A Juanito le gustaba mucho jugar en las vías del ferrocarril. Era un niño muy inquieto y no se le daba bien eso de obedecer. Para colmo su mamá no era muy paciente, a Doña Cleotilde no le gustaba que su hijo hiciera tantas travesuras y a menudo lo regañaba con una curiosa amenaza:
—Si no te portas bien, un día de estos te va a llevar el hombre de la vía.
¿Quién era el hombre de la vía, te preguntaras? Nadie lo sabe exactamente, aunque no era extraño que algunos adultos lo mencionasen para asustar a los pequeños. Algunas madres desciña que se trataba de un hombre alto, con brazos anormalmente largos y una sonrisa de oreja a oreja. Otras, lo describían como un tipo más bien enano, de ojos penetrantes, que arrastraba consigo un saco viejo y raído. Y había unas pocas que se referían a él como un sujeto desfigurado.
Los chicos del pueblo evitaban acercarse a los rieles del ferrocarril, por temor a que este ser los cogiera y se los llevara. Chismes de vieja más que nada, tú sabes que las madres pueden decir muchas cosas por cuidar a sus hijos. Y a ellas, lo único que les importaba, es que ellos no tuviesen un accidente bajo las ruedas de un tren.
A Juanito nada de esto le importaba. Rebelde como era, jugaba a pasar de un lado a otro justo cuando el tren iba acercándose. Era un milagro que ninguno le hubiese pasado por encima.
Un buen día, Juanito dijo a sus amigos que la noche anterior, antes de regresar a casa, había visto a un hombre extraño caminando por la vía. Llevaba un sombrero de copa y era de estatura promedio. Tenía las uñas asquerosamente largas y una sonrisa deforme. Cuando había levantado la cabeza, el niño se dio cuenta de que sus ojos eran canicas de vidrio, fijas en él como la mirada mecánica de una muñeca y salió corriendo.
Nadie quiso creerle, Juanito mentía de manera constante. Se quedó tan indignado por la falta de confianza de sus compañeros, que aseguró que volvería a la vía al día siguiente, solo para probar que decía la verdad. Quien quisiera acompañarlo, podría verlo con sus propios ojos.
Pero nadie quiso.
Esa noche Juanito no regresó a su casa. Su madre, angustiada, convocó a mediodía pueblo para buscar en los alrededores, pero del chiquillo no se encontró ni rastro. Era como si simplemente, se hubiese esfumado de la faz de la tierra. Sin embargo… sin embargo, hubo un par de niñas que juraban haberlo visto por última vez a lo lejos, desde sus ventanas, caminando junto a un hombre con sombrero de copa.
Nadie ha vuelto a ver a Juanito desde entonces. Algunas personas dicen que escapó de casa. Otras que en realidad fue arrollado por un ferrocarril y su madre, para afrontar la pérdida, fingió que nada de esto había pasado. Pero otras pocas, aseguran que se lo llevó el hombre de la vía.
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