Cuando era pequeña, me gustaba jugar con mi madre al escondite. Me las arreglaba para ocultarme en todo tipo de rincones, detrás de las cortinas, debajo de la cama, en los gabinetes del mueble bajo del baño y en el jardín. Era muy buena jugando ese juego y mamá también. Siempre cerraba los ojos y contaba en voz alta hasta veinte, para darme suficiente tiempo de ocultarme.
Mamá era increíble y no recuerdo que haya dejado de estar ahí nunca, cuando más la necesitaba. Siempre sabía que hacer para reconfortarte de cualquier problema. Un abrazo suyo o una palabra cariñosa eran suficiente para que te sintieras mejor.
Cualquier sitio donde estuviera mamá era el más seguro y feliz del mundo.
A veces aun sigo preguntándome que sucedió aquella noche y que era eso de lo que ella tanto quería protegerme.
Tenía seis o siete años, creo yo. Acabábamos de entrar en mi habitación porque era la hora de dormir y yo ya traía puesta mi pijama rosa. Me encantaba ese pijama que me hacía sentir como una princesa.
—¿Qué cuento leeremos hoy? —me preguntó mi madre como de costumbre.
Se lo dije y sacó el pesado tomo de cuentos que descansaba en una estantería. Me leyó el relato para esa noche y casi al instante, el sueño se apoderó de mí.
Mamá me arropó y me dio un beso en la frente.
—Buenas noches, Hailey —le escuché susurrar antes de que se marchara, dejando la lamparilla de mi mesa de noche encendida.
Los minutos pasaron en silencio, conmigo sumida en la tierra de los sueños. Pero estoy segura de que lo que ocurrió esa noche, no fue ninguno.
Desperté en medio de la noche, alertada por alguien que decía mi nombre.
—Hayley —me llamó desde el piso de abajo—, Hayley.
Era mi mamá. Estaba llamándome. Qué raro, ella siempre insistía en lo importante que era la hora de dormir y no le gustaba que estuviera de mi cama tan tarde.
—Hayley —volvió a llamarme ella, con más urgencia.
Rápidamente, me calcé mis pequeñas pantuflas y salí de la habitación. La luz de la escalera estaba encendida. En algún lugar del piso de abajo se escuchaba el murmullo de la televisión. Y después, de nuevo la oí a ella.
Bajé los escalones como si nada hasta llegar al nivel inferior. Y justo cuando estaba por ir a encontrarme con mamá, una mano cubrió mi boca y me atrajo violentamente hacia un armario. Me revolvió, asustada, hasta que la persona se agachó frente a mí y pude verla.
Era mamá.
—No vayas —me susurró con miedo—, yo también la escuché.
Sigo sin comprender que fue lo que pasó aquella noche, o que fue lo que escuchamos las dos. Mis recuerdos luego de lo que ocurrió son prácticamente inexistentes.
Cada vez que le pregunto a mamá quien me estaba llamando esa vez, ella desvía el tema o me asegura que todo fue un sueño. La última fingió que no se acordaba.
Tengo el presentimiento de que nunca lo sabré.
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