Una profesora se encontraba dando clase a sus pequeños alumnos cuando, en medio de la lección, uno de ellos levantó la mano y tímidamente le hizo una pregunta.
—Maestra… ¿qué es el amor?
Al principio, la mujer se quedó descolocada, sin saber como explicárselo. Pero luego de pensarlo por unos segundos, decidió que una pregunta tan profunda se merecía una respuesta inteligente. Una respuesta que no se podía expresar con palabras.
—Te lo contestaré cuando regresemos del receso —le dijo, pues era hora de que los niños salieran a comer y jugar un poco—. Pero mientras están afuera, quiero que hagan algo por mí. Vayan y den una vuelta por el patio de la escuela, observen lo que hay a su alrededor. Si encuentran algo que despierte en ustedes algún sentimiento de cariño, quiero que me lo traigan.
Los chicos salieron a disfrutar de su descanso e hicieron lo que les había pedido su profesora. Al regresar, todos traían entre sus manos algún objeto que les había gustado.
—A ver —dijo la maestra—, enséñeme cada uno lo que ha cogido.
El primer chico se levantó de su lugar.
—Yo me encontré con esta flor —dijo y mostró una rosa muy bella, y que desprendía un perfume delicioso—, ¿verdad que es muy bonita?
—Yo he traído este pequeño pichón —dijo otro niño, abriendo las manos para mostrar un pajarito—, estaba en el nido del árbol. ¿No es simpático?
Y así, uno por uno, todos los alumnos fueron mostrando lo que habían traído con ellos. Excepto una niña, que no tenía nada y por eso estaba muy triste. Le daba vergüenza no tener nada para mostrar.
—Bueno, ¿y tú por qué no agarraste nada? —le preguntó la maestra suavemente— ¿No encontraste nada que te gustara?
—Discúlpeme, profesora. Sí lo hice, pero no pude tomar ninguna de esas cosas —confesó la niñita, avergonzada—. Primero miré la flor y sentí su aroma, preferí no arrancarla de su sitio, pues sabía que así podría mantener su perfume por más tiempo. Después encontré unas mariposas llenas de color, que aleteaban contentas por el jardín, y me parecieron tan felices que no quise encerrarlas. Luego observé al pequeño pichón en su nido… pero cuando me subí al árbol y vi los ojitos tristes de su madre, pidiéndome que no me lo llevara, tampoco tuve corazón para hacerlo.
En ese instante, la pequeña levantó su mirada, llena de lágrimas.
—Así que solo traje conmigo el perfume de la rosa, la libertad de esas mariposas y la gratitud que la mamá del pichoncito me mostró en sus ojos. ¿Pero cómo podría yo enseñarle todo eso?
—Muchas gracias por tu respuesta —le dijo la profesora amablemente, enternecida—. Eso, queridos míos, es exactamente lo que es el amor. Apreciar la belleza de las cosas o las personas no es suficiente para decir que las amamos. El amor de verdad no se puede poseer y exige ciertos sacrificios: a veces, es necesario que dejemos ir lo que más queremos para que busque su felicidad.
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