Hacía frío, aquella mañana cuando el gran estudiante de imagen y fotografía, Marcos, transitaba por la hermosura de las calles de Madrid, solitario y cabizbajo. Era un lunes apaciguo, donde el semblante lluvioso no permitía la salida común de toda la gente, haciendo que este, se viera solo, entorno al resto del camino.
Marcos, que tenía mucho tiempo sin pasar por la zona donde se respira a lo antiguo y se destaca una apariencia de pasado, siempre iba retratando las panorámicas a medida que daba, cada paso, mostrando en sus fotografías, la belleza de las iglesias antiguas, los pórticos de estilo árabe y hasta los balcones salomónicos, siempre tratando de expresar un tipo de melancolía artística, sin saber por qué.
Con tanto caminar, fue como Marcos llegó a un viejo monasterio, el cual se ubicaba en la punta de un casco colonial, siendo así un portón clásico con una tétrica bienvenida, para todo el que entrase, dando lugar a un paraíso completamente encantador a medida que iba adentrándose sobre el portón.
Este enorme patio de piedra antigua, propiciaba un componente realmente inolvidable con hermosos jardines que resultaba el ícono para tomar las mejores imágenes panorámicas de su vida. Mientras tomaba más y más fotos, más se emocionaba, pensando que el sentido de la divinidad lo había llevado a tal lugar a disfrutar de lo romántico, a lo antiguo, a lo convencional pero fuera de serie.
Dentro de los acercamientos fotográficos que logró tomar, la silueta de alguien detrás de un arbusto fue lo que asombró la perspectiva de Marcos, acercándose y encontrando a una joven mujer rubia completamente empapada, la cual se sabía triste, llorando sola y desconsolada sobre una piedra del jardín.
-¿Te sucede algo?¿Qué estás haciendo aquí? La joven solo se encontró con los ojos de Marcos y continuó llorando desconsolada. Marcos, como buen caballero se quitó el impermeable que llevaba puesto para arroparla del frío y de la lluvia.
Él le hablaba, ella no contestaba a ninguna de sus preguntas, así que tomó la opción de seguir en su trayecto tomando fotografías mientras la rubia seguía allí, incluso retratándola hasta que la misma, sonrió. La tomó de la mano y salieron del monasterio a recorrer la belleza de las calles mojadas, viviendo entre risas cada momento.
No se quién seas, pero me encanta que me muestres la belleza de tu sonrisa, aseguró Marcos mientras la miraba a los ojos. Tras dos minutos de silencio, él le confirmó: ¡si no vas a hablar, mucho mejor! Y fue el momento de su primer beso, correspondido con mucha dulzura y cariño. La joven rubia suspiró y reflejó una cara alegre, felicidad que a Marcos le parecía mucho más atractiva.
-¿Cómo puede estar triste una mujer tan hermosa? Dijo Carlos, has sido mi regalo de la lluvia. Fue allí, donde sin saber su nombre, ambos se compartieron los números de teléfono. Ella tomó un taxi y él quedó a la espera de que el destino los juntara de nuevo, para vivir otro momento de plena felicidad.
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