−La última vez que subí ese paredón debo haber tenido entre los ocho y nueve años, imaginen ustedes cuando yo les hablo que tengo miedo, no se compara con lo que me tocó pasar del otro lado. Nunca suban.
Las palabras de la madre de Matias quedaron marcada a fuego desde su infancia.
Vivieron siempre en la misma casa, desde que la madre era chica, ya que la casa la había heredado de sus abuelos maternos. Él fue criado allí, y de lo que más se acuerda, ya con 14 años, es que la regla número uno e irrompible bajo cualquier circunstancia es esa. No subir el paredón, ni pasarse del otro lado.
Se habían ido pelotas de fútbol bastante seguido, aún así preferían comprar otra antes que ir a buscarla del otro lado.
Matias tenía el hábito de juntarse con dos amigos casi todas las tardes, después de ir al colegio. A eso de las cinco tocaba timbre Juan, su mejor amigo, y un poco después, con cara de dormida aparecía Luciana (dormir la siesta para ella era indispensable).
Se divertían con poco, ya que tomaban la merienda y conversaban, estudiaban si era necesario, siempre sanamente con muchas risas de por medio.
Un día como cualquier otro, Luciana pregunta por la casa que estaba al lado, que siempre tenía las persianas cerradas salvo los sábados y los domingos. Pero que nunca nadie estaba en ella, incluso los fines de semanas.
La madre que se encontraba preparando un té, se estremeció a tal punto que le dijo que no hablen de eso porque ella no tenía buenas historias que contarles. Solamente quedó ahí la conversación, pero la curiosidad está en la esencia de los jóvenes.
Lo primero que preguntó Juan y Luciana al otro día cuando fueron a su casa, fue por la casa que estaba al lado. Sin cavilar demasiado Matias fue tajante.
−Mi mamá cuando era chica estuvo en ese patio, y lo único que les puedo decir fue que vivió una situación paranormal.
−¿Y eso qué es? Dijo Juan
−Tuvo una aparición de muchos niños, jugando a su lado. Nunca me contó más que eso, si esos niños están ahí o si no existen, solo me dijo que fue paranormal.
Luciana y Juan quedaron helados, les pareció terrorífico lo que habían escuchado. Quisieron ahondar un poco más en el tema.
— Podemos subir al techo y mirar el patio de la casa aunque sea? Dijo Luciana
—Si vamos. Afirmó Matias
Cuando subieron no vieron más que un patio abandonado con los pastizales altos y las paredes de la casa llenas de humedad. Siguieron conversando, sacando conjeturas personales entre los tres, se hizo un poco tarde y se fueron Juan y Luciana a su casa.
Era viernes y quedaron de acuerdo que durante el fin de semana querían organizar los apuntes para el examen que les tomaban la próxima semana.
−Vengan de vuelta mañana entonces. Dijo Matias
Como viven en un pueblo de muy pocos habitantes, el sábado a la mañana por la calle anda muy poca gente. Luciana salió de su casa caminando, y ya estaba cerca de lo de Matías. Se empieza a sacar los auriculares con los que venía escuchando música.
Estaba a media cuadra cuando levanta la vista, y en la casa de al lado de la de Matías se disponían a lo ancho de toda la vereda muchos bebes. No erán bebes, sino muñecos de plástico. Pero tenían vida.
Ella se paralizó, y siguió caminando por pura inercia. Cuando los tenía cerca, incrédula no dijo nada y siguió caminando. Vio que la casa estaba abierta.
Como si fueran espectros, paso al lado de ellos sin mirarlos. Y una señora muy vieja vestida con pijama, desde el zaguán de la casa le dijo que entre si quería. Que ya sabía que estaba interesada en lo que hacía.
Luciana llegó, por fin, a lo de Matías y rompió en llanto. La madre de Matías la abrazó, y le dijo que no fue más que un susto.
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