Existe un viejo mito japonés que asegura que todas las personas venimos a este mundo unidas a nuestras almas gemelas. Un hilo rojo invisible une a dos personas que están destinadas a quererse toda la vida, anudándose en sus dedos meñiques. Pero como no lo podemos ver, nos podemos pasar años buscándole sin descanso.
Algunos tienen suerte de encontrarla. Otros, no tanto. Y otros, prefieren ignorar los caminos que el destino ha tendido para ellos.
Cuentan que hace mucho tiempo, un poderoso emperador estaba intrigado por saber quien sería la mujer con la que se casaría. Acababa de ascender al trono y uno de sus consejeros le había dicho, que en su reino habitaba una bruja que era capaz de ver el hilo rojo que conectaba las almas.
—Traigánla ante mí de inmediato —ordenó.
Y sus guardias fueron a buscar a la bruja.
Cuando esta llegó, se inclinó delante del emperador. Era una mujer muy vieja y vestía extravagantemente.
—Dicen que tú puedes encontrar el alma gemela de las personas —le dijo el soberano—, si me ayudas a encontrar la mía, te recompensaré generosamente.
La hechicera preparó entonces un brebaje que le dio a beber.
—Beba, Su Majestad y podrá ser capaz de ver por sí mismo el hilo rojo que lo une con la mujer de su vida.
Ansioso, el Emperador bebió hasta la última gota de la poción y cuando miró su mano, vio un hilo carmesí firmemente atado en él. En compañía de la bruja empezó a seguirlo y montó en su caballo al ver que salía de palacio.
El hilo avanzó muchos kilómetros delante de ellos, hasta ir a internarse en un pueblecito muy humilde que estaba en los confines del reino. Finalmente, terminó en un mercado donde una pobre campesina amamantaba a su bebé. Y la criatura tenía atado en el dedo meñique el otro extremo del hilo.
—¿Qué clase de broma es esta? —preguntó el emperador indignado.
—Ninguna broma, Majestad. Usted mismo puede ver el final del hilo —le dijo la bruja—, esta será la mujer con quien se casará algún día.
—¿Estás diciendo que yo voy a casarme con una campesina mugrienta?
El monarca se enfadó tanto, que arremetió en contra de la pobre mujer y provocó que su bebé cayera al suelo, abriéndose en la frente una herida con forma de luna.
Entonces ordenó que arrestaran a la hechicera y la desterraran de su nación. Se marchó a su palacio, ignorando el agudo llanto del bebé.
Años más tarde, presionado por tener descendencia, decidió buscar a una mujer para casarse. La elegida fue una muchacha a la que no conocía, pero de la cual le habían llegado rumores, de que era sumamente hermosa y culta.
El día de la boda, su prometida entró en el templo con el rostro cubierto por un velo. Cuando él lo levantó se quedó sin habla.
La futura emperatriz era muy bella. Pero tenía en la frente una cicatriz en forma de luna. Ella era el bebé al que había herido tiempo atrás.
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