Las calles están a oscuras y vacías, a excepción de una figura con gabardina que anda despacio, haciendo resonar sus pasos entre las mugrientas paredes del callejón. A su alrededor ve pilas de bolsas de basura abiertas que desprenden un hedor nauseabundo. Hay pañales sucios, restos de comida, ropa sudada… A todo eso hay que sumarle el olor a mierda y meado que hay en el ambiente.
Si por él fuera estaría bien lejos de aquel lugar, en una de esas maravillosas playas que salen en los libros antiguos. Lugares que ya no existen, sino que están repletos de mierda, literalmente. No, el mundo ya no es un lugar bonito en el que habitar, solo hay podredumbre y violencia. Y su trabajo consiste en reducir esta, pero el mundo está demasiado podrido para hacer algo, pero como no sabe hacer otra cosa, a ello se dedica.
Un intenso ruido a lata rodando por el suelo lo alerta y saca su pistola, pero solo ha sido un gato que ha salido corriendo y ha golpeado el objeto. Sigue con la mirada la dirección que sigue el gato, el cual se ha metido en otro callejón y consigue ver un grupo de ratas que están devorando algo. Sus sospechas empiezan a confirmarse.
Anda muy despacio mientras gotas que caen de ropa tendida golpean su espalda y espera que realmente sea agua. Por su lado las ratas se le quedaron mirando y le chillan agresivamente, protestando por la interrupción de su manjar. A un así, él, acostumbrado a la cantidad de ratas que hay en la ciudad, siempre lleva una especie de soplete con el cual asusta a esas alimañas con la boca llena de sangre.
Una vez espantadas las ratas observa lo que estas estaban devorando. Las tripas de un hombre de unos 27 años están todas desparramadas por el callejón. Al parecer las ratas le habían hecho un agujero con sus dientes en el bajo vientre y se lo habían pasado genial jugando con los intestinos de la infeliz víctima. De hecho se puede observar cómo ha habido riñas entre ellas por los trozos de carne que hay esparcidos. Pero no solo le han sacado las tripas, el cadáver también tiene la caja torácica, con sus costillas, al aire, se puede ver lo que quedan de los pulmones y parte del devorado corazón.
Todo su alrededor huele a sangre fresca, pero aun así no hay la cantidad de sangre que debería de haber para el estado del cadáver, aunque eso no quita que por lo menos debe de haber un litro de sangre por los alrededores…
Lo más característico del cuerpo, obviando la falta de sangre, es que no tiene cabeza, pero no es que alguien o algo la haya cortado, no, es como si la cabeza simplemente hubiese explotado. De hecho se pueden ver en las paredes trozos de cráneo incrustado. Parecía como si la gran mayoría del cuerpo se hubiera acumulado a gran presión en la cabeza y esta al final haya estallado como lo haría un globo, esparciendo trozos de hueso y masa cerebral. Si uno se fija incluso puede ver los ojos del que antes era un humano vivo por los alrededores. Uno ha caído dentro de una maceta, como si un bulbo con ojo te estuviera observando, el otro estaba incrustado en uno de los hierro de una ventana, pinchado como si fuera una aceituna que se utilice para la copa de algún licor.
Esta era la onceava victima que encontraba esta semana. Nadie ve ni sabe nada, simplemente la gente se despierta y encuentra el cadáver. De hecho él ha encontrado ese cuerpo por que ha visto una figura con un enorme sombrero que salía de callejón, pero cuando iba a seguirle ha pasado un autobús y ya no lo ha visto más. Después de dar una vuelta y no detectar al individuo sospechoso ha decidido entrar en el callejón. Así llegamos al momento en cual nos encontramos en esos momentos. El saca su teléfono y llama a su comisaria para pedir que vengan a recoger muestras y a levantar el cadáver.
Según sus deducciones si el asesino fuera el tipo del sombrero, que podría no ser, al menos se había quedado media hora junto el cadáver, observando como las ratas se lo comían. Aunque eso sería extraño que las ratas estuvieran comiendo con una persona a su lado. Estaba colapsado, necesitaba descansar, no pensaba con claridad. Se iría a casa después que llegaran los otros.
Abrió la puerta y luego la cerró detrás de él dándole cinco vueltas a la cerradura y pasando un grueso pestillo. En aquella ciudad toda seguridad era poca, de hecho él dormía siempre con la pistola muy cerca. Después colgó su gabardina y se dirigió a la cocina. Cogió un vaso, le puso dos hielos y lo lleno de bourbon del bueno, habito que cogió de su mentor Bruce Mclain. Era uno de los pocos caprichos que se permitía.
Después de apurar el vaso, se lo volvió a llenar, pero esta vez se dirigió a su raído sofá y se sentó todo lo largo que era en el sofá, pero sin llegar a acostarse del todo.
Empezaba a inquietarle todo este asunto, y no por los asesinatos en sí. Allí había muertes todos los días y podía asegurar que más sangrientos que estos. No, lo que le preocupaba es la indiferencia con la que veía los cuerpos ja no le afectaba, simplemente era una decoración más. Estaba perdiendo su humanidad, la capacidad de empatizar con el dolor de las víctimas. Simplemente una persona muerta más.
Si nos adentramos en las profundidades de la mente del inspector Mag-gánaman vemos los horrores que ha tenido que vivir en su carrera policial. No nos detendremos en la evolución de su mente, que va des del esperanzado joven prometedor, que en su día fue, al actual y más descorazonado adulto que ahora, con sus cincuenta años, es, si no que más bien observaremos impasibles los tortuosos recuerdos que pasan por su mente.
Mag-gánaman se ve a sí mismo cuando estaba persiguiendo al Entomólogo. Investigando una serie de asesinatos llego a su casa. Pistola en mano forzó la cerradura de su casa y bajo sin hacer ruidos los peldaños que llevaban a su sótano. Él sabía que el asesino era Carl Robles, el Entomólogo, todas las pistas llevaban a él, pero como eminencia en su campo nadie quiso inculparlo sin una prueba sólida. A demás el jefe de policía no quería dar una orden de registro, por lo que Mag-gánaman se tuvo que colar en su casa.
Abrió lentamente la puerta que había al final de las escaleras e ilumino la estancia con su linterna. Aparentemente no había nada extraño, podía ser un típico sótano de un entomólogo que estuviera llena de vitrinas con insectos y arácnidos. Al principio paso entre las vitrinas como si nada, buscando algo que le permitiera tener una prueba contra él. En esa ciudad las leyes se aplicaban de manera muy laxa, así que hacer un allanamiento solo le reportaría un puro y poco más.
Ya estaba por irse cuando detecto movimiento en una de las vitrinas. Su curiosidad innata se despertó y fue a ver qué extraña criatura podría tener un entomólogo en sus vitrinas. La sorpresa fue lo que vio.
Dentro de la vitrina había un torso abierto en el cual se veían las costillas.
De estas había decenas de arañas que habían hilado su casa entre los huesos. La carne alrededor del hueso estaba podrida y una enorme araña negra y peluda se movía entre las costillas. Ese es el movimiento que había detectado.
Paso la linterna por las otras vitrinas. En una vio una cabeza humana medio descompuesta de la cual le salían cucarachas de los ojos y de la boca. En otra había una mano human llena de gusanos. También vio orejas que servían de nido para ciempiés y escorpiones.
En ese momento escuchó pasos de alguien bajando por las escaleras. Mag-gánaman, aun asqueado, se escondió en un rincón oscuro detrás de una estantería llena de botes con apéndices humanos con los respectivos inquilinos.
La puerta se abrió y apareció el Entomólogo con una caja embalada con una plástico transparente. Dejo está en el suelo y cogió una vitrina vacía, la cual dejo al lado de la caja embalada. Abrió la caja y el inspector vio como sacaba de ella, con mucho cuidado para no ensuciar de sangre el sótano un pie humano deshuesado y todavía fresco, que coloco en la vitrina, la cual después llenó de escarabajos peloteros.
Mag-gánamn salió de su escondite y lo golpeó fuertemente en la nuca, lo cual hizo que el Entomólogo callera inconsciente sobre el sangriento pie y que se le llenara la boca de sangre y de escarabajos.
– Vaya, no esperaba esto.- Dijo Mag-gánaman para sí mismo mientras sacaba la cabeza de la vitrina.
Después de eso el inspector le puso las esposas y llamó a la policía. Se hicieron los partes necesarios, le riñeron y todo eso, pero al menos habían detenido al Entomólogo.
Mag-gánaman dio apuró el vaso de bourbon otra vez y se lo volvió a llenar.
Había visto cosas en esa ciudad que parecía de película. Le vino a la mente el momento tan horrendo de cuando detuvo a la Araña Negra.
En aquella época habían empezado a aparecer cadáveres de hombres a los cuales les faltaba su miembro viril. Las investigaciones de Mag-gánaman le llevaron a un viejo almacén lleno de polvo y de arañas. ¿Por qué los criminales no podían ejercer sus crimines en lugares limpios? Pensé el inspector mientras se colaba en el almacén entrando por una ventana rota.
– Mierda.- Dijo en voz baja cuando se cortó con un vidrió.
Avanzó lentamente entre las polvorientas cajas y esquivando ratas. Aquella noche había luna llena y no necesitaba su linterna para ver todo bastante bien. Finalmente llegó a un sitio donde el techo se había derrumbado y al suelo le llegaba una potente luz proveniente de la Luna. Entonces fue cuando la vio. Allí estaba ella, el azote de los hombres. La Araña Negra.
Desde donde estaba pudo ver como ella se acercaba a la cara del difunto y le arrancaba trozos de carne con sus dientes, los cuales había afilado de alguna manera. Pese a que el corazón de la víctima ya no bombeaba sangre ella se levantaba con la boca llena de este líquido sin dejar de penetrarse. Le arrancaba trozos de la nariz, del pecho y las orejas.
Incluso cogió un picador de hielo el cual incrustó en la cuenca ocular y saco el ojo como si fuera una bola de helado el cual empezó a lamer de manera hambrienta.
Luego empezó a arrastrar el cuerpo a una furgoneta negra que había aparcada allí entro. El momento en que ella intentaba subir el cadáver a la camioneta fue en el que Mag-gánaman decidió que era el ideal para detenerla.
Se acercó a ella, pero no esperaba que ella le agrediera dándole zarpazos. Pensaba que la iba a coger de sorpresa pero no fue así. La verdad es que sus brazos parecían las patas de una araña. Aunque finalmente la pudo reducir y detener. Le hicieron un juicio rápido y la enviaron a una prisión especial.
Caso resuelto.
También estaba el caso del Decorador. Recordaba como subió las escalinatas que llevaban a la puerta de la enorme mansión, mientras la madera crujía a su paso. Una mano huesuda, de un humano real hacia la función de picador de puertas. Mag-gánaman, con mucha pericia forzó la cerradura en silencio. La verdad es que parecía que las cerraduras de aquella ciudad fuesen de papel.
Cerró la puerta detrás de si con suavidad y se encontró con un amplio recibidor. Delante de él vio una escalera que se bifurcaba en la parte superior de esta, generando dos escaleras más, que llegaban a dos alas diferentes de la mansión. De repente escuchó un fuerte gorgoteo a su izquierda. Enfocó son su linterna a la pared y vio con horror el reloj.
El reloj había estado construido con una cabeza humana, del cuello colgaba los restos de su medula espiral que se balanceaba con un péndulo, a la vez que se movían los ojos de la cabeza, como los relojes de cuco que cuando se mueve el péndulo se mueven los ojos de un gato. Unos dedos humanos hacían las veces de manillas del reloj. La cara tenía cicatrices o trozos de piel arrancada que simbolizaban las horas del día. Y, en esos momentos, de la boca había salido una lengua putrefacta que tenía encima de ella un lindo canario que daba las horas con un sonido gorgoteante. Lo bonito que era el pájaro contrastaba con el horror de la cabeza, una cabeza fresca que aun chorreaba sangre, así que pensó que la lengua podía ser de otra persona, ja que estaba bastante avanzada su descomposición, incluso podía ver las larvas de algún tipo de gusano que se movían entres las patas del pajarito hecho de madera.
Avanzó por el recibidor intentando abrir puertas, los pomos de las cuales eran manos humanas. No consiguió abrir ninguna de estas, lo que si notó fue el fuerte olor nauseabundo que provenía de las habitaciones cerradas. Subió por las escaleras evitando tocar el pasamanos, el cual había sido construido con vertebras humanas recubiertas de grasa corporal.
Cuando llego arriba se decidió a subir por la escalera izquierda. Llegó a un pasillo decorado con lámparas hechas con cabezas humanas, de las cuales salía luz de las cuencas vacías y de la boca abierta de estas. Luz proveniente de velas encendidas en su interior, en algunos casos, y que producían olor a carne quemada y sangre evaporada a causa de la llama. En otros casos eran simplemente bombillas incrustadas por el cráneo o la garganta.
Por otro lado caminaba por encima de una alfombra fabricada con piel humana, que estaba colocada a lo largo del pasillo. Una alfombra fabricada con la piel de desenas de víctimas a tenor de su longitud. Había trozos que hacían saltar borbotones de sangre mientras avanzaba, sangre que teñía de rojo sus zapatos negros.
Finalmente el pasillo terminaba delante de una gigantesca puerta construida con huesos humanos y atoados con más piel humana. Observo a su derecha que el otro pasillo, al que daba si hubiera subido por la otra escalera, terminaba en el mismo lugar, delante de esa puerta.
Abrió la puerta empujándola y asqueado por el contacto de su mano con la fría y mortecina piel. La puerta se abrió lentamente haciendo crujir los huesos al entrechocar estos consigo mismos. Crek, crek, crek, crek. Sonaba a huesos rompiéndose uno por uno.
Delante de él encontró una amplia sala. Del centro de la sala había, colgando del techo, el cuerpo de una mujer con todos los huesos rotos y con el cual se había construido una especie de lámpara de araña humana. En cada orificio de su cuerpo había una bombilla que iluminaba la sala. Por otro lado las paredes seguían conteniendo cabezas con luz. En las columnas de esta habían torsos colgando como si fueran cuadros, también había entre las vigas del techo intestinos como si fuesen lazos decorativos.
También había diversos muebles construidos con cuerpos humanos. Le llamo la atención una cómoda, los cajones de la cual era mandíbulas humanas que pertenecían, evidentemente, a distintos cuerpos humanos. El hedor allí dentro era prácticamente insoportable.
Por otro lado enfrente de él, sentado sobre un asiento hecho de cadáveres estaba el Decorador. Su obsesión era hacer muebles y diseños decorativos con cuerpos humanos. Hacia cortinas, sabanas, sillas, mesas… con cadáveres humanos, a ser posible, frescos. En esos momentos el Decorador estaba sorbiendo masa cerebral directamente del cráneo de una recién victima utilizando un huesito como pajita. Al lado de su asiento todavía se podía ver el cuerpo convulsionante de la víctima. El inspector pensó que si viera sido más rápido hubiera podido salvar la vida a esa persona.
El Decorador le ofreció la masa cerebral como si estuviese compartiendo un vino exquisito. Mag-gánaman ignoró el ofrecimiento y le apunto con la pistola. El Decorador apuró la masa cerebral, dejo caer el cráneo y levantó las manos. No puso ningún impedimento en su detención, es más parecía que eso era lo que quería. Y es que el Decorador pensaba que si lo detenían ahora que su obra estaba terminada harían publicidad a sus diseños y verían la perfección de su arte.
El inspector le puso las esposas. Cuando el resto de los compañeros de la policía llegaron para evaluar la mansión la mayoría se desmayaron por el shock de ver tantos cuerpos usados como materia prima y por el fuerte hedor.
El inspector volvió a llenarse el vaso. Ya le importaba poca cosa en el mundo. Había visto tanta perversidad humana que ja no sabía si ese comportamiento era el normal y los criminales eran realmente quienes no efectuaban esas acciones. Y como no, el inspector Mag-gánaman no olvidaba el caso de la Abortista.
Su pesquisas le llevaron a una fábrica de coches abandonada, situada a las afueras de la ciudad. Des de aquel lugar podía ver el humo fétido que emanaba el centro de la ciudad. Abrió la oxidada verja que daba a un desguace, donde los antiguos dueños reciclaban las piezas útiles de los coches estropeados para construir nuevos vehículos.
Anduvo entre montones y montones de chatarra cuando vio delante de la colosal fábrica ennegrecida por el paso del tiempo y la contaminación. Un relámpago atravesó el oscuro cielo iluminado brevemente la zona. Parecía que iba a llover.
Abrió la puerta de la fábrica lo más rápido que pudo y entró en esta con la esperanza de poder detener a aquella sociópata antes de que acabara con la vida de sus dos víctimas. Pero sus esperanzas se desvanecieron cuando vio, que iluminada por una mortecina luz de un alógeno colgando, la Abortista abría en canal a una mujer embarazada que gritaba de dolor. La madre había perdido la conciencia y en pocos segundos perdería la vida.
El inspector disparó a la mujer que sostenía un bulto con sus manos ensangrentadas. Pero no fue suficientemente rápido.
Por su parte la Abortista encendió un aparato. Mag-gánamn miró a su derecha y vio una especie de prensa hidráulica en miniatura. Cuando la Abortista activo la máquina, la prensa se cerró, haciendo que la cabeza del pequeño cadáver en el interior estallara como si de un grano lleno de pus se tratase.
La Abortista reía y reía sin parar mientras se cogía el bajo vientre. Al parecer la bala que había disparado el inspector le había impactado en el abdomen, perforándole el hígado. Finalmente la Abortista murió. La fábrica estaba repleta de fetos y de cadáveres de madres que habían sacado por la fuerza a su hijo de su propio vientre. Eso era lo más decadente que podía pensar en hacer una persona.
El feto que la Abortista había incrustado en la pica seguía unido a su madre por el cordón umbilical. Pero Mag-gánaman no tenía fuerzas para nada más en ese momento él había perdió la esperanza en la humanidad.
Mag-gánaman lanzó con furia el vaso, que todavía contenía bourbon en su interior, en dirección hacia la pared. El vaso estalló en mil pedazos. Para Mag-gánaman ciudad X ya no tenía ninguna salvación. Lo más pútrido de la sociedad terminaba en esa ciudad, esparciendo su podredumbre y contaminado a los que aún estaban sanos. Una de esas víctimas fue la Abortista. Antes era una joven embarazada y esperanzada, pero una noche mataron a su pareja, luego la violaron a ella y finalmente le extrajeron el feto de su útero esparciendo sus restos por el callejón oscuro.
A partir de aquí vino su demencia. La Abortista empezó a considerar que en el fondo había sido buena fortuna la muerte de su bebé, porque así no tendría que vivir con el horror de esta ciudad, porque una vez Ciudad X te atrapa ya no puede escapar de ella.
Así que la Abortista decidió que podía contribuir a limpiar la ciudad y a salvar a madre e hijos si no dejaba nacer a más personas, si les ahorraba tanto sufrimiento. También mataría a la madre, por supuesto, ya que así evitaría también que está sufrirá igual que ella sufrió antes de ver la verdad. Que su destino era terminar con los neonatos antes de que nacieran. O eso pensaba ella.
Por su parte Mag-gánaman empezaba a pensar que igual al Abortista no estaba tan desencaminada. Esa ciudad era pura mierda, un vertedero lleno de escoria humana y maldad. Igual la Abortista sí que estaba haciendo un favor a esos no nacidos…
El inspector se sentía confundido ya no sabía que pensar y el alcohol empezaba a afectarle. Decidió que lo mejor que podía hacer era irse a dormir.
Finalmente se despertó empapado en sudor, se había pasado el día soñando con cuerpos destrozados, sangre y con el feto mirándole fijamente como si lo acusara de algo. Era de noche, se levantó y se dio una fría ducha para luego vestirse con su ropa de inspector. Cogió su gabardina del perchero y se fue a la comisaria.
Las calles apestaban, todo estaba ranció y los pocos transeúntes que habían por las calles estaban consumidos por la propia ciudad. Entró en la comisaria. Allí dentro todo estaba muy ajetreado, había un sinfín de personas detenidas, esperando su turno como si estuvieran en una charcutería. Asco, asco era lo que sentía por eso individuos, escoria de la humanidad.
En ese momento entró un muchacho joven estrepitosamente abriendo las puertas de par en par. Empezó a gritar que un tipo con un sombrero grande había matado a su amigo. Según su descripción el sombrero no se podía mantener sobre la cabeza de nadie. La mayoría de los policías murmuraban que el chico se había a metido algo y que tenía alucinaciones. Pero nuestro inspector le creyó. El también vio la noche anterior una figura que llevaba un enorme sombrero. Le pregunto al muchacho que donde estaba ese tipo y luego salió de la comisaria para ir a lugar.
Según el muchacho el tipo ese no estaba muy lejos, si no que estaba en un callejón cercano. El inspector se adentró entre las callejuelas oscuras. Pasó por el lado de un cadáver reciente, que por la descripción dad podría ser el amigo del muchacho que había entrado en la comisaria. No sabía por que trabaja con tanto ahínco, no tenía esperanzas en la humanidad, pero su trabajo era cazar esos malnacidos.
Finalmente giró un cantón y lo vio. Era una figura muy alta y musculosa, parecía más grande que un humano normal. Iba totalmente envuelto por sabanas negras, parecía un vaquero. En su cabeza había un gigantesco sombrero negro. Llevaba una especie de mocador en su cara y el contorna de sus ojos parecía metálico.
El ser ese no paraba de comer unas pastillas de color rojas que tenía en un bota, también bastante grande. Las cogía con sus delgados dedos y se los metía por debajo del pañuelo, para luego hacer ruido de masticar.
Por otro lado, delante del vaquero negro, o como se le ocurrió al inspector en aquel momento El Sombrerero, había un chaval que lo miraba fijamente a sus amarillos ojos brillantes. El Sombrerero le dio una pastilla al chaval a cambió de dinero. Parecía que aquel tipo traficaba con una especie de droga. Aun así… Mag-gánaman no las tenía todas.
De repente la cabeza del muchacho que se había tomado la pastilla se empezó a hinchar más i más. Parecía que toda la sangre se estuviera acumulando allí. Los brazos y las piernas del chaval estaba empalidecido.
Los ojos empezaron a salirse de sus orbitas a causa de la presión. Uno de los ojos salió disparado hacia el inspector y lo golpeó en la cabeza. El otro se mantuvo colgando de la cuenca ocular, pero fuera de esta.
Finalmente la cabeza de aquel joven estalló como lo haría un globo demasiado lleno de agua, pero en vez de esparcirse la sangre en todas direcciones esta salió a presión con un gran chorro hacia el cielo, para luego caer dentro del sombrero negro de El Sombrerero. Segundos después este tipo acercó su bote de pastillas a un tubito que salía del sombrero y empezaron a salir de estas pastillas. Por lo que pudo deducir el inspector ese sombrero recogía la sangre la cual compactaba para después generar esas pastillas que El Sombrero no paraba de comer. Esa cosa no parecía humana, pero después de todo lo que había visto en su vida de inspector tampoco lo sorprendió.
El Sombrerero se le quedo mirando y empezó a acercarse a él. El inspector pensó que debía de sacar el arma y disparar sin parar, pero de repente le invadió una sensación de tranquilidad. Oyó como una voz le hablaba a su cabeza y le hablaba de las maravillas de su droga Que al tomarla olvidaría todo su sufrimiento, todo su temor, todo lo sucio. Sí, el querría olvidar todo, olvidar los fetos, los cadáveres… Ya se había olvidado por completo de que acaba de ver explotar la cabeza de un muchacho después de haberse tomado la pastilla.
El sombrerero estaba delante de él mirándolo fijamente con sus ojos amarillos. Su mente escuchaba como le decía que por solo todo el dinero que llevara encima le daría una pastilla. Él no sabía para que quería El Sombrerero el dinero, ¿pero que más le daba? Estaba embriagado por su olor, quería esa pastilla.
Mag-gánaman le dio todo el dinero que llevaba encima. Notó como El Sombrerero sonreía, a pesar de llevar el mocador. La trampa se había cerrado a su alrededor, como un cepo que atrapa a un conejo. Pero él le daba igual, solo quería olvidar. Cogió la caliente pastilla roja entre sus dedos y se metió estos en la boca.
FIN
AUTOR: RAÜL GAY PAU
¡Sé el primero en comentar!