¿Sabes? La vida de muy mala manera me había enseñado que no era nada dulce como se decía, de hecho era amarga o cuando menos agridulce.
Crecí en el seno dede una familia disfuncional. Para empezar mi papá nunca fue una persona muy dada a cualquier manifestación de afecto, siempre mostró un rostro poco afable y una actitud un tanto tosca y hostil hacia mi persona, era un sujeto grande y gordo, que había dedicado casi toda su vida a trabajar en una vieja carnicería cerca de casa, un sujeto pesimista y conformista, que nunca tuvo ningún propósito en la vida. Suena duro lo sé, pero es lo menos que podría decir de tan miserable persona. Por otro lado mi mamá no era distinta, siempre fue un tanto indiferente a su entorno, acostumbraba fumar demasiado y tenía una mirada muy distraída, sumida en sus pensamientos. A veces pasaba casi medio día sin pronunciar siquiera una palabra y cuando lo hacía eran gritos de ira o reproches, acompañados de frases tales como… «Espera que llegue tu padre», o «¿por qué no te aborté?»
Sinceramente no niego que muchas veces sentí ganas de irme y desaparecer, pero carecía de fuerzas de voluntad para hacerlo. Sentía que me faltaban fuerzas para todo, esta situación no se hizo ajena en la escuela y fuera de la casa, constantemente veía falta de empatía en todos lados, gente aprovechándose de la necesidad de muchos en las aceras y callejones, robos, y toda manifestación de corrupción que se pueda imaginar. Una vez me tocó presenciar como un camión arrolló a un vagabundo en la calle mientras este recogía un saco que se le había caído, recuerdo que nunca paró a ayudarlo y no recuerdo a nadie que lo hiciera. El hombre murió sin mayor reparo a los pocos minutos del accidente. Otro día vi como un hombre golpeaba a un chico especial por robarle un aguacate, era una constante que se repetía una y otra vez a lo largo de los días.
Una noche mi mamá exigió que me fuera a dormir temprano, aludiendo al hecho de que no había nada que cenar. No había comido en todo el día y desde luego que se me hizo una tortura coger el sueño. No había transcurrido una hora cuando vi por un agujero de la puerta de mi habitación, como mi madre le servía un banquete a mi padre al llegar del trabajo. Fue la última vez que lo harían. Fue la última noche que los ví con vida. A la mañana siguiente me topé con un charco de sangre a los pies del viejo almohadón donde dormía. Al seguirlo hasta la cocina me recibió aquella escena, alguien los habían asesinado. Parecía que era algo personal pues les habían cortado las gargantas. Recuerdo muy bien aquella imagen, estaban pálidos y con la mirada perdida. Juró por dios que no derrame una sola lágrima.
Las autoridades no atraparon al culpable. De hecho nunca hubo una investigación seria. Calificaron el hecho como un ajuste de cuentas o algo así.
Como era de esperarse nadie se quiso hacer cargo de mí, así que terminé en el orfanato, aunque no por mucho pues escapé poco después y me dedique a deambular por las calles un buen tiempo, hasta que empecé a ganarme la vida a base de cualquier favor que le hacía a transeúntes.
Cierto día mientras atravesaba las vías del ferrocarril, hallé un bulto sujeto a los rieles. Me dio mucha curiosidad saber cuál era su contenido, así que con mucho cuidado lo desamarré, lo abrí y para mí sorpresa, había un pequeño cachorro moribundo, apenas y respiraba, se movía con cierta dificultad y se veía en grave estado de desnutrición. Sentí indignación y rabia al verlo así, ¿qué había hecho ser tan inocente para tener tal destinó? Algún un morboso más quería ver todas sus vísceras esparcidas al día siguiente.
No lo pensé mucho y me lo llevé, lo alimenté con lo que pude, a veces me sacrificaba por él. Con el transcurrir del tiempo fue creciendo y con él, un gran apego y lealtad muy propio de estos seres. Mi vida continuó como de costumbre aunque con algo más de sentido, tenía un amigo y más que eso, un hermano. Nos teníamos el uno al otro, iba conmigo a todas partes y siempre me alegraba el día con sus ocurrencias caninas. Con el transcurrir del tiempo se había hecho un perro muy sano y vigoroso, era muy atento y mucho más inteligente que la media. Sin darme cuenta había alcanzado un estado mental que nunca antes había experimentado, gracias a tan agradable amigo peludo.
Un día enfermé gravemente, al punto de que no lograba ponerme de pie. Temía por mi vida, temía morir así y dejarlo a él, vagando en este mundo tan carente de bondad- El día transcurría y me sentía cada vez peor, en determinado momento desperté de uno de aquellos letargos y para mí sorpresa no estaba, se había ido sin dejar nada. Empecé a llorar sin reparo, lloré e imploré que se me acelerara mi muerte, quería acabar con todo de una buena vez, hasta que un sonido a mi lado me alarmó. Volteé lentamente y allí estaba él, sosteniendo con mucho esfuerzo un pollo que había cazado de quién sabe dónde, junto a un montón de plantas y hierbas que suponía yo, él creía que me ayudarían. Aquel gesto bastó para levantarme como si todo lo que había sufrido hubiera sido obra de mi imaginación. Lo abracé, aquel ser había demostrado ser más humano que cualquier persona que hubiese conocido antes.
El mal que me aquejaba se esfumó de un día para otro, una sensación de plenitud vino con la mañana. Bien dicen que la felicidad es invaluable, en ese momento lo entendí. Él y yo siempre pasábamos frente a un concesionario donde se dejaba ver un Mustang rojo precioso, pero sentía que no lo iba a necesitar jamás, teniendo a mi amigo siempre a mi lado.
No tenía mucho, de hecho a duras penas había logrado habitar una vieja cabaña abandonada a las afueras del pueblo. Era feliz, un alma libre, viví los años más felices de mi vida junto a ese animal, o como yo lo llamaba, «Ser».
Pero cosa rara y como bien dije al principio, la vida no es dulce como dicen, de hecho es cuando menos… agridulce. Cierta mañana, mientras caminábamos rumbo al pueblo, en una ruta cercana vi como se acercaba un vehículo rudimentario, hecho para las labores del campo. A medida que se aproximaba y producto quizás, del violento sonido de revoluciones, logré percatarme de que llevaba una desenfrenada carrera, una diría endemoniada y hasta criminal. Aquel sonido insoportable me dejo inmóvil aunque nervioso. Por pura inercia, volteé hacia amigo y este se retiró de la orilla para retomar el camino al otro lado de la carretera. Tal vez por nervios, muy rápido o muy tarde, y por desgracia ,el malnacido chófer de aquel maldito vehículo de dos toneladas nunca aminoró su marcha. De hecho, más que un gesto de pura negligencia, fue pura alevosía, «pura alevosía humana». Y fue así que en un estruendo, un alarido y un crujido, vi despedirse de forma injusta y un tanto inconsciente a mi fiel amigo, quizás muy pronto.
Quedé estupefacto en un vacío mental que parecía el más sepulcral silencio infinito, ese que se asemeja a la muerte de la teoría de Darwin; muy para mi desgracia, lo estaba sintiendo en vida.
Cobre conciencia de mi entorno y tan rápido como mis pupilas volvieron a su tamaño original, vi despedirse también, aunque de forma burlona, a aquella mole metálica que, salvó un par de tumbos, poco o nada vio diezmada su carrera tras el brutal atropello.
Y allí estaba, los restos de los que junto a al sol y la luna, acompañaron a este pobre caminante por años. La vida me dió a probar un poco de la felicidad, aunque me la arrebató de forma súbita.
Por un breve instante mi vida había perdido sentido. Los rastros de aquellas ruedas ensangrentadas y el peculiar olor a mierda bovina de tu camioneta me llevaron a tu propiedad. Sé que te aburre escucharme hablar de mi vida, pero es solo un recuerdo de como nuestra sociedad crea monstruos. Muchas veces la justicia y la maldad no siempre son conceptos antagónicos, hace rato disfrutaste aplastar a un ser mucho más humano que tú y ahora mírate, suplicando clemencia detrás de las mordazas. Antes de esparcir tus vísceras quiero devolverte el favor y darte el privilegio de presenciar como muere tu familia frente a tus ojos… esa escopeta de allí atrás es perfecta… ahora pondré en práctica lo único que aprendí de mi padre y que él mismo aprobó el día de su muerte.
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