En el municipio español de Millanes, dentro de la hermosa Comunidad de Extremadura, se cuenta una leyenda lúgubre y llena de misterio que se remonta a varios años en el pasado. Dicen que hace mucho tiempo, vivía ahí un chico llamado Guillermo, junto a sus padres. Ellos tenían una próspera finca y aunque el muchacho solo contaba con doce años de edad, nunca dudaba en ayudar a su padre con las faenas más pesadas del lugar.
Su propiedad se encontraba algo retirada del pueblo y justo enfrente de un lúgubre cementerio.
Un día, Guillermo se levantó como de costumbre para trabajar junto a su papá. Ahí estuvieron a lo largo de la jornada, atendiendo a los animales, cultivando la tierra y cargando pesados fardos de paja.
Horas después comenzaba a anochecer y las nubes en el cielo anunciaban una temible tormenta.
—Hijo, será mejor que termines de guardar los caballos —le dijo a Guillermo su padre— y cuando termines, te vas inmediatamente a la casa, que tu madre te está esperando. Yo me voy adelantando al pueblo, porque ya quedé de estar en la taberna con unos amigos.
El niño le dijo que no se preocupara y el hombre se fue tan tranquilo.
Horas después, cerca de la medianoche, salió de la taberna y entró en su casa, sorprendiéndose de ver a su mujer tan preocupada.
—¡Al fin llegas! ¿Y Guillermo? ¿Cómo es que no viene contigo?
—Guillermo se quedó en la finca, le dije que en cuanto terminara con los caballos regresara a casa. Y de eso hace ya varias horas.
La pobre mujer se puso pálida como el papel. Rápidamente tocaron a las puertas de sus vecinos y entre todos se organizaron para salir a buscar al muchacho en el campo, con antorchas y armas.
A lo largo de la noche, lo único que podía escucharse eran los gritos de la gente llamando a Guillermo junto con el llanto inconsolable de su madre. Revisaron en la finca y vieron que los caballos se encontraban en sus caballerizas, pero del chiquillo no había ni rastro. Por un instante, su padre tuvo miedo de que jamás fuesen a dar con él.
Hasta que uno de los hombres del pueblo empezó a llamarlo.
Los padres del niño acudieron con un nudo en el estómago. Guillermo había sido encontrado pero ya era demasiado tarde. Su cuerpo yacía tendido en el suelo, mojado y con la cabeza ensangrentada. Se había matado al caer de su caballo y golpearse con una roca. El animal, probablemente se había asustado al escuchar un trueno, provocando así la fatal desgracia.
Devastados, los padres de Guillermo recogieron su cuerpo para velarlo y poco después fue enterrado en el cementerio frente a la hacienda.
Dicen que a veces, a las afueras de Millanes y durante las noches tormentosas, puede escucharse el eco fantasmal de la gente buscando al niño aquella noche tan triste y que en el cielo las nubes forman la silueta aterradora de un caballo blanco, como el que lo mató a él.
Erika me encantan tus historias, escribes muy bien!!! Sigue así