Esta es una de las leyendas urbanas más populares de Latinoamérica, aunque nadie sabe con exactitud en donde fue que se originó. La historia comienza en un pueblo pequeño, el típico lugar en donde todos los habitantes se conocen y que no cuenta con grandes atracciones. Este poblado poseía unas cuantas casas, además de un par de tiendas grandes para comprar, una plaza principal, una iglesia y otros establecimientos básicos. No obstante la construcción que más llamaba la atención, era el colegio infantil, el único existente en todo el sitio.
Había sido establecido dentro de un antiguo caserón del que ya nadie se ocupaba. Allí fue a parar una nueva maestra, que a pesar de su juventud y falta de experiencia, fue designada a enseñar en una de las clases de primaria. Y es que siendo un pueblito tan minúsculo, en realidad los maestros escaseaban y no podían darse el lujo de rechazar a ninguno.
La profesora se adaptó enseguida a sus alumnos. Todas las mañanas, después de ponerlos a hacer alguna actividad, tenía la costumbre de encender la radio para que pudieran escuchar algo de música mientras trabajaban.
Pero un día, la estación local interrumpió su programación para dar un aviso urgente. Un preso de la prisión de máxima seguridad más cercana al poblado, había escapado y se encontraba merodeando a la zona. Se recomendaba a todos los habitantes cerrar sus puertas y ventanas de manera hermética y no salir bajo ninguna circunstancia.
Al escuchar esto, los niños se sintieron nervioso pero la maestra se las arregló para tranquilizarlos, contándoles algunas historias. Fue en ese momento cuando una de las pequeñas pidió permiso de ir al baño.
Dudando, la mujer se lo concedió tras varios intentos por parte de la niña para convencerla, pues realmente tenía muchas ganas de orinar.
—Recuerda, antes de que te deje entrar y por precaución debes darme la contraseña secreta, que solo tú y nosotros conocemos —le advirtió—, dos golpes y tres arañazos en la puerta.
La niña se marchó a los lavabos. Quince minutos después, la profesora estaba al borde de un ataque de nervios. No entendía porque tardaba tanto. Finalmente y con alivio, escuchó como alguien daba un par de golpes seguidos de tres arañazos en la puerta del salón. Rápidamente fue a abrir, solo para encontrar la cabeza cercenada de su alumna mirándola en el umbral.
La chiquilla había sido encontrada por el criminal, quien antes de matarla la obligó a decirle la contraseña de clase.
Todos los niños fueron asesinados ese día. La maestra no pudo soportar sus gritos de agonía y terminó lanzándose por la ventana. La internaron el el manicomio tras sobrevivir de la caída, más nunca volvió a ser la misma. Recluida en una minúscula habitación, todo lo que hacía era balancearse y repetir la misma acción contra la puerta: primero daba dos golpes con la mano, luego tres arañazos.
El asesino jamás fue capturado de nuevo.
Se dice que en los baños del colegio, aun se aparece una niña sin cabeza.
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