corrompido dándole una sensación de orgullo pervertido.
Paul cerraba los ojos por completo, apretándoles fuertes para no atormentar más a su cerebro y encogiéndose aún más para alejarse del horror delante.
–Paul, creo que deberías ir a la cama—dijo su madre. Bajo circunstancias normales, se habría protestado, suplicado por más tiempo, cinco gloriosos minutos más que, quien sabe, con un poco de suerte, esos cinco minutos se conviertan en treinta o quizás ¡aleluya! hasta que la película que estaba viendo en ese momento se terminaba, sabiendo que normalmente era inútil, pero por si acaso, aunque este vez algo en su cabeza le hizo entender que era buen idea. Ni cuestionaba el consejo de su madre. El rostro en la pantalla esta vez era demasiado para él. Su mundo era un paradojo. La sonrisa en su cara y sensación de felicidad que sintió sugirió que estaba disfrutando de la película, y estaba, pero al mismo tiempo su pequeño cerebro no estaba aun desarrollado lo suficiente para aguantar imágenes diseñados por uno más adulto, así que dio un beso a su madre, y con un exploratorio mirada más a la tele e inmediatamente arrepintiéndose, salió pitando hacia su habitación arriba.
Ahora Paul se enfrentaba a su mayor reto. Aunque su corazón siguió palpitando a mil por hora, sus ojos suplicaban dormir pero Paul tenía un idea que el sueño tardaría esta noche en llegar. Mucho. El obligatorio cubrimiento del cuerpo, cabeza incluido, le protegía de cualquier monstruo o demonio chafardero que estaba en la zona, pero sintió que no era suficiente. Necesitaba otro truco. Por un lado tenía una oreja pegada a la ventana escuchando por cualquier sonido; algo dando golpecitos por ejemplo, que figuraba que sería el único que necesitaría para salir corriendo hacia los mimos protectores de su madre, pero, por otro, paradójicamente, tenía la sensación que le sería imposible mover. Mortalmente. Que es lo que Paul estaba intentando fingir ahora mismo.
Había visto suficientes películas de terror para saber bastante de como yace un cadáver. Las señales inequívocas, pensó, eran las palmas o palma hacia arriba. La única razón por la que alguien yace con las palmas girados es porque están muertos. Elemental. Así que eso es lo que hizo. Ahora, si viene algo indeseable y tiene hambre, me dejará en paz. ¿Por qué? Pues, es fácil. Los demonios y los vampiros no comen niños muertos o beben su sangre, les gustan vivos. Con mi plan astuto, por la menos esta noche, si aparece algo a la ventana, me mirará y se largará y estaré a salvo. Con este truco ingenioso, Paul se sintió cómodo que viviría a ver otro día, y después de lo que pareció horas pero era solo minutos, Paul se cayó en un sueño profundo. Para vivir otro día.
De camino al colegio, pasaría por la casa de su mejor amigo e irían juntos contando cuentos de terror ficticios. A su amigo Karl también le encantaba todo lo relacionado con monstruos y fantasmas, pero al Paul nunca se le ocurrió que todo esto era la razón por sus pesadillas nocturnas. Simplemente asumió que lo mismo les pasaba a todos, era algo normal y corriente. Los vampiros y demonios y monstruos existen y se despiertan por la noche. Cuando tienen hambre. Y todos saben que se alimenten de niños pequeños. Miles de niños mueren cada día en el mundo, victimas del apetito insaciable de estas criaturas infernales. Solo sobreviven los más listos, intentando engañarles como sea con trucos y un poco de imaginación. Pero hoy Karl le había dado motivos nuevos con que temer la oscuridad. Le había contado la historia de haber visitado su abuelo al fin de semana y encontrarle durmiendo una noche con la boca abierta, pero con algo dentro. Algo con piernas. Muchas. Una araña gigante había tomado su boca como refugio y cuatro de sus piernas salían de allí. Karl quería mucho a su abuelo y le encantaba las visitas, pero ahora tenía un problema. Si le despertara, había la posibilidad de que la araña se adentrara aún más en su garganta y ahoga su abuelo o le muerda matándole, pero si no hiciera nada, sería como traicionarle. Sería un cobarde, un cagado. Pero afortunadamente para Karl, la araña le resolvió el dilema saliendo de su boca para buscar un refugio más adecuado debajo de la cama.
Paul disfrutaba mucho escuchando el cuento. Era tan grotesco y asqueroso que no podía evitar imaginar la imagen en toda su gloria, pero también sabía que ahora tenía otra cosa en que pensar aparte de monstruos y demonios. Una vez más, nunca pensó que solo era un cuento que había inventado su amigo. Lo que le hizo asustar es que podía suceder. Arañas son bichos de verdad, naturales. Había visto muchas en su propio casa y en varios ocasiones tuvo que saltar sobre el sofá o salir corriendo cuando vio alguna en el suelo chillando por su madre quien también tenía fobia de arácnidos, los dos retándose mutualmente para encontrar y matarla sin piedad. Sin embargo, lo que le causó estragos era el hecho que también dormía con la boca abierta, sobre todo cuando estaba resfriado o tenia mocos. ¿Ahora qué hago? Voy a tener que inventar una estrategia nueva.
Esa noche, después de leer por la enésima vez su cuento favorito; la versión juvenil de Drácula, se metió en la cama y empezó su ritual habitual; manta tapando el cuerpo, yacer lo más plano posible (creía que había una buena posibilidad de que la cama parecería vacía, así podría engañar cualquier demonio en el barrio), palmas giradas… y la boca cerrada. El problema con esta técnica es que debajo de la manta hacía calor y era difícil respirar. Sobre todo por la nariz. ¿Pero si abro la boca podría despertar con algo indeseable allí, y si quito la manta, estoy expuesto a que mi ve cualquier cosa que mira por la ventana, así que, qué hago? Después de deliberar, llegaba a la conclusión de que solo había una opción. Se bajaba un poco la manta para no tener tanto calor, giraba las palmas… y dejaba de respirar.
Desafortunadamente, descubrió que esta técnica no era muy práctica, entonces se obligó a hacerlo por la nariz, lo mínimo posible, aunque después de poco tiempo se dio cuenta que tampoco era muy viable, así que al final tuvo que ceder y abrir la boca. Pero solo un poco. No puedo mantener este ritmo toda la noche. Tendré que esperar que no hay nada por el barrio hoy y ya está, pensó, y con eso el sueño invadió su cuerpo y cayó en otra noche de paz y descanso. Para vivir otra dia.
El día siguiente era uno que cambiaría su vida aunque en ese momento no lo sabía. Si creía que tenía suficiente con caras a la ventana y todos los demás criaturas que vagaban por la noche, nunca estaba preparado por uno que tenía tan cercana. Después del cole su amigo Karl le comentaba que otro le había prestado una película que simplemente tenían que ver. Se llamaba “Zombis- Devoradores de Carne” y era la peli más ‘gore’ que existía. Ni que decir tiene que Paul estaba totalmente de acuerdo así que fueron a casa de Karl para verla.
En la luz del día, los dos disfrutaron enormemente. Escenas de personas convirtiéndose en zombis y atacando y comiendo otros con unos imágenes realmente gráficos era algo que Paul no podía haber imaginado nunca. Había visto, y leído, sobre monstruos y demonios que mataban humanos para placer o comer, pero nunca había visto nada en la pantalla tan realístico. Y no mataban como vampiros por ejemplo, que era un simple mordisco en el cuello y al día siguiente se convertiría en uno de ellos. Y sabía el modus operandi del hombre-lobo también, pero; más de lo mismo. Esto era algo completamente diferente. Estos chicos arrancaron grandes trozos de sus víctimas y paseaban con varios partes de sus cuerpos colgando o faltando por completo y no parecía molestarles lo mas mínimo. Y lo peor para Paul es que lo estaba viendo en todo su gloria. Sin embargo, reflexionando luego, descubrió que no era eso que le preocupaba tanto. Lo que sí, era el hecho de que los zombis eran una mezcla de todo; niños, hombres y mujeres… y madres.
Mientras yacía en la cama, todo pensamiento de vampiros a la ventana le abandonaba. Su principal preocupación era la persona que estaba abajo viendo la tele y que pronto lo apagaría y comenceria el lento ascenso por las escaleras hacia su habitación… y el suyo. ¿Y si oigo un tipo de gruñido mientras sube? ¿O sorbiendo como si estuviera comiendo algo? ¿Algo blando?¿Qué gotea? ¿Qué hago? Muchas veces había considerado varios posibles métodos de defensa en el caso que viniera algo no deseado, pero lo deprimente es que había muy pocos. Saltar por la ventana era una opción, siempre que no apareciera por allí primero, e incluso había pensado en robar uno de los cuchillos de la cocina y esconderlo debajo de su almohada, pero había dos problemas con eso también. Uno era que podría olvidar que estaba y arriesgar que su madre lo encontrara cuando le hacia la cama por la mañana, y el otro más importante es que solo era un niño pequeño y todos saben que los demonios y monstruos poseen una fuerza sobrenatural, así que no sería rival con un simple cuchillo. Entonces, la única posibilidad era la que había estado haciendo; hacer el muerto.
Porfa, porfa, porfa, no conviertes en un zombi y vengas a por mí. Si finjo está muerto seguramente sabrá y mi va a comer igualmente. Y aunque me ataca, no sé si podría acuchillar a mi madre en defensa propia. No creo que me meterían en la cárcel si lo hiciera, pero estaría solo igual. ¿Quién se va a cuidar de me? (Su padre había ido años antes a buscar horizontes nuevas y más jóvenes y el resto de su familia vivan lejos).
Paul yacía asustadísimo. Su estómago se sintió como cuando comía demasiado chocolate, como si tuviera una lavadura allí, sus intestinas removiendo y amenazando con explotar en cualquier momento. Quería encogerse y desaparecer adentro los confines de su cama. Escapar la amenaza de una muerte lenta y dolorosa a manos de su madre. De nuevo, nunca había contemplado como podría convertirse en un zombi, simplemente era así. Tan natural como el gusano que se convierte en una mosca. Su pequeño cerebro no permitía razón ni preguntas sobre el cómo o el porqué. Las cosas ocurren por que sí. Pero, como siempre, al final el sueño le llevo a un lugar más seguro y protegido, venciendo su inmenso miedo y paso otra noche sin incidente.
En cuanto su madre le despertó por la mañana era como despertar a otro persona. Bajo los rayos dorados del sol que entraban por la ventana, toda idea de vampiros y zombis que comen niños evaporaba como el rocío en el césped fuera. Dio un beso a su madre y se reía cuando le hizo cosquillas para hacerle levantar y prepararse para ir al cole. En la seguridad de la luz, su madre era la mejor del mundo y la vida era buena y todo pensamiento de los peligros de la oscuridad desapareció de su cabeza. Mientras iba al cole con su amigo Karl, tampoco se le ocurrió preguntar si sufría los mismos traumas por la noche. Que si suponía que lo mismo pasaba a todos por igual o simplemente la idea le abandonaba por la mañana no podría decir ni explicar. Incluso cuando el sol, tan amigo y simpático, le dejaba y la oscuridad despertaba de su largo y profundo sueño, siguió sintiéndose seguro con su madre, los dos viendo alguna película o leyendo (siempre comics o novelas de terror). Solo era cuando tenía que cruzar la línea delgada que volvieron los mismos miedos de siempre. Deseando despertar para ver otro día, que no despertaría para ver una cara podrida y descomponiéndose mirando la suyo, quizás olfateando por señales de vida o tocándole para averiguar si era comestible. Tal vez picando a su oreja o nariz por una merienda rápida antes de comenzar con el plato principal. Su miedo seria la envidia del Satán. Nada podría concebir para inyectar más miedo en el pobre cuerpo de Paul que la imagen de su propia madre traicionándole y sujetándole al más espantoso y cruel final posible.
Algo le debía haber asustado en su sueño esa noche. No recordaba haber soñado con nada, pero cuando despertó en el suelo, su terror entro en un nuevo nivel. Ya está, pensó, ya lo he cagado. Ahora vendrá a por mí. Por favor que sea rápido. Por favor que no duele. Las lágrimas recorrieron por su cara y el único que podía hacer era ponerse en posición fetos y esperar, los ojos cerrados e intentando no respirar por si acaso, pero la fuerza de su corazón palpitando en su pecho le hizo pensar que eso por si solo sería audible a todo el mundo. Todo vampiro, zombi y monstruo en el barrio le tenía que haber escuchado caer de la cama y ya estaban de camino para averiguar que había en el menú esta noche. ¿Pelearan por los mejores partes? ¿Quién tendrá la cabeza? Mi madre seguro. ¿Familiares tienen primera opción? Cualquier vampiro solo querrá la sangre, así que serán los demás que me destrozan como un muñeco. Se acordó de una escena en la peli de zombis donde pasaba precisamente eso. Arrinconaron a su víctima chillando y empezaron y matarle a mordiscos y pelear por sus restos.
Paul yacía allí por lo que le pareció horas, hasta que, asombrado, a pesar de tener la certeza que su fin había llegado, empezó a sospechar que se había librado de una muerte terrible y lenta y que era bastante factible volver a la cama. Aparte de que el suelo estaba frio y duro y no el mejor lugar para pasar la noche. Calculando que la mejor estrategia seria la velocidad, se contó mentalmente hasta tres y en un solo movimiento, se levantó y metió en la cama tapando su cuerpo entero con la manta, palmas giradas e intentando desesperadamente aparecer muerto, aunque al mismo tiempo sabía que era fútil. El sonido de su corazón ya por si sola le delataría, golpeando a su pecho a la velocidad y fuerza de un martillo neumático. Era imposible controlar los temblores que sintió por todo el cuerpo. Pareció una gelatina gigante allí abajo, uno vivo por que por mucho que procuraba no respirar, la adrenalina que recorrió su cuerpo hacia que respiraba como alguien que acababa de correr un maratón.
No puedo creer lo que hecho. ¿Cómo he podido hacer algo tan estúpido? Parece que quiero que venga mi madre a comerme. Sin poder evitarlo, las lágrimas empezaron a correr por su cara otra vez, la impotencia que sintió y el tremendo susto siendo demasiados para su pequeño cuerpo y mente, pero después de unos segundos así se dio cuenta que no había ningún sonido de alguien subiendo escaleras ni picando a la ventana, así que tenía que suponer, por muy incrédulo que parecía, que había sobrevivido su grave error. Entonces se permitió un respiro hondo e intentaba relajar y esperar que el sueño le llevara a un sitio más seguro.
Las cosas ahora estaban cambiando para Paul. Para lo peor. Después de su encuentro con el suelo, se preguntaba porque su madre no había escuchado el golpe, es imposible que NO lo escuchara, y subir a investigar. Estaba, en fin, abajo viendo la tele cuando ocurrió. ¿Me está atormentando, jugando conmigo? ¿Me quiere engordar un poco primero? ¿Es mi imaginación o es que ha estado dándome porciones más grandes en la cena? Quizás se está esperando hasta que sea más grande para compartirme con sus amigos. Ahora que lo pienso, últimamente ha estado comprando más pasteles también y más importante, dándome grandes trozos después de cenar. Esto no es bueno. Paul decidió que era hora de espiar un poco más a su madre y buscar cualquier señal en su persona como por ejemplo el piel más pálido o, ¡Dios no!, índices de piel o dientes pudrificandose.
Mientras pasaban los días (y las noches cada vez más eternas), a Paul le entraba más ansiedad respeto a su madre. Estaba convencido que realmente veía las señales que buscaba; su piel le pareció mas pálido y cuando bañaron juntos vio costras o manchas en su cuerpo que juraría que no estaban allí antes. Sus ojos parecían más oscuros, no brillantes y vivos como la cara a la ventana, sino distantes, muertos como si repelaban toda luz como una especie de barrera, sus rayos dorados dañando sus retinas delicadas. La miraría fijamente cuando cenaban, observando la manera en que comía la carne (¿se la caía la barba mientras?), preguntándose si imaginaba pegar mordiscos de el en vez del plato que tenía encima. Cada noche cuando se metía en la cama, cuestionaba si sería la última. Ese bam-bam-bam, lento y fuerte en la escalera mientras subía, respirando hondo, casi gruñendo, acercándose poco a poco hacia su refugio, su templo, que estaba en serio peligro de ser penetrado por su peor pesadilla posible. Tal era su miedo que a veces cuando despertaba por la noche en necesidad del lavabo que estaba al final del pasillo, le resultaba imposible levantar y hacer el pequeño camino que incluía pasar delante de la habitación de ella. En algunas ocasiones, incluso había orinado un poco en la cama hasta que no podía aguantar más y se vio obligado a levantar y pasar casi a puntitas los pocos pasos necesarios rezando que no se abriría su puerta y que sería agarrado por ella y arrastrado hasta lo que sería su destino final.
Su mayor y último error se cometió cuando su amigo Karl le dijo que tenía otra película de zombis que le habían prestado. Una vez más en el calor y simpatía del día, le pareció una gran idea y pasaron mucho tiempo comentando con alegría y elación ciertas escenas y la asquerosidad de los zombis, pero cuando la luz le abandonaba de nuevo, las imágenes volvieron otra vez, más malignas y amenazantes con el frio y antipática oscuridad. Esta vez, ni siquiera la seguridad del sofá y la tele, su madre riendo y bromeando con la programa que estaba viendo hizo que despejaran sus temores. Mientras las imágenes se repasaban por su cabeza, era como si todos sus miedos se culminaban, convirtiéndose en uno solo en un mundo que solo conoció y donde solo vivió Paul, donde él era el blanco, el escogido, pero no por parte de ningún ángel o Dios, sino todos los monstruosidades y maldades que vivían y comían bajo la capa negra de la noche. Y su propia madre era su guía, su profeta, su líder.
Mientras sentía en el sofá, un ojo fijado sobre ella, notaba una sensación que no había tenido antes. Sentía como si estaba saliendo de su cuerpo. Flotando o levitando sobre el suelo para mirarlo todo desde una perspectiva lejana. Repentinamente, todo apareció alejarse de el cómo mirar por prismáticos desenfocándose o una cámara que retrasa despacio del objetivo. El salón pareció esta diez veces más grande como estar en el salón de una mansión. Miraba a su alrededor disimuladamente para no despertar el interés de su madre y vio que ella pareció está a diez metros en vez de tres. Era como que el mundo que conocía se había aumentado en tamaño o él se había encogido. Paradójicamente, sus oídos parecían haber incrementado en potencia por diez. Todo sonido magnificaba para que la tele pareciera al máximo volumen. Cuando hablaba o reía su madre, era como si lo hacía en su oreja, chillando. Paul se asustó. No entendía lo que le ocurría. Podía escuchar su corazón golpeando en su pecho, su cabeza, por todas partes. El salón reverberaba con el sonido de ella. Cerraba los ojos y los apretaba fuertemente en un intento de bloquear este nuevo desarrollo, esta nueva violación de su mundo y mente ya torturado. Cuando los abrió pareció haber funcionado porque todo volvió a la normalidad, pero al poco tiempo empezó a pasar otra vez. No atrevía decir nada a su madre, asustado que a la mejor se volvería sordo con el sonido de su propia voz. Aparte que no sabría que decirle. Uno que había probado la heroína o quizás morfina lo podría haber explicado mejor, pero para Paul no existía vocabulario para tales situaciones comprometidas, así que intentaba respirar hondo y esperar que el mundo volviera a su sitio. ¿Qué me está pasando? ¿Así es como se sienta volverse loco? Pues de ser así, no me gusta. Si lo digo al Karl, seguramente se va a reír y decir a todo el mundo en el cole que me he vuelto loco y que estoy viendo cosas raras. Y fijo que no puedo decir nada a mama. Se pondrá sospechosa. Va a pensar que se lo que está pasando. Afortunadamente, poco a poco el mundo por fin empezó a volver a la normalidad y decidió que sería buena idea ir a la cama. Para sustos de otro tipo.
Mientras yacía en la cama, aun perplejo por lo de antes, cambiaba su atención por problemas más inmediatos; como su madre. O lo que él consideraba como el enemigo, al menos cuando estaba a solas en la cama, asustado y al merced de la noche.Tenía ganas de llorar por la impotencia que sintió pero sabía que no se lo podía permitir. Llorar sería dar una pista, seria revelar su secreto, que no estaba muerto solo intentando engañar a la criatura que le perseguía, que jugaba con su cabeza. Sintió que el ataque era inminente. No sabría decir porque, solo que tenía la certeza que sería pronto. Como cuando ves una película de terror y sabes que viene un susto. Como una cara a la ventana por ejemplo.
Nunca se le ocurrió que simplemente sufría las típicas pesadillas de miles de niños de su edad o de más o menor edad, aunque un poco más exagerado en su caso. Miles de niños, y no solo unos pocos adultos también que temían lo que yacía bajo la capa negra de la oscuridad. Donde cantidades infinitas e innombrables de bestias malignas cazaban a hurtadillas buscando comida, que respiraban y alimentaban del miedo de sus víctimas. Vitaminas para los malditos. Miles cuyas únicas protecciones era la puerta cerrada del armario, la lámpara encendida y el ocasional esconderse en la habitación de los padres. Que esperaban con ansia y esperanza la llegada de los rayos del simpático y alegre sol y todo que caminaba feliz y poco amenazador bajo el, protegiéndoles de las garras del maldad. Tampoco se le ocurrió que su protector principal era precisamente la misma persona que más temía. De algún modo esa maldita película de zombis se había metido en su cabeza y no había manera alguna de quitarle la idea de que su madre se iba a convertirse en uno de ellos y venir a por él. Y pronto.
El sueño es una fuerza y adversario potente y egoísta y como siempre reclamaba a Paul como suyo rápido, a pesar de sus intentos de resistir. Como siempre toda idea de hacerse el muerte desapareció cuando empezaba el ritual habitual de cada noche; dar vueltas en la cama, respirar hondo y fuerte, el ocasional roncar y en estado de relajación total. A veces una hoja o ramo del árbol en el jardín chocaba contra su ventana cuando caía. Si estuviera despierto, seguramente habría chillado o gemido por el susto, ahora lo ignoraba. El sonido de dos gatos peleando en la calle habría provocado un pánico absoluto; ahora; oblivion.
Lo que si despertó al pobre Paul era la cosa que más temía, la fuente de todos sus miedos. La única cosa que deseaba no ver nunca en su vida. Bajo el brazo protectora del sueño, el empujoncito que notaba se lo rechazaba como si fuera una mosca molesta. Sin embargo, cuando continuaba y escuchaba algo susurrando su nombre a su oído todos los mecanismos conectaron y el mundo seguro y pacifico dio paso a un mundo frio, cruel y peligroso. Paul abrió los ojos tímidamente, aun algo confuso al ser despertado y miraba la pared que tenía delante, murmurando algo incoherente, hasta que en pocos segundos, se dio cuenta que algo no iba bien. De entrada aún era de noche, no la mañana y hora de levantar y bajar para el desayuno. Esto no era bueno. Solo podría significar una cosa. Un escalofrió subió desde su cadera hasta la nuca, frio y vivo, mientras su estómago empezaba a retorcer y su corazón despertaba de su letargia también. De nuevo se escuchó su nombre repetido en el oído y automáticamente se encogió como si le hubieran pegado. Temblando, los lagrimas corriendo por sus mejillas, era incapaz de girarse y enfrentarse a su némesis, su mayor pesadilla convertida en realidad. Líquido empezaba a salir de otro parte de su cuerpo cuando sintió una mano agarrar a su hombro y lentamente girarle para confrontar al intruso.
–Por favor. Por favor, no lo hagas. Soy yo Paul, tu hijo. Te quiero mama, seré bueno, prometo— se suplicó, los ojos aun cerrados.
–Tranquilo. No te dolerá— creía haber entendido (en realidad decía ¿qué te pasa?).
A este punto, Paul se dio cuenta que no tenía nada que hacer para evitar lo inevitable, solo rezar que acabaría rápido y sin dolor como la había prometido. Permitió que le girara y con lenta resignación, abrió los ojos. Inmediatamente su vejiga se abrió también y llenaba la cama de su orina. Todo sus miedos y temores se juntaron y formaron un núcleo gigante, un agujero negro que inhalaba y compactaba todos los sensaciones tanto negativos como positivos que pertenecen al ser humano hasta escupirlos y rendir a uno un vegetal, un nada. Que le dejaba como si toda la locura e insano en el mundo se conjuró para aplastar su frágil mente y dejarle atónito. Un cáncer en el corazón del infierno. Vio todo criatura decrepito y atroz en esos ojos muertos que existía en su cabeza. Vio veneno en su boca sonriente y viscerosa que abrió para revelar dientes que tiene solo un objetivo. Clavarse en la carne blanda y fresca de niños pequeños y comérsela.
Mientras la cosa bajaba la cabeza, Paul empezó a chillar. Y chillar. Hasta que toda vida le abandonaba; muerto no a manos de su adversario, sino de su propio miedo.
Disculpa? . Cuando te leí la primera vez pensé que se trataba del cuento el prólogo. Pero veo que dices otra vez lo mismo. Para ser ingles, o escribes bien.
lo siento pero no entiendo su comentario. ¿como el prologo? esto es un cuento nuevo