Es un día ajetreado en el aeropuerto, como de costumbre, la gente va y viene rumbo a destinos distintos. Hay un vuelo a punto de abordar y en la sala de espera, una mujer que lleva esperando por horas. Está pálida y desvelada. Sostiene entre sus brazos a un pequeño niño envuelto en sábanas, al cual no logra verle el rostro. Lo hace de manera mecánica y desinteresada, casi como si fuera un elemento más de su equipaje.
Por más que lo intente no puede desviar su atención de ella; siempre termina volviendo a mirarla con suspicacia, intentando espantar ese instinto suyo que le dice que hay algo que anda mal ahí.
Sus años como policía le han enseñado a no fiarse de las apariencias.
La mujer se ve desesperada por abordar su avión. En todas las horas que lleva allí, no ha mirado al niño una sola vez, ni se ha levantado para cambiarlo. Lo que es más extraño aun, el bebé no se ha despertado para llorar o pedir algo de comer.
Su madre se levanta del asiento y camina nerviosamente, sin fijarse, chocando con él. Casi suelta al pequeño.
—¿Se encuentra bien, señora?
La aludida asiente con la cabeza, asustada y vuelve a sentarse.
Por fin, una voz en el andén da instrucción a los pasajeros para ir subiendo a ocupar sus lugares. La joven madre se forma con los otros, en espera de entrar al avión.
Preocupado, el policía se acerca para preguntarle por segunda vez como se encuentra su bebé.
—¿Podría echarle un vistazo? —inquiere— No queremos que el pequeño viajé herido a bordo del avión, ¿verdad?
—Él está bien, no se preocupe —dice ella cortantemente.
—No le haré ningún daño, solo será un momento. Tenemos personal médico aquí que podría…
—¡Solo aléjese de mi hijo, degenerado!
—Señora, no es necesario que levante la voz.
Ahora todos los pasajeros la están mirando con extrañeza. La mujer tiembla ansiosamente y parece que en cualquier momento, va a tener un ataque. Todos están murmurando.
—Señora, ¿segura que se encuentra bien? Debería sentarse un momento. Si está mal de salud, no es conveniente que aborde…
Vencida por la presión, la inestable madre deja caer a su hijo al suelo y se va corriendo. Todos se quedan estupefactos. El policía se inclina de inmediato para recoger al niño, que ni por el golpe se ha despertado. Y ahora sabe porque.
Al destaparlo, se da cuenta de que está desnudo y tiene una enorme sutura que va desde su entrepierna hasta su cuello. No respira, está muerto.
Más tarde, al detener a su madre y examinar el cuerpecito del infante con atención, se darían cuenta de que su interior se hallaba repleto de drogas. Aquella mujer pretendía usarlo para pasar las sustancias ilegales de un lado a otro de la frontera, sin que nadie se enterara. Porque, ¿quién sospecharía de una madre con su bebé?
El policía no quiere ni imaginarse la forma en la que murió aquel pobre pequeño.
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