Cuando un padre de familia fue transferido una nueva ciudad por su trabajo, él se fue a vivir a una casa recién remodelada junto con su mujer y sus hijos, de espaciosas habitaciones y con un gran jardín. No obstante lo hermosa que era por fuera y por dentro, había un detalle que los hizo sentir un tanto incómodos desde el principio: en el vestíbulo de la vivienda se encontraba colgado un enorme cuadro, el cual mostraba a un colorido y sonriente payaso. Este tenía una mano levantada con el puño cerrado.
Había algo en ese retrato que les daba mala espina. No obstante, como no encontraban la forma de descolgarlo decidieron dejarlo donde estaba por el momento y ocuparse de completar la mudanza.
Por la mañana, al levantarse, el padre se llevó una terrible sorpresa: su esposa yacía muerta a su lado. Mientras dormía había sufrido un infarto silencioso y él no había sido capaz de darse cuenta. Sumida en un shock profundo, la familia llevo a cabo el entierro de la pobre mujer, sin darse cuenta de que ahora el payaso del cuadro mostraba uno de los dedos de la mano extendido.
Días después la vida de todos continuaba, con la tristeza de haber perdido a la madre. Deprimido, el padre se sintió al borde de la desesperación cuando su hijo pequeño enfermo gravemente y tuvo que ser internado en el hospital, donde estuvo muy grave. Una mañana, el desdichado hombre regresó junto a sus hijos mayores para comunicarles que el niño había fallecido. El payaso ahora tenía dos dedos extendidos.
Las desgracias apenas comenzaban.
Poco después la hija de en medio murió también, al ahogarse en la bañera mientras tomaba una ducha y el payaso extendió entonces su tercer dedo. Como en un cuento corto de horror, la vida del padre se estaba transformando en un auténtico infierno, por culpa de estas tragedias. Lentamente se dio a la bebida y dejó de prestarle atención al único hijo que le quedaba.
No fue sino hasta que él también perdió la vida en un accidente de automóvil, que el hombre se percató de la naturaleza de aquel cuadro maligno. El payaso sonreía más que nunca y tenía levantados cuatro dedos de la mano.
Lleno de rabia y de terror, el padre fue a por cerillas y gasolina, dispuesto a quemar aquel objeto. El fuego se extendió rápidamente por toda la casa pero el endemoniado retrato parecía repeler las llamas. Cuando los vecinos se dieron cuenta del incendio y llamaron a los bomberos, era demasiado tarde: el hombre había muerto carbonizado.
Los bomberos recién terminaban de combatir el fuego cuando salió el sol. Revisaron los escombros de la casa, por si podían rescatar algunas de pertenencias de la familia o documentos de identidad, en vano. Absolutamente todo había sido reducido a cenizas.
Lo único que encontraron fue un enorme cuadro lleno de color, que mostraba a un payaso estrafalario y sonriente con la mano derecha extendida, mostrando los cinco dedos.
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