En el reino de los animales se estaba llevando a cabo una elección muy importante. Hacía mucho tiempo que todas las especies se habían puesto de acuerdo para decir que un solo animal tendría que gobernar sobre ellos.
Muchos habían sido los contendientes ansiosos por hacerse con tan grande honor, desde los más enormes mamíferos hasta los bichos que vivían en el suelo. Se llevaron a cabo un gran número de pruebas y bastantes criaturas dieron sus discursos a fin de ir acortando a los candidatos.
Cada vez había menos animales que se presentaban para hablar ante el público. Hasta que al final solamente quedaron tres: el camello, el elefante y el mono.
Los dos primeros estaban muy seguros de que iban a ganar y no consideraban al tercero como una amenaza.
Cuando les llegó el turno de hablar, no dudaron en exponer sus mejores fortalezas.
—Yo merezco ser el rey de los animales —dijo el camello presuntuoso—, puesto que soy el animal más resistente de la tierra. Puedo vagar días por el desierto sin beber una gota de agua. Para eso tengo esta enorme joroba, que me permite mantener mis reservas a tope. Ningún otro animal cuenta con tan importante ventaja.
El público cuchicheó entre sí, admirado por las palabras del camello.
—Eso no es nada —replicó el elefante—, yo sí merezco ser rey de los animales. Nadie es tan fuerte ni tan grande como yo. Cuando camino el suelo retumba a mis pies y los demás se atemorizan por mi tamaño. Mi trompa es tan grande, que puedo tomar frutos de los árboles y alimentar a cuantos quiera.
De nuevo los demás se pusieron a cuchichear, convencidos con el discurso del elefante quien sonrió victorioso.
—¿Y tú, mono? ¿Qué tienes que decir? —le preguntaron a este último, que hasta ahora había permanecido en silencio.
—Yo no soy fuerte, ni resistente, pero soy astuto —dijo—, y conozco las debilidades de mis contrincantes. El camello por ejemplo, es lento y no hace nada contra los bandidos. No podría defender a nadie aunque lo intentara. El elefante por su parte, a pesar de su gran tamaño, teme mucho a un animal inofensivo: el cerdo. Y es que es veinte veces más grande que él, ¿qué se puede esperar de semejante cobarde?
Y el camello y el elefante se sintieron muy avergonzados al escucharlo, pues sabían que todo lo que decía era verdad.
—Ya no hay más dudas entonces, el mono tiene que ser rey de los animales.
Y dicho y hecho, el primate fue nombrado soberano del reino animal y gracias a su inteligencia tomó decisiones muy importantes. Sabía como aprovechar a la perfección el talento de cada animal y mantener la armonía entre todos.
Pero lo más importante, fue que nunca olvidó que no debía confiarse de sus virtudes. Cuando los demás conocían las debilidades de uno, era raro que no las aprovecharan para sí mismos.
Por eso él siempre se recordaba ocultar las suyas y expresar confianza en su persona.
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