Aquella mañana, los colores del jardín de Cordelia se veían más intensos que nunca. Era un día precioso para pasarlo al exterior. La niña corrió fuera de su casa y se sentó en el césped, aspirando el aire fresco y la agradable fragancia que emanaba de las flores.
Su madre estaba muy orgullosa de aquel jardín, que había cultivado con sus propias manos. Detrás de casa había un huerto del que sacaba vegetales y hierbas frescas a cada momento.
Al ver las flores, a Cordelia se le ocurrió que no estaría mal hacer una corona para usar en primavera.
Después de todo había muchas de ellas, nadie se daría cuenta.
Así, comenzó a inspeccionar todas las florecillas que crecían ante sí, pensando en cuales se veían más suaves y que colores le gustaban. Extendió la mano para arrancar una brillante rosa roja, luego tomó una bugambilia morada y después se decantó por un precioso tulipán.
—¡Ay! —se quejó alguien.
Cordelia frunció el ceño y miró alrededor, comprobando que no había nadie con ella.
—¡Aquí abajo! —exclamó una vocecita y entonces se volvió hacia las flores que sostenía en su mano.
—¿Por qué nos arrancas de esta manera? ¿Qué te hemos hecho para que nos trates así? —chilló el tulipán, a lo cual Cordelia dejó escapar una exclamación impresionada.
Aquello era lo más impresionante que había visto en la vida.
—Queremos estar de vuelta en la tierra —habló la bugambilia—, no nos gusta ser arrancadas de ahí porque nos secamos rápido.
—Y somos muy bonitas como para morir tan jóvenes —habló la rosa con voz trémula.
—Lo siento mucho —dijo Cordelia, repentinamente apenada—, no lo sabía.
—No, claro que no —añadió la rosa indignada—, nadie sabe lo que es realmente ser arrancada de la tierra. ¿Y para qué nos quieres, por cierto?
—Pensaba hacerme una corona de flores.
—¿Una corona de flores? ¡Bah! —dijo la bugambilia— Eso no vale la pena. Te verás bien por un rato, ¿pero qué harás cuando nos marchitemos y tu preciosa corona pierda todo su color? ¿No te sentirás ridícula llevando un tocado de flores muertas?
Cordelia se ruborizó.
—Estamos mucho mejor en la tierra, donde siempre recibimos suficiente luz del sol y agua de lluvia —dijo el tulipán—, eso es todo lo que pedimos del mundo. Pero las personas jamás nos preguntan si nos gustaría entrar en sus casas, solo nos ponen en jarrones o nos regalan a mujeres que rápidamente se olvidan de nosotras.
—Es algo verdaderamente triste —intervinó una margarita que observaba hacia el sol—, yo me moriría de tristeza si me llevaran lejos y no pudiera seguir viendo a mi amado, que ilumina todo el cielo.
—Les pido disculpas —dijo Cordelia sinceramente—, no sabía lo que era ser arrancada de esa manera. Ahora sé que ustedes también sienten —y las devolvió al suelo, donde las florecillas enraizaron de nuevo.
Desde ese día, Cordelia no volvió a arrancar nunca más una flor y siempre se aseguraba de que tuvieran agua para permanecer tan lindas como de costumbre.
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