La Navidad es una fecha no solo para compartir y ser generosos con las personas que amamos, sino también para mostrar hospitalidad con quienes lo necesitan. Muy pocos conocen la leyenda que te voy a contar hoy, la cual ocurrió hace miles de años y hoy vuelve para recordarnos el verdadero propósito de estas fiestas.
Había una vez en un bosque, un enebro que se pasaba los días suspirando. Al ser un árbol estaba condenado a permanecer todos los días en el mismo sitio, la vida pasaba en silencio entre el resto de los árboles y solo cuando llegaba el invierno, sentía algo de dicha al ver como la nieve cubría el bosque con su manto blanco, pues era el único momento del año en el que ocurría un cambio.
Él no lo sabía, pero estaba a punto de suceder algo que cambiaría su vida para siempre.
Una noche fría de Diciembre, escuchó como a lo lejos lloraba una mujer. Se trataba de una madre desconsolada, que llevaba un bebé en brazos e iba de la mano de un hombre cansado y de mirada bondadosa. El enebro se preguntó porque estaría llorando y adonde se dirigían con tanta prisa.
Entonces los escuchó hablar.
Se enteró de que la mujer se llamaba María y había sido escogida por Dios para dar a luz a su hijo, el rey de los judíos y Mesías de la Humanidad. Desgraciadamente, el rey Herodes, que gobernaba con mano de hierro aquella región, se había enterado de esto por medio de sus astrólogos, quienes lo habían leído en las estrellas.
Temeroso de que el niño pudiera arrebatarla su reinado, Herodes había mandado a sus soldados a matar a todos los recién nacidos de su tierra.
María y su esposo, un carpintero de nombre José, huían en aquel momento de ellos, buscando un lugar donde resguardarse. La joven madre estaba muy preocupada porque si los encontraban, el mundo habría perdido su esperanza por completo.
Pero el ejército de Herodes estaba cada vez más cerca, ya podían escuchar sus pasos a pocos metros de distancia…
Conmovido por la familia, el enebro movió sus ramas y los rodeó con su follaje, ocultándolos de los ojos de los soldados. Los hombres de Herodes pasaron de largo, sin siquiera reparar en las personas que estaban escondidas detrás de aquel árbol gigantesco.
Y una vez que estuvieron lejos, María y José suspiraron de alivio.
—Gracias querido enebro, por ser tan hospitalario con nosotros esta noche —le agradeció ella al árbol—, ten por seguro que Dios en el cielo, sabrá recompensarte por tanta bondad.
Y así fue. Dios se acordó del buen árbol y lo dejó vivir más de cien años, en los cuales se inició una curiosa tradición. Todos los años, cada Navidad, las personas llevaban un árbol a sus casas y lo decoraban con los más hermosos adornos.
Era una forma de recordar las cosas buenas de la temporada y como, al igual que ese enebro tan especial, todos podemos abrir nuestro corazón para ayudar a quien lo necesita.
¡Sé el primero en comentar!