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Un cálculo al despertar

‘Podía apreciar un etéreo cosquilleo en las plantas de mis pies por el peso de mi cuerpo, provocaban fuertes golpes en mis pisadas veloces y las hojas otoñales, se esparcían desencadenando un olor a humedad, el que me hacía tantas veces pensar que sólo se producía por el arrastre de un caracol.
Los árboles de mi alrededor, se unían por la rapidez hasta disfrazarse de torbellinos que no dejan ni mirar. Mi respiración se entrecortaba por una mezcla de nervios y temor, tal vez, por ese alguien que me seguía, del que podía escuchar sus voces y sentir las zancadas desconocidas bajo el suelo que avanzaban sin quietud.
Un estallido hizo que me detuviese y arrodillase en lo que ahora era arena blanca. La noción del tiempo la había perdido en plena carrera, al igual que el lugar que me estaba rodeando.
Mientras hundí mis dedos en esos granitos juntos, su frialdad calmaba animándome a dibujar con uno de mis huesudos y blanquecinos dedos. Tracé un cuadrado y dentro de él, formé entre cada curva, circunferencia y línea, la vista. Un ojo ciego de arena.»
Como si fuese el primer trago de aire que mi organismo recogía, salí de ese sueño confusa, y leves turbulencias sacudían mis sentidos, esas que conseguían que la memoria volviese y me hiciese descifrar qué hacía yo en
una de las habitaciones de un barco.
Claro, mi madre. Ella es la que dictaminó tomar una vida, para mudarnos. <<A la isla de Galveston nos vamos, querida>>. Yo no podía discutírselo.
Muchas de nuestras noches, manteníamos conversaciones de episodios, los suyos, porque yo pocos he ido viviendo a pesar de mis 20.
Sally, tenía un marido que apenas entraba en nuestra casa de Texas. El hombre era algo liberal y como mucho, tenía capacidad de aguantar en convivencia dos días. Según mi punto de vista, era la clave por la que lograron mantener una relación decente, y lo comento en pasado, sí, porque por motivos que desconozco de la existencia humana, ya no se encuentra en nuestras vidas o en la vida en sí.
Aún no se sabe exactamente qué es lo que sucedió. La policía sobre unas horas de sueño llegaron a mi casa, preguntándole a mi madre si sabía algo
sobre la muerte de su marido Jack, que además de que le estaban dando una noticia de la cuál ella no era consciente y que al parecer muriese en extrañas circunstancias, también se le informó de que había heredado una cantidad de dinero considerable.
En cuanto se marcharon, recuerdo que no dejó de caer una lágrima por ese
marido suyo fallecido. Se quedó unos minutos en la mismísima puerta principal, con la mirada fija en el pomo y ensanchando un lado de su comisura labial, dejando apenas caer unas palabras murmuradas que no logré atender.
– Marlene-. Pronunció mi nombre con su figura fija. Creo que trataba de concienciarse de confrontar las palabras masculinas que alborotaron su actualidad hacía apenas unos segundos antes de que la puerta fuese sellada.
– ¿Sí, madre?-. Desde otra de las habitaciones, no quería perder detalle de sus movimientos. Me encontraba sentada desde una silla de madera, junto a un ventanal en la que la Luna creciente se asomaba y nos entregaba un poco de su luz grisácea. Del acontecimiento ya tenía idea, lo había escuchado todo, pero mi madre ocultaba algo más en sus pensamientos que por un momento me hizo sentir cierta intranquilidad y preocupación por la reacción que se presentase.
– Verás, voy a dejar el prostíbulo y quiero que prepares tus maletas inmediatamente. Nos mudamos -. Al fin levantó la mirada del suelo, colocándola en mí.
En sus ojos se podía ver firmeza, y es por eso que no me atreví a contradecirle. Tan sólo asentí y dejé salir una sonrisa.
– Buenas noches, mamá-.
Ella no contestó. Supongo que nunca se me dieron bien los momentos cambiantes, esos en los que te toca decidir un rumbo; el camino de la cara o cruz.
Mis pasos terminaron en mi dormitorio, y me dejé debilitar por el colchón al caer. Con un suspiro, alejé todo pensamiento; ya meditaría, ya asimilaría. En esos momentos sólo preocupaba conciliar el sueño y no el futuro cambio de nuestras vidas.
Eso mismo traté de hacer ésta mañana en el barco. Sellar mis ojos y no
despertar, no suponer, no presentir lo que éste viaje pueda acarrear.
Con mis dedos, sobaba las sábanas que se encontraban debajo de mí, enredándome entre ellas, halagándolas.
Mi empeño por no pensar, no encontrarse, era un completo fracaso por el simple intento. Hay veces, que por cuánto más se quiera prevenir, más te acercas a lo que no quieres por temor a esos mismos cambios.
Me incliné decidida a bajar de ese colchón en alto y sujeto por cuatro patas de madera, sin ningún tipo de equilibrio por las turbulencias inquietas del barco, y con mis pies aterrizando, fijé mi mirada en una muñeca que estaba situada en la cama baja del catre. Ésta tenía los cabellos oscuros de lana, dos botones verdes que le permitirían ver en otro mundo y una curva dibujada en permanente.
»Permanecerá así, con su boca sellada, mostrando cierta dulzura por una línea». Me pregunté quién puede llegar a confirmar que llegue a ser una sonrisa sincera o no.
Ya lo había vuelto a hacer. Sin apenas darme cuenta mis brazos estaban apoyándose en la escalera y me he sumergido en lo que pudiese sentir o no una muñeca de trapo.
»Estás loca, despierta». Desvié mi mirada de esa idea aparentemente absurda, con un movimiento en muestra de negación, y decidida, salí de aquel aposento. Cerrando la puerta tras de mí, aparecí en un pasillo donde una moqueta de tono azul cubría un suelo blanco. Las paredes, incluido el techo también eran blanquecinas, aunque por alguna de las esquinas se visualizaba un anaranjado dejado. Habían lámparas, no muy grandes, pero si con la forma de una vela artificial transparente. Parecían cisnes de hielo, de los que suelen salir en las películas y siempre algún torpe se quedaba con la cabeza.
Un cálculo al despertar 1
Fotografía: Pixabay

Protagonista: Marlene

Co-protagonista: Sally, la madre de Marlene

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Acerca del autor

Ainoa Rodríguez

Las apariencias engañan, pero otras veces lo que ves es lo que hay.

Redactora multitemática y relatista en Hidden Words desde hacer más de 10 años.

Si hay algo que tengo que decir sobre las palabras, es que ellas son las que me salvan diariamente.

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Acerca de…

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