Joaquín regresaba a la casa donde habían habitado sus abuelos durante la Segunda Guerra Mundial, una época de terror y privaciones que a nadie le habría gustado revivir por nada del mundo. Hoy, la pareja por fin estaba descansando en paz, pero su antigua propiedad tenía que ser aprovechada por alguien.
Su nieto pensaba rentarla o venderla para sacar beneficios, aunque primero tenía que limpiarla y deshacerse de las cosas que quedaban en el interior. Ya sus familiares se habían repartido todo, excepto unos cuantos objetos sin importancia.
Entre ellos, Joaquín se encontró con un cuadro tan hermoso como triste, en el cual se hallaba retratado un niño pequeño, con lágrimas en los ojos. Ver su expresión de angustia le partió el corazón.
Sin saber porque, tuvo el impulso de llevarse la pintura con él, como si no quisiera dejar al pequeñito solo.
Esa misma noche, Joaquín dejó el cuadro apoyado contra la pared del pasillo y se fue a dormir. Horas más tarde, en medio de la oscuridad, fue despertado por un llanto misterioso.
Somnoliento, se dio cuenta de que parecían los gimoteos de un niño pequeño y sintió un escalofrío el recordar que vivía solo.
El llanto venía del pasillo, pero Joaquín no se atrevió a asomarse,
Al día siguiente y rogando porque todo hubiera sido un sueño, se dedicó a analizar con mayor detenimiento el cuadro y vio que estaba firmado por el autor, un tal Giovanni Bragolin. De inmediato lo buscó en Google y obtuvo a cambio una información aterradora.
Giovanni Bragolin había sido el seudónimo de un pintor fracasado llamado Bruno Amadío. Él había vivido en tiempos de la Segunda Guerra Mundial y era un italiano entusiasta del régimen fascista. Los cuadros de los niños llorones, que retrataban a pequeños huérfanos con lágrimas en los ojos, eran su obra más conocida y la que le había otorgado la fama.
Se rumoreaba que en aquellos tiempos, Bragolin había hecho un pacto con el diablo para lograr ser un pintor reconocido, pero el precio a pagar había sido alto.
El maligno le había pedido retratar el sufrimiento y la miseria humanos en su más honesta condición. Para lograrlo, Bragolin había visitado diversos orfanatos en los que los niños pasaban hambre y miedo. El artista los maltrataba, los insultaba y los golpeaba con el permiso de las autoridades de dichas instituciones, a las cuales pagaba con tal de terminar sus cuadros.
Hoy, estos se encontraban repartidos por diversas partes del mundo y tenían fama de estar malditos, pues en todos los lugares donde habían sido colocados habían ocasionado desgracias.
Eso sin mencionar los aterradores llantos que manaban de ellos.
Luego de esa tarde, Joaquín sacó el cuadro de su casa y lo dejó en la calle. Un par de horas después, cuando se asomó, el mismo había desaparecido.
No iba a extrañarlo.
Este cuento corto está basado en la leyenda urbana de los niños llorones, una serie de cuadros pintados por el artista Giovanni Bragolin, los cuales se rumora que están embrujados.
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