De niño, siempre sentí un terror profundo por el sonido que emitían los truenos. Me resultaba imposible conciliar el sueño si de noche tronaba. Trataba de imaginar un posible origen a tan horrendo sonido. En mi mente infantil, y a manera de explicación, se me figuraba el desprendimiento de piedras gigantes que rodaban y hacían crujir al cielo de esa forma. No aliviaba esta posible teoría mi espanto, pero confirmaba mi vivida y aterrada imaginación.
Cuando me convertí en un adulto mi temor fue disminuyendo naturalmente, hasta que una madrugada, una feroz descarga impactó un para rayos en la colonia en donde solíamos vivir mi novia en turno y yo; un destello fulgurante y un ensordecedor tronido me hizo enderezarme de la cama, quedándome entre las sombras con la boca abierta, jadeando, confundido y con el corazón en la garganta.
Empecé a temer a los truenos de nuevo. Cada vez que la lluvia se hacia acompañar de estos molestos sonidos, debo confesar con encogimiento que era la muerte para mí. No podía una vez más cerrar mis parpados para descansar durante la noche, y si era de día, me ausentaba de mis labores aludiendo excusas ridículas. Cada vez que las paredes de mi habitación se alumbraban intermitentemente, era la advertencia necesaria para cubrir con rapidez mis oídos, sin embargo, esto no era suficiente, pues aun alcanzaba a escuchar el rugido del rayo.
Mi temor empeoró, se convirtió en una fobia, brontofobia para ser precisos. Miedo irracional a los truenos. Cuando era temporada de tormentas, me refugiaba en el sótano. Ahí el sonido no era tan espantoso como en la superficie. Me volvía una especie de desterrado, con víveres suficientes para soportar el tenebroso trance.
Sin querer afrontar mis temores (o a la vergüenza de confesarlos), los dejé madurar. Me mudé al este, en donde las tormentas son contadas y el clima generalmente es soleado. Abrí un despacho contable y comencé a retomar mi vida profesional. Cuando era necesario viajar, siempre checaba el pronóstico del tiempo del lugar que visitaba. Eso determinaba si viajaba yo o mi asistente.
La historia de mi infortunio comienza con una generosa oferta para revisar los libros de contabilidad de una empresa que sospechaba de los malos manejos de su contador. Esto, lejos de entusiasmarme, prendió las alarmas en mi cabeza, pues era a tan solo cien kilómetros de distancia de mi antigua residencia; aunado a esto, fue a mediados de Septiembre, temporada en que las lluvias y tormentas eléctricas azotan esa área.
Chequé los reportes meteorológicos de la zona, mostrándome que un viernes entrarían una precipitación importante en esa parte del país. Por un lado, el contrato era atractivo y delicado, y tenía que ser atendido exclusivamente por mi persona, y en segundo término estaba ese miedo irracional hacía el enloquecedor ruido que producen los rayos. Decidí apurar mi cita y adelantarme en el viaje hacia el oeste del país. Decidí viajar en coche a lo largo de la carretera, ningún vuelo con tan próxima fecha sería posible de conseguir; por lo que, si salía en ese mismo día a bordo de carretera, para el jueves estaría de regreso en las soleadas calles de San Pedro.
El viaje fue una catarsis, recorrer ese tramo era algo que no hacía en años, fue revivir viejas memorias y perderme en borrosos pasajes. Hacer estos viajes en solitario me ponían un poco fastidioso por la falta de compañía, por lo que constantemente sintonizaba la radio para checar los reportes locales del tiempo, siempre con la esperanza de que la precipitación pluvial tomara otro rumbo o se desintegrara entre las montañas.
La noche se acercaba y me quedaban aun dos horas de viaje, decidí que lo mejor sería aparcar a un lado de la carretera y pernoctar. No veía sentido a pagar una noche de habitación sí mi intención era llegar cuanto antes. Dormiría lo necesario y seguiría cuando despertara. Con el asiento ya reclinado y mientras mis pesados parpados caían, recuerdo haber visto un señalamiento que mostraba el nombre de una comunidad próxima.
Juchitla
Estaba incómodamente recostado sobre el asiento, desperté con los brazos cruzados, y aun terriblemente desorientado. Un fuerte olor a tierra mojada me terminó de traer del letargo. Me enderecé sobresaltado, observé la hora; (8:19 a m) no había sol. Frente a mi una feroz bandada de destellantes nubarrones negros se acercaban. Kilómetros más adelante caía un terrible chubasco, por lo que no podía avanzar, ni mucho menos quedarme en donde estaba. Una desviación en la carretera hacia la comunidad de Juchitla parecía ser la única formula para mi exaltada preocupación.
Lo dudé, no sabía si iba a ser hospitalariamente recibido, pues en el camino no había más que plantíos de maíz y cerros, todo estaba rodeado de zigzagueantes lomas, y yo era un extraño citadino que pedía alojo porque teme a los truenos, era simplemente raro de explicar, me verían como a un chiflado. A lo lejos vi con espanto como un mudo rayo descendía, tejiendo su telaraña de luz por detrás de los cerros. Esto me alteró y me hizo tomar una rápida decisión, giré en torno a la desviación para buscar asilo en cualquier casa, no importaba cual.
Entré a un terreno adoquinado, con desesperación desplacé el vehículo entre matorrales y piedras. No llegaba siquiera a la denominación de comunidad, era una ranchería. Avancé tal vez cinco kilómetros y por fin pude encontrar una reja que impedía el paso a mi vehículo. Bajé de la unidad, brinqué la tranca y corrí a lo largo del terreno frontal perteneciente a una casa de madera típica de las construcciones gringas sureñas.
Mientras corría, pude observar algunas otras viviendas alejadas que se levantaban por encima de la casa hacía la que me dirigía, todas estas tenían un aspecto abandonado y percudido, pero afuera de cada una de ellas, observé grandes canastos con fruta desbordándose de su recipiente, o animales de crianza amarrados a una estaca, en los patios de las mismas. La única casa que no tenía esta singularidad era la que ya estaba enfrente de mí.
Entré al porche, toqué la campana de la entrada, golpeé la puerta y pegué contadas voces para que me permitieran pasar, nadie atendió a mi llamado; en cambio el viento de lluvia respondía con un fantasmagórico eco. El cielo se ennegrecía cada vez más, mi desesperación no me permitió pensar que estaba allanando un hogar, por lo que decidí forzar la puerta principal para entrar. No lo pensé dos veces, prefería dar una explicación irracional a tener que exponerme los relámpagos y truenos.
Una vez dentro busqué algún interruptor o lampara que me permitiera desplazarme entre las sombras, cada vez era más difícil identificar algún mueble u objeto de decoración. Cuando estaba enfocado en esta angustiosa tarea, escuché lo que hace más de cinco años no había hecho con claridad. Un tímido, pero vil sonido se oía a lo lejos como un gruñido de advertencia. Mis temores empezaron a dominar mis movimientos, sentí como mis extremidades se engarrotaban y encogían, me senté sobre mis rodillas, y llevé mis rígidas manos sobre mis oídos. Cerré con fuerza los ojos y comencé a sollozar.
La puerta principal se abrió y no pude reaccionar, alguien se acercaba a mí y el pánico me paralizó, no hice más que involuntariamente intentar generar lastima, pero la pobreza de mi natural actuación fue premiada con un culatazo a la altura del oído derecho. El sonido de un pitido agudo seguido de una mancha negra que cubrió mi visibilidad me hizo perder el escaso equilibrio. Me dejé caer con todo el aplomo de mis kilos.
Fueron sombras mas obscuras que los celajes de la tormenta las que nublaron mi vista. Dejé de escuchar y sentir, perdí todo conocimiento. Fue como si alguien apagara la luz y quedara sumido en la total penumbra.
Desperté en una habitación húmeda, en la planta alta de la casa en la que había irrumpido. En un principio pensé estaba en casa de mis abuelos, la decoración y el olor a madera me hizo recordar mis vacaciones cuando era niño, por tal motivo mi despertar fue pacífico y calmo; me senté en la cama y el dolor de cabeza punzante me hizo recordar lo que había sucedido previamente, una mancha seca de sangre estaba pegada en mi cuello, me toque el oído derecho y sentí el dolor más intenso que jamás antes había sentido, ahora que aclaraba mis ideas me daba cuenta que el pitido seguía ahí.
Me levanté con cuidado dispuesto a averiguar qué pasó, me acerqué a la ventana como un acto natural de escape y observé la hermosa pintura que se dibujaba a través de la ventana, la cual estaba conformada por dos cerros enormes y semi poblados de vegetación. Parecían poco explorados pues no había veredas trazadas ni rastros de civilización sobre ellas. El cielo era una enorme alfombra gris que cubría el poco azul oscuro del cenit; sobre mi ventana había aun gotas de lluvia resbalándose de forma errante sobre el cristal, observé también los campos de maíz y la carretera al fondo. Comprendí todo lo que había sucedido antes de que la obscuridad me tumbara. El reflejo del cristal, sin embargo, me regaló la imagen de mi rostro, llevaba un vendaje en la cabeza y la parte de mi oreja que quedaba fuera de las mismas, tenía un tono violáceo.
Una voz cansada pedía permiso para entrar por del otro lado de la puerta, accedí con mucho temor.
Un hombre que rondaba tal vez los sesenta años, mal rasurado y de ceja crespa abría la gruesa puerta de madera; portaba una escopeta, la misma con la que de seguro me noqueó en la planta baja. Aclaró su garganta y comenzó su introducción:
-Escuché desde abajo que se había levantado. Mi nombre es Mateo… quiero disculparme con usted, no quería lastimarle, estaba oscuro por los nubarrones y le vi ahí retorciéndose y pensé que…
Detuvo su justificación, parecía asustado y confundido, era como si se escuchase y se diera cuenta de lo ridículo que sonaba.
-… Encontramos después un vehículo antes del portón de entrada, supongo que es de usted. Espero no le incomode que le haya conducido hasta esta habitación. En verdad lamento lo del golpe, ya mis ojos no distinguen bien y estaba… un poco inquieto.
Traté de entender al viejo, el cual no lucía como una amenaza, en sus palabras pude encontrar vergüenza y arrepentimiento dejando de lado el temor que dejó escapar antes de interrumpirse. Comprendí que el había intentado curar mis heridas al darse cuenta que no era mas que un sujeto en medio de una crisis. Procedí a presentarme.
-Soy Joaquín, agradezco las consideraciones conmigo y descuide, comprendo su actuar. Entré buscando alojo por la tormenta… no encontré a nadie y bueno… creo que un ataque de ansiedad me derrumbó antes de su golpe… creo que la tormenta ya pasó, debería retirarme.
Al dar un paso, casi pierdo el equilibrio, el fuerte golpe en el oído me hizo perder el balance y aun ese molesto zumbido seguía causando molestia en las paredes de mi cráneo.
– Espere, creo que debe recuperarse primero, me siento apenado y profundamente culpable de esto, aparte otra tormenta fuerte se espera, la primera ha sucedido pero la segunda viene en camino. Si su dirección es cruzando las montañas le aconsejaría esperar, la carretera es peligrosa cuando llueve y más de noche. Puede quedarse en esta habitación, guarde sus cosas en este closet si gusta, es muy amplio. Nosotros dormimos en la planta baja.
– ¿Con su esposa?
-No, perdón. No lo mencioné. Es mi hijo Ethan. Está abajo, cenando. ¿Gusta acompañarnos?
La oscuridad de la noche estaba comiéndose cada rincón de la casa. Con una lampara de queroseno alumbrábamos nuestros pasos descendentes con dirección a la primera planta.
-Cada vez que hay tormentas, nos cortan la electricidad. – replicó Mateo.
Me encontraba nervioso pues no tendría un refugio seguro para mi desde una habitación con vista abierta hacia las montañas. Los truenos y relámpagos destruirían mis nervios. Observaba y agudizaba la vista para encontrar algún acceso a un sótano o cualquier escondite que me resguardara de los truenos.
– ¿Sabe? Es una fortuna que haya llegado en esta temporada. Le explicaré mientras cenamos, tenemos aun un poco de tiempo antes de la tempestad.
Ethan
Lo miré fijamente antes de que me fuera presentado, era un niño de doce años aproximadamente, cenaba con la cabeza baja y mirando con el rabillo del ojo. Tenía el cabello revuelto y la carita sucia por la comida.
-El es mi hijo Ethan. No habla. Perdió el habla hace un año.
Me senté frente a él. Nunca levantó la mirada, lo saludé amistosamente y en seguida me concentré en servirme una taza de café. Dudé en soltar una incómoda pregunta, me lo pensé un par de veces pues el presente en cuestión podría sentirse ofendido, pero parecía estar ausente de nuestra presencia.
– ¿Puedo preguntar como perdió el habla?
Mi anfitrión se aclaró un poco la garganta una vez más, e hizo una expresión de asombro –“Hace un año… – Mateo tomó asiento, recargando su arma contra la mesa; se percató que mi mirada se posaba sobre ella. – …No se preocupe. No es para usted… de nuevo, es por protección en contra de los que vienen con los truenos.”
Se hizo un silencio aún más embarazoso que el anterior, no comprendía lo que decía el viejo. Se sirvió también una taza de café y prosiguió.
-Cada año, cuando tenemos alguna tormenta eléctrica (como esta que se avecina), suceden cosas que son difíciles de relatar. Inclusive diría que me siento un poco tonto contándole esto. Pero es la realidad…
-No comprendo, ¿Quiénes vienen con los truenos?
-Bueno, le pido por favor que escuche sin juzgar. – hizo una pequeña pausa, resopló y lanzó. – Existe una leyenda en la localidad, nadie sabe cómo nació o desde cuándo comenzó a propagarse. Los más viejos contaban que desde antes de sus abuelos ya se hablaba de esta historia. Por respeto a los ancianos nadie cuestionaba ni contradecía sus viejas costumbres y tradiciones que, sucedían año con año en la época de tormentas. Se dice que, con los rayos, con el sonido de los truenos, seres “extraños” que viven en las cuevas o en enormes madrigueras, despiertan de su sueño para bajar de las colinas a buscar a aquellos que no les temen. Los relámpagos alumbran el camino de estos engendros. No podría describirle la fealdad de estos seres, pues nadie tiene una idea clara de cómo son en realidad, nunca habían sido vistos por nadie, ni nadie quería comprobar tampoco la existencia de estos, ninguno se aventuraba a quedarse en sus casas en esta época. No había prueba formal de que los “extraños” hubieran sido observados por alguna de las generaciones de esta localidad, a excepción de Ethan. Hace un año, sus padres biológicos al parecer tuvieron una demora en el momento de abandonar su casa. Fue la última familia en retirarse y la tormenta estaba cerca. En su prisa por dejar el hogar, no se percataron que habían olvidado a uno de sus hijos. Ethan de seguro se quedó dormido o se distrajo jugando. Los desconsiderados padres se fueron dejándolo solo a su suerte. Tal vez observaron que “algo” empezaba a bajar de la colina, y no tuvieron más opción que salvar a sus demás hijos.
Yo no creía en esta vieja historia, pero recuerdo que mis padres y yo pasábamos esta temporada en casa de los abuelos, al sur de estado. Y seguí con la tradición, todos los vecinos del lugar dejan ofrendas para “ellos” afuera de sus casas. Productos de sus cosechas, algún animal de granja amarrado, ¡qué se yo! Cuando volvíamos nada de lo que habíamos ofrendado estaba. Se qué pensará que cualquier bribón podría habérselo llevado. Pero el año pasado, cuando volví, no solo me percaté que mi ofrenda había sido tomada, también encontré a Ethan dentro de mi casa, escondido en el closet de la habitación que le he ofrecido, temblando, y dañado mentalmente. No sé qué habrá visto el muchacho, no habla con nadie, pero lo que vio, solo reforzó las creencias de los vecinos y aterrorizó a los que dudaban, algunos se largaron, no tardaron en volver ¿A dónde más pueden ir? Los padres de Ethan…esos jamás volvieron, lo adopté. Pero este año nosotros no pudimos salir, nuestro vehículo sufrió una avería, regresé para encontrar el repuesto faltante, sabía que tenía uno en el ático, pero cuando entramos lo encontramos a usted tendido en el piso de nuestra sala. Pensamos que era uno de “ellos” y por ellos tontamente le ataqué … fue un alivio ver que era alguien como nosotros. En fin, no encontré el repuesto de mi vehículo y no encontramos las llaves de su coche entre sus ropas para nosotros poder escapar, debo ser honesto con eso Joaquín. Correr nunca fue una opción, aparte con mi edad, no llegaríamos lejos. Nos quedaremos a comprobar las viejas historias. No sé si Ethan pueda resistirlo una vez más, no sé si yo pueda resistir lo que el vio.”. – Mateo señaló una pared con varios dibujos, se podía ver claramente los trazos de un niño. En ellos se veían varias figuras enormes y sin cuello, sobre el torso resaltaban alargados ojos y una boca zigzagueante por hileras de colmillos, tragándo animales de granja.
Después de escucharlo me quedé mudo, el silencio ajeno a mi zumbido en el oído derecho se extendió al grado de volverse sumamente incómodo. Tenía demasiadas dudas en cuanto a la historia, me resultaba imposible pensar en la existencia de seres amorfos descendiendo de las colinas, la imagen era aterradora, pero no estaba dispuesto a creerla. Sin más remedio que fingir interés y reconocimiento en la historia contada para no quedarme a dormir a merced de la tormenta, decidí unirme en la tarea de clausurar puertas y ventanas de la vieja vivienda. La noche comenzaba a devorar la tarde gris y pequeños relámpagos escondidos detrás de gigantescos nubarrones hacían que apretara los parpados. Aun me mantenía escéptico a tan extraordinaria historia, mi miedo era más grande al fenómeno natural que a las supuestas criaturas.
Mientras trabajábamos, mi anfitrión logró sintonizar una estación en la cual el locutor de noticias locales advertía que la entrada de la tormenta eléctrica sería pasada la media noche. Esta noticia tensó las facciones de Mateo, intentó animarse comentando lo oportuno que fue el estar colocando protecciones en las entradas. Sin embargo, su rostro no me dejaba tranquilo, era la pintura perfecta de la pesadumbre, de la angustia y el horror.
Cuando el trabajo fue concluido, Mateo insistió que yo debería resguardarme en mi habitación, que estando herido y desbalanceado no podría hacer más, solo en caso de algo urgente me llamaría; me despedí de Ethan revolviendo su negra cabellera; estaba tan ausente. Ya en mi cuarto, lo primero que hice fue poner la sabana de la cama sobre la ventana, resolví esperar una hora para comenzar a buscar el ático en el hogar, ahí pasaría la noche, oculto de los truenos y relámpagos.
Minutos antes de la media noche
Me quedé dormido y desperté observando mi reloj, faltaban quince minutos para la media noche, me enderecé y escuché como el aire empezaba a levantar algunas hojas secas, generando un aullido que se colaba por los maderos de mi habitación; el sonido de algunos alambres chocando entre sí por la fuerza del viento me comenzó a aterrar. Salí de mi habitación y con la luz de mi celular comencé a alumbrarme, cada treinta segundos se desvanecía el brillo de la pantalla de mi móvil por lo que había segundos en que me quedaba en completa obscuridad, cuando volvía a accionar el brillo de mi teléfono, temía encontrarme con algo, inconscientemente mi mente se había contaminado con las estúpidas historias de Mateo.
Abajo, escuché como un madero se azotaba contra una de las paredes. Una de las protecciones se había desprendido y dejaba entrar el aire a la casa. Era un viento helado y quemaba la piel, el silbido de este parecía ser emitido por una persona. Estaba temblando y no sabía si era de frío o miedo.
Casi grito cuando sentí que algo golpeo mi cabeza, llevé mi mano a la boca y e hice presión sobre ella con fuerza, temí que mi acto de cobardía despertara a Mateo. Volví a sentir que el mismo objeto golpeaba mi frente en una especie de vaivén, la alumbré con el celular y pude ver que era el cordón que hacía descender la escalera hacía el ático. El alivio que sentí hizo normalizar mis pulsaciones, con sumo cuidado halé del cordón y la escalera descendió en complicidad mía, sin hacer el más mínimo ruido delator, subí tan rápido como pude y a tientas busqué instalarme en ese nuevo espacio. Encendí la luz del celular una vez más, había un foco, pero era inútil encenderlo pues no había corriente eléctrica; con la poca luz pude observar que en el ático había muchos viejos diarios apilados y algunos frascos conservando en alcohol objetos los cuales no quise advertir. Decidí hacer un completo silencio, solo oía mi respiración y algunos lejanos y ahogados ruidos. Me sentí triunfal, completamente victorioso ante la audacia cometida para eludir a los truenos, pues, después de todo el golpe recibido por el sexagenario no había sido tan malo, el molesto zumbido parecía opacar cualquier ruido exterior, sentí que mi oído estaba tapado tal vez por la hinchazón del golpe, “fue un golpe oportuno”, pensé.
Bajé una pila de periódicos y las coloqué como respaldo para mi cabeza. Observé el reloj de mi celular, ya eran cuarto para la una de la madrugada, entre los maderos de la construcción observé como el centelleante reflejo de un rayo se colaba. No podía siquiera ver eso, el sonido apenas y era perceptible gracias a la sordera infringida por el golpe, así que busqué bloquear cualquier perturbación; coloqué un periódico sobre mi rostro y casi instantáneamente, caí fulminado del cansancio. No escuché nada, no oí ni sentí nada. Desperté tal vez cuatro o cinco horas después, el dolor terrible en mi oído me levantó de golpe, el zumbido era cada vez más fuerte; apenas y sentí algunas gotas que se habían colado por el humilde techo, habían empapado el periódico que tenía sobre mi rostro lo cual lo hacía mas pesado. Lo removí de mi rostro y en un efecto de enfoque, observé el encabezado que descansaba sobre mi cara. En él se leía textualmente:
“D E S A P A R E C E M E N O R A L B O R D E D E C A R R E T E R A”
En el primer párrafo narraba la desaparición del menor en uno de los kilómetros previos a la localidad. Mi lectura fue interrumpida tajantemente al ver la foto del Ethan en el papel. En blanco y negro pude reconocer en una foto no tan clara, las facciones del muchacho. Como principal sospechoso estaba el retrato hablado de un sujeto que se asemejaba indudablemente al rostro de Mateo, la sangre se agolpó en mi cabeza. El maldito viejo lo había raptado, casi me tragaba su historia. Busqué entre el desorden del ático algo que me sirviera mínimamente para defenderme, él tenía una escopeta y probablemente se daría cuenta que ya no estaba en la habitación. Encontré un bate de baseball recargado junto a una pila de revistas y lo empuñé con exagerada determinación, resuelto a noquear el sexagenario y liberar al menor.
Bajé las escaleras del ático observando a mis costados, tenía el bate listo para ser usado. Caminé en hurtadillas, asomándome por las habitaciones de esa segunda planta. No había nadie, ni siquiera las sabanas estaban revueltas, de hecho, no se oía nada en la casa, a excepción de un golpeteo constante, un objeto en la planta baja parecía arrastrarse y golpear con algo. Me dirigí a las escaleras, pero mis pasos se detuvieron al escuchar con más claridad que ese sonido se hacía acompañar de un silbido. No tenía interés en asomar la cara en la primera planta, pero tenía que avistar que sucedía. Un olor espantoso llenó mis fosas nasales, era la combinación de tierra mojada con profunda hediondez a humedad, traté de no respirar hondamente, pero mis ojos se llenaban de lágrimas de tan solo soportar la náusea que esto me provocaba.
Con las uñas bien hundidas en el agarre del bate, bajé las escaleras, la puerta estaba ya al alcance de mi vista. Esta estaba destruida. El aire la hacía ir y venir, golpeándose con restos de muebles en la entrada, estaba vencida y se agarraba solo del gozne superior. Los soportes de madera que habíamos colocado estaban arrasados. Caminé hacia la puerta esquivando obstáculos esparcidos en el piso, patas de mesa, pedazos de jarrones, artículos que no identifiqué minaban mi andar. El olor en la planta baja era más penetrante, casi resbalaba en mi andar al pisar el barro más viscoso y vomitivo que hubiera visto antes, parecía toda esta suciedad sacada de varios metros bajo tierra.
La puerta había sido golpeada en más de una ocasión, estaba cubierta por ese terrible fango que aun lucía fresco y el cual se escurría como si fuese espesa sangre. Estaba confundido y el zumbido en mi oído subía de intensidad. Observé como de la puerta principal, manchas de barro dibujaban pisadas que entraban y salían. El zumbido que penetraba mi cabeza, era incesante; salí a tomar aire fresco, sentí que me iba a desvanecer, la mancha de barro seguía hasta el porche de la casa. Solté el bate al sentir que el silbido en mi cabeza me dominaba, afuera estaban los estragos de la tormenta, charcos y lodo por doquier, sobre el lodo, había un camino zanjado, justo en donde termina el pórtico de madera, del cual se podían ver las marcas de diez dedos siendo arrastrados. El camino de dedos sobre el fango se alargaba muy lejos hasta extraviarse, hasta donde mis ojos se perdían en aquellas montañas, en donde podría jurar si no fuera por este maldito zumbido que alguien gritaba mi nombre.
Entré a la casa con las pocas fuerzas que aun guardaba y busqué entre los escombros y fango algún indicio o al mismo Ethan, chillé su nombre entre la desesperación por el insoportable dolor que me infería el zumbido y para ignorar ese grito a la distancia. No había mas que suciedad. Cuando por fin me di cuenta que estaba solo en casa, decidí salir y marcharme a donde fuere, tal vez no llegaría lejos pues había perdido el equilibrio, pero no importaba, quería alejarme cuanto antes de ahí.
Con un pie en el pórtico y otro en el fango eché un ultimo vistazo al hermoso paisaje y sus montañas. Una hebra de rayo descendió errantemente iluminando las cordilleras, nunca sabré explicar si lo que vi descendiendo de las faldas de la montaña era el contorno de los dibujos de Ethan, no me quedé a esperar pues el miedo me dio el impulso necesario para largarme de ahí. Jamás volteé una vez que le di la espalda a los alcores, solo escuché por una última y maldita vez, por encima del zumbido, las cuerdas vocales de Mateo reventarse al pronunciar mi nombre
.
¡Sé el primero en comentar!