«¡En esta vida no encontramos la solución, y es muy difícil que se abra nuestro camino y prolifere nuestra existencia, si a cada paso que damos, seguimos siendo agraviadas y cazadas por ellos, los humanos!».
Así comenzó el discurso del macho alfa, que en los animales es el más importante de la manada, por una cuestión biológica y cultural. Sin buscar explicaciones, en su especie, ya saben que tienen un líder y no se discute.
Nosotros también hacemos cosas que simplemente «son así» como soplar las velas en un cumpleaños. ¿Alguna vez nos preguntamos porque las soplamos, o que sentido le encontramos a ese acto? No. Y por eso debemos respetar la elección de otro ser en este mundo.
Estoy hablando de las lauchas, o ratones, como los quieran llamar. Su nombre científico es Mus musculus y son mamíferos, como nosotros. En este momento están devastadas, por dentro y por fuera.
Desde que llegaron al mundo, no tienen lugar en la tierra. En el campo, las fumigaban (ojalá fuese como en esos tiempos que no existía la tecnología envenenadora en masa como ahora), luego tuvieron que migrar a las grandes ciudades, que les fue peor. Hubo un desarrollo sostenido mientras estuvieron allí, lo que pasó fue que empezaron a ser exterminadas, e irse ya no es nada fácil. El camino es largo, y muy inseguro, ya que pocas lo logran.
Ellas, las lauchas, no son como creemos que las conocemos. Si uno las conociera, no podría estar mas de acuerdo conmigo. Son responsables, trabajadoras y muy buenas compañeras. Forman familias de máximo, cuatro individuos (padres y dos hijos/as), se auto-sustentan, no son carroñeras, ni mugrientas, ya que disfrutan el agua de lluvia más que nadie.
Pero aún así, el afán del ser humano, que se cree superior a todas los demás organismos que pueblan este planeta, aniquila y mata cual sea que se le cruce.
El levantamiento lauchístico se está llevando a cabo, y ellas dicen Nunca Mas. No quieren ser parte de la discriminación que sufren todos los días, de que su trabajo no sea valorado.
El macho y máximo dirigente sindical, presidente y alcalde de todas las lauchas allí presentes, propuso que se vayan, pero esta vez en serio. Hace eternos cien años que viven allí. Las generaciones pasadas sufrieron un martirio constante, y ellos no tenían porque seguir con el mandamiento del Homo sapiens.
Melgar (así se llama el alfa), propone irse a vivir a la Playa. Si, a la playa. Con largos estudios previos de laboratorio, ya tienen la certeza de que en «La muralla», un pueblo a 1 año de distancia (el tiempo lauchístico se mide en años, no manejan velocidad, pero se calculan unos 20 kilómetros), las condiciones de vida serían óptimas, con un bosque virgen, sin depredadores naturales cerca, ni falta de recursos ya que se encuentran muchos insectos.
La gente se sigue alborotando, en ese callejón, donde está gestándose quizá la primera y más importante Revolución faunística en la historia. Muy pocas veces a pasado que los animales se revelen por sí mismos, con su propia organización. Solo se me viene a la mente, algún animal de circo contra sus adiestradores, o los animales de granja en el libro «Rebelión en la granja» de George Orwell.
Según ellas, ya hay quinientas lauchas, abarrotadas y esperando la señal. Pasaron tres horas que Melgar empezó a hablar. En el cajón de su improvisado escritorio para la ocasión, tenía un libro. Era la constitución que había escrito por si la migración se daba en perfectas condiciones, tal como lo pensaba.
En la Constitución, estaban todas las leyes a respetar, nada de economía, ni esas cosas raras. Solo un código ético y moral para que las lauchas puedan convivir en paz, respetando y dialogando entre ellas.
Total convencimiento se ve en sus caras, solamente hace falta esperar un poco para saber si sale todo como está planeado. A mi cuando me den la señal, yo lo hago. Estoy nervioso, pero fue un trabajo en conjunto que hacemos hace años, estoy confiado que saldrá bien.
Resulta que me estudiaron sin darme cuenta, y según ellas, cumplí al 100% con los exámenes psicofísicos que hicieron por su cuenta. En ellos manifestaban que era el indicado para instruirme en las ciencias informáticas y ser la pieza clave para que ellas se puedan ir a «La Muralla».
Su plan contaba en enseñarme el arte de «hackear», y así desviar todos los semáforos que estén en la ciudad, con la condición que se encuentren en rojo alrededor de quince minutos todos los ubicados a diez cuadras a la redonda.
Hace 7 meses ya del primer contacto con ellas, sin embargo parecen haber sido muchos menos, fue hermoso todo lo que pude vivir. Ahora me queda lo más importante, que es ayudarlas, pero en serio.
Eran en total 280 semáforos, con una distancia de 50 cuadras, que era donde empezaba el campo abierto, donde no tendrían problema para seguir su camino por si solas.
Todo en orden, hasta que me dieron la señal de que presione el botón. El que construimos con mucho esfuerzo y llevaría a cabo la fuga.
Rojo de transpiración por los nervios, pero extremadamente concentrado lo oprimí y comenzó a dar resultado. Tenía cinco monitores a los costados que me mostraban como empezaban a salir de todos lados.
De pronto las calles se tiñeron de color gris, iban una pegada a la otra con mucho valor y entereza, sonrientes pero pensantes. Todo estaba saliendo como lo habíamos planeado.
Ya cuando la última fila estaba saliendo de la ciudad, veo a Melgar, más robusto que todos y antes de saber que la cámara no lo tomaría más, da la vuelta, con la sonrisa más grande que vi en mi vida, abre los brazos y me saluda.
Lo veo por el monitor, y pienso que este mundo fue hecho para que lo habitemos todos. Feliz, apago la computadora, y me voy a dormir.
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