En una casa de buena familia, vivía un gato gordo y mimado, al que nunca le faltaba nada. Todos los días su plato estaba lleno a rebosar y aún así, recibía de buena gana las sobras de sus amos cada vez que se sentaban a comer. Era muy querido por ellos y lo colmaban de atenciones, cepillaban su pelo y le dejaban dormir cuanto quisiera.
Se trataba pues, de un animal feliz y con mucha suerte, que por si fuera poco, también era el mejor cazando ratones, algo que hacía en su tiempo libre y complacía de verdad a los suyos.
Pero los pobres roedores estaban hartos con aquella situación.
Recordaban los buenos tiempos, antes de llegar el minino. Solían organizarse en grupos pequeños para asaltar la cocina noche tras noche, obteniendo deliciosas tajadas de queso, jugosos trozos de jamón, frutas dulces y tantas otras delicias que ahora, estaban lejos de su alcance.
Muchos de los ratoncitos habían desaparecido y los que quedaban, estaban cada vez más flacos por la escasa comida.
Si no encontraban una manera de burlar al gato, pronto morirían de hambre. Y fue pensando en esta disyuntiva que decidieron hacer una asamblea, para ver que solución encontraban.
Durante muchas horas pensaron, sin encontrar idea que les valiera. Y cuando estaban punto a marcharse, decepcionados, uno de ellos habló:
—¡Esperen! Ya sé que podemos hacer —dijo—, lo que necesitamos es saber donde está el gato en todo momento, así siempre podremos escapar de él. Propongo entonces que le coloquemos un cascabel.
Todos aceptaron con regocijo la propuesta, pensando en que no podía fallar. Pero cuando la algarabía cesó, el ratón más anciano de todos les llamó la atención:
—Veo que se han puesto todos de acuerdo y concuerdo en que la idea es muy buena. Pero se han olvidado del detalle más importante. Ahora díganme una cosa, ¿quién de ustedes va a ponerle el cascabel al gato?
Los ratones palidecieron.
—Yo no puedo por qué estoy malo de una pata, me atraparía de inmediato —dijo uno.
—Yo no puedo por qué soy muy lento, ustedes lo saben de sobra —dijo otro.
—Yo no puedo por qué mi vista es pésima, siempre me confundo al tomar las cosas —añadió un tercero.
—Y yo no podría ni subirme a su cuello, con este dolor de huesos que traigo.
Y así, uno tras otro fueron dando excusas para no colgarle el cascabel al animal, hasta que no quedó ni uno solo que se atreviera con semejante tarea. De modo que muy tristes y cansados, los ratones se despidieron y se fueron a dormir, pensando que tal vez en sus sueños podrían encontrar otro remedio para su problema.
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