Había una vez una tienda en la que se vendían los más hermosos árboles de toda la región. Había grandes y altos, bajitos y robustos, verdes como el bosque y blancos como la nieve, con cintas, con estrellas, con velas resplandecientes. Era la época de Navidad y la gente comenzaba a comprarlos todos.
—¡A mí, a mí! ¡Llévame a mí!
—¡No, no, mejor a mí! Yo soy más bonito.
—Pero yo soy más alto y tengo una estrella que brilla.
Todo era un gran alboroto en la tienda. Y entre aquellos árboles tan hermosos y elegantes, apenas y se veía a un diminuto arbolito, pequeño y poco frondoso, que trataba de hacerse notar entre los demás.
—A mí, por favor, llévenme a mí —suplicaba al ver pasar a las familias—, yo nunca he tenido una Navidad.
Pero nadie lo escuchaba. Finalmente, la tienda se vació por completo y solo quedó aquel arbolito humilde y melancólico. Justo estaban los dueños por cerrar, cuando una pareja elegante y bien vestida se acercó al escaparate, preguntando si les quedaba algún árbol para vender.
—Solamente tenemos uno —dijo uno de los encargados—, pero está tan chiquito y enclenque, que no creo que les vaya a servir.
Sin embargo, la pareja sonrió y respondió que era justo lo que estaban buscando, pidiendo que lo empacaran para llevarlo a casa. ¡El arbolito de Navidad no podía estar más feliz! Fue colocado sobre el coche de sus compradores y emprendieron el camino hasta una elegante mansión, de la cual salieron tres niños emocionados.
—¡Papá! ¡Mamá! ¿Nos han traído el árbol que les pedimos para Navidad? —preguntaron.
—Por supuesto. aquí lo tienen, era el último que quedaba en la tienda, tuvimos mucha suerte de hallarlo.
Los chicos, al ver el tamaño del árbol, fruncieron el ceño.
—Pero está muy chiquito.
—Y también está muy flaco, ¡mira que ramas tan torcidas tiene!
—Y además no trae ningún adorno.
El arbolito se sintió muy triste al escuchar a los niños. Entonces su padre habló.
—¿Qué es lo que les hemos enseñado acerca de estas fechas? Navidad no se trata solo de tener lo mejor o lo más costoso. Se trata de agradecer por lo que tenemos y estar juntos en familia, piensen en las personas que no pueden darse el lujo de comprar ni siquiera un árbol como este.
—Además —añadió la mamá—, no necesitamos un árbol enorme y robusto. Podemos hacer que este sea muy especial. Lo adornaremos juntos, lo cuidaremos con mucho amor y ya verán como Papá Noel estará encantado de dejar los obsequios debajo de él.
Los niños aceptaron y toda la familia junta se puso a decorar el árbol, quien de nuevo estaba feliz por estar recibiendo tanta atención y cariño. Cuando acabaron, ya no parecía tan débil ni insignificante. Esferas de colores colgaban de sus ramas, una cinta dorada envolvía sus hojas y una estrella tintineaba en la punta.
Era el árbol más bonito que habían tenido, porque se habían unido para decorarlo con mucho amor.
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