Erase una vez un asno muy presumido al que le gustaba alardear de lo que no tenía. Las virtudes que le faltaban sobre todo, eran tema de conversación entre él y cuantos animales encontrara en el camino. Por dentro en realidad era muy cobarde, pero se valía de las apariencias para dar a conocer lo que no era y sentirse admirado por quienes caían en sus mentiras.
—Una vez yo maté a una bestia con una sola mirada —relataba muy ufano—, soy tan valiente y tan temido, que lugar al que voy lugar en el que me respetan.
Estos chismorreos llegaron a oídos de un gran y noble león, quien curioso como era por naturaleza, decidió buscar al asno para hacerse su amigo.
—Si eres tan valiente como dices, debes ser un gran señor —le dijo el león—, vente conmigo y vamos a pasear por ahí.
Y el asno, pensando que estar al lado de un león como aquel lo volvería más intimidante a los ojos de las otras criaturas, aceptó gustoso. Algunos los veían con recelo y otros bajaban la mirada.
Sabían que el león era honesto y de cuidado, pero el asno no les convencía para nada.
—Vayamos a las montañas a ver si podemos cazar algo —sugirió el felino.
Y así ascendieron hasta un terreno montañoso, en el que pastaban unas cabras que nada más sentir que alguien venía, corrieron a ocultarse en una cueva.
El asno sonrió maliciosamente al darse cuenta de esto. En realidad nunca había vencido a ninguna bestia, pero unas cabritas no serían nada para él.
—Mira esto —le dijo al león—, ya verás que espectáculo.
Entró corriendo y rebuznando en la cueva igual que un loco, y las cabritas se asustaron tanto que salieron corriendo en tropel. Detrás de ella, salió también el asno riendo perversamente e irguiendo la cabeza muy en alto.
—¡Ya ves que bravo soy! —le dijo al león— Tienes suerte de estar conmigo, ¿viste como luche valerosamente para expulsar a esas infelices?
—¡Qué soberbia! —le dijo el león— De no saber de quien se trataba, hasta yo mismo me hubiese asustado. Además, esas cabras eran inofensivas, cualquiera podría haberlas asustado. ¿Pero qué habrías hecho si allí hubiera estado un oso?
—¡Por supuesto que lo habría derrotado! —exclamó el asno con desdén— No hay animal en toda la tierra que pueda amedrentarme, yo debería ser el rey de todos por mi bravura y resolución.
No bien hubo acabado de decir estas palabras, el león soltó un tremendo rugido que lo tomó por sorpresa y lo puso a temblar. Pensando que iba a comérselo, el asno se echó a llorar y se derrumbó en el suelo, suplicándole que tuviera piedad.
—¡Bah! No eres más que un burro mentiroso que presume lo que no tiene —le dijo el león—, creí que realmente eras tan valiente como decías. No vale la pena mi comerte.
Y al verse expuesto, el asno se sintió más avergonzado que nunca. Desde ese entonces nunca más mintió.
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