Un pastor se fue a la montaña para llevar a comer a sus cabritas. Eran doce animalitos muy obedientes y dóciles. Estando ahí, se mezclaron con las cabras salvajes que vivían entre los peñascos, sin que ninguna peleara o se mostrara hostil ante las demás.
Convivían de un modo tan pacífico entre todas, que el cabrero tuvo una idea.
—Me las voy a llevar todas a casa, así mi rebaño será mucho más grande.
Dicho y hecho, reunió a todas las cabritas y se marchó a su vivienda, en donde las colocó muy campantes en el establo. Y ninguna rechistó.
El pastor se fue a dormir tan contento.
Por la mañana se despertó de buen humor y comió pan y queso para el desayuno. Luego contempló con decepción como afuera se desataba la lluvia.
—¡Qué pena, cabritas mías! No podré sacarlas a comer hoy, el día está muy malo —les dijo—. Pero no se preocupen, tengo heno guardado en casa. Les traeré algo para que puedan alimentarse hoy.
El hombre llevó todo el heno al establo, donde sirvió solo un puñado para cada una de las cabras domésticas y tres puñados para las salvajes.
—Como son mis invitadas merecen un trato especial. No quiero que se marchen —les decía, al servirles abundantemente.
De modo que las nuevas cabras se dieron todo un banquete, en tanto las primeras cabritas se contentaban con comer apenas lo justo.
Y así pasaron el día.
A la mañana siguiente, viendo que el sol volvía a lucirse en todo su esplendor de nuevo, el pastor decidió que esta vez si sacaría a todas las cabras.
—¡Vamos pequeñas, que el clima está estupendo hoy! La hierba estará húmeda por el rocío y será una delicia.
Dicho y hecho, las cabritas acudieron brincoteando hasta su prado en la montaña, donde pastaron con gran placer. Pero tan pronto como se vieron libres, las cabras salvajes enfilaron con rapidez hacia los peñascos, dejando atrás al rebaño.
—¡Ingratas! ¡Se van después de todo lo que he hecho por ustedes! —gritó el cabrero furioso— ¡Qué malagradecidas!
—Al contrario —le contestó una—, eres tú quien tiene la culpa de que nos marchemos. Ayer fuiste injusto con esas cabras que toda la vida han estado a tu lado, solo para quedar bien con quienes apenas conoces. Si nos quedáramos contigo y volvieran a llegar nuevas cabras, no tardarías en hacernos lo mismo para darle toda tu atención a ellas. No se puede confiar en ti.
Y dicho esto, se apresuró a correr con el resto de sus compañeras, felices de volver a la libertad de la que tanto disfrutaban. Y el pastor se dio cuenta de que tenía razón, había actuado injustamente con sus cabras más fieles, solo para procurar a unos animales que se habían aprovechado de él.
Moraleja: No dejes de lado a tus seres queridos por complacer a personas que nunca han hecho nada por ti. Al final, lo único seguro en esta vida son la familia y los amigos sinceros.
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