Érase una vez un niño de más o menos 10 o 12 años, que no le hacía caso a su madre. Se iba a los circos sin zapatos y aunque ella lo regañaba, a él no le importaba lo que le dijera.
No iba a la escuela pero un día llegó la policía a su casa, avisándole que tenia que ir al colegio.
Al salir para volver a su casa, se internó en un callejón y escuchó ruidos extraños.
—Voy a pasar rápido, tengo un mal presentimiento —se dijo asustado, avanzando hasta salir de dicho callejón.
Al llegar a su casa, no le dijo nada a su madre.
Al otro día siguiente no fue a la escuela y cuando la policía acudió de nuevo a su casa, su madre les confesó que no sabía donde estaba, pues se había ido por la mañana.
Por la tarde, el chico regresó a su casa y su madre le preguntó donde había estado.
—Estaba en el río, mira mamá, traje pescado.
—Está bien, pero no le digas nada a tu padre.
Al caer la noche, su padre llegó y lo castigó a golpes. Era tanta la rabia que tenía contra él, que el muchacho tomó una piedra para pegarle en la cabeza; no obstante, su madre se interpuso, deteniendo la pelea.
Por la mañana, ella madre le pidió que fuera a comprar pan.
—No iré.
—¡A ver si no te sale el diablo, por desobediente!
Al salir de casa, el chico pasó por el mismo callejón en el que había escuchado aquellos ruidos raros. En ese momento apareció frente a él un señor alto y vestido de negro, fumando un puro. El desconocido lo levantó y sintió un intenso un olor a azufre.
Un vecino salió con una escopeta de doble cañon y disparó al aire. El diablo se fue y el muchacho regresó asustado a su casa, donde le contó todo a su mamá.
—Eso es para que veas que tienes que hacerle caso a tu madre y nunca desobedecerle, por mas mínima que sea la orden.
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