Esta leyenda corta cuenta los orígenes de Pegaso, el famoso caballo alado.
En la mitología griega existe una criatura que hasta el día de hoy, sigue despertando admiración en todos los amantes de las historias fantásticas. Su nombre es Pegaso, un hermoso caballo con alas al que cuentan, nadie podía domar.
Nació de la extraña unión entre Poseidón, el dios de los mares y Medusa, esa mujer cuyos cabellos estaban llenos de serpientes. Dicen que cuando el dios Perseo mató a la Gorgona, su sangre se derramó sobre las aguas del mar, fecundando los territorios del señor del océano y dando origen al bello equino.
Pegaso era rápido como un rayo al descender a la tierra y completamente libre. En cada sitio que pisaba, el agua brotaba a raudales debajo de sus pezuñas, librando al mundo de la sequía y la escasez.
A menudo se lo podía sobrevolando los cielos apenas salía el sol, por lo que muy pronto, despertó la atención y la codicia de muchos.
Uno de ellos fue Belerofonte, héroe cuyas grandes hazañas también serían contadas con el pasar de los años. Él deseaba mucho tener una montura tan intrépida como Pegaso, pero no sabía como hacer para domarlo, pues el caballo era muy salvaje y orgulloso.
Así que pidió ayuda a Atenea, la diosa de la sabiduría, quien se lo pensó seriamente antes de entregarle una brida de oro con la que le aseguró, Pegaso no se le resistiría.
Belerofonte partió pues en busca del caballo, al que encontró retozando en tierra. En un principio, Pegaso quiso pegarle con sus poderosas patas pero en cuanto el héroe le hubo puesto la brida encima, se volvió manso como un cordero y permitió que lo montara.
Desde entonces, él y Belerofonte se volvieron inseparables, llegando a comprenderse el uno al otro. Pegaso lo acompañó en muchas de sus aventuras heroicas y muy pronto, Belerofonte adquirió fama como uno de los hombres más poderosos del mundo. Esto lo envaneció y lo llevó a desear el privilegio más sagrado de todos: convertirse en un dios.
Tomó a Pegaso y voló hasta las puertas del Olimpo, creyéndose capaz de desafiar al mismo Zeus, quien montó en cólera al enterarse de su osadía. Belerofonte era poderoso, sí, pero no lo suficiente como para colocarse al mismo nivel que un dios.
Cuando Belerofonte se estaba acercando a su hogar en el cielo, Zeus envió a un insecto diminuto para picar a Pegaso, quien se retorció de dolor al sentir aquel dolor punzante en su pata. Tanto así, que perdió el control y tiró a Belerofonte.
El héroe cayó a miles de metros de altura y aunque sobrevivió, quedó impedido para siempre. Nunca más habría de realizar grandes hazañas. Pegaso por su parte, al verse libre de él, pudo sacarse de encima la brida de oro y volvió a volar libre por los cielos, sin que nadie se atreviera a ponerle las manos encima de nuevo.
Zeus se quedó muy satisfecho después de haber dado esta lección.
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