LA TORMENTA
Aquella fue una de las peores tormentas que se recuerdan en Ciudad X y cercanías. La cantidad de agua era tal que los sumideros de las alcantarillas no tenían suficiente capacidad como para absorberla. Ríos de agua corrían por las calles de Ciudad X arrastrando toda la porquería que encontraban, había zonas que el carmín predominaba a causa de la sangre derramada en algún tiroteo o algún asesinato habitual. Por otro lado, se veían las jeringuillas, usadas por algún drogadicto, circular dando bandazos y atascando la entrada al desagüe.
La poca gente que se atrevía a salir, o no tenía más remedio que hacerlo, corrían bajo el manto de la lluvia, cubriéndose la cabeza con cualquier cosa que tuvieran a mano. Incluso los delincuentes preferían cogerse vacaciones antes que trapichear con ese tiempo, ja que las pistolas no funcionaban como debían y los objetos de contrabando se podían estropear, ya fuese droga, armas o cualquier cosa. A los que no les importaba mucho el tiempo, más bien les beneficiaba, eran a los asesinos, ellos seleccionaban la casa o piso donde solo vivía una persona y la asesinaban amparándose en el sonido de los truenos que hacían que los gritos de sus víctimas no se escucharan, en días posteriores la policía tuvo mucho trabajo, pero eso es otra historia.
Nuestros acontecimientos empezaron a unos veinte kilómetros de la ciudad, en la carretera comarcal Benson, por la cual el viejo Fred volvía a casa en esta noche lluviosa. Se decía que aquella carretera estaba maldita y que en ella sucedían cosas paranormales, en opinión de Fred eso solo eran paparruchas sin fundamento. Una de las historias más contadas era la chica de la curva, decían que en la curva 27, se aparecía una muchacha desaliñada pidiendo que la llevasen a la ciudad. Si eras un buen tipo y solo la llevabas esta desaparecía, ahora bien, si intentabas robarle, violarla, asesinarla o hacerle cualquier mal tu coche aparecía vacío y tu cuerpo desparecía por siempre para sufrir durante toda la eternidad los tormentos que a la chica de la curva se le ocurriera,
Fred tenía la radio puesta a toda leche, en parte para amortiguar el repiqueo de las gotas de agua al chocar con las partes metálicas del vehículo y los truenos y en parte porque le gustaba tener la música a todo volumen. En esos momentos el viejo se encontraba tamborileando sobre el volante un ritmo de su grupo favorito de Ska.
-— ¡La madre que me parió! —Exclamó Fred—. Cuando al pasar por la curva 27 vio a una muchacha allí parada bajo la lluvia, a penas la pudo ver a causa de la cortina de agua, pero estaba seguro de que la había visto
Fred aún avanzó unas desenas de metros antes de ser consciente de que había visto una chica bajo el agua, él no era supersticioso y, aunque se había llevado un gran susto, su parte racional le dijo que podía ser una muchacha que se le había podido averiar el coche o cualquier cosa y ahora estaba atrapada en esa carretera inundada. Como buen samaritano que a Fred su consciencia le empezaba a no dejar tranquilo, así que dando un enorme suspiro dio la vuelta en la vacía noche.
Efectivamente cuando llegó a la curva 27 vio una figura humana, así que se acercó con el coche, dando otra vez la vuelta. Bajó la ventanilla del copiloto, no son antes coger con la otra mano un revolver que tenía, aquellas carreteras eran peligrosas y toda precaución era poca, y en medio del estruendo de la tormenta le indico por señas que si quería podía subir al vehículo que la llevaba. La muchacha sin abrir para nada la boca se acercó a la puerta del coche y la abrió, sentándose en silencio y con la mirada fija al frente. En sus rodillas llevaba un bulto envuelto en una especie de sabana o algo similar. Por otro lado, la chica olía bastante mal, de hecho, el hedor que emanaba de ella era muy potente, aunque Fred lo atribuyo a las condiciones climáticas o a que había caído en un lodazal o algo así, por que la chica iba bastante sucia.
— ¿Se encuentra bien? —Le preguntó Fred una vez cerrada la puerta y bajando el volumen de la radio, pero la chica ni se movió—. ¿Voy a la ciudad, a dónde va usted?
Nada, ninguna respuesta, ningún movimiento, así que suspirando se puso en marcha hacia la ciudad con la misteriosa muchacha de copiloto.
— ¿Sabe? Salir con esta tormenta es una locura —Empezó a decir Fred para romper el hielo—. Que me parta un rayo si me atrevo a salir sin un motivo. Resulta que mi familia es dueña de una granjita situada a unos 40 kilómetros de Ciudad X, de hecho, esta en el término de Ciudad Y, pero eso es otro asunto. La cuestión es que por culpa de este tiempo los animales se estaban ahogando y claro… Bueno total que esta mañana he tenido que coger el vehículo e ir allí para ayudar en lo que he podido. No sabe usted lo asustados que estaban los cochinos y las vacas, sin olvidarnos de las gallinas, madre mía, parecía que un lobo hubiese entrado en el gallinero, no sé si me entiende.
La muchacha tenía la vista fijada al frente, sin decir ni pio. Fred no sabía si la muchacha lo estaba escuchando o no, de hecho, no sabía si estaba catatónica. El viejo chasqueó los dedos delante de la cara de la chica, cosa que hizo que al solar el volante casi se salieran de la carretera a causa del agua, y aun así la chica ni se inmuto. Fred empezaba ponerse nervioso.
—Sabe usted muchacha. Dicen que en la curva donde la he recogido se aparece un fantasma de una jovencita como usted. Al principio me he asustado al verla, pero yo no creo en esas paparruchas… ¿No será usted un fantasma?
Ante tal pregunta la chica giró la cabeza muy lentamente hacia Fred y se lo quedo mirando con una mirada fría y abstraída, pero sin decir nada más. Fred no pudo aguantar la mirada y empezó a sudar de puro nervió, casi rozando el terror. Después con la misma lentitud la muchacha volvió a mirar al frente, a la carretera.
Fred siguió conduciendo en silenció, temiendo que si hablaba provocaría una reacción que no le gustaría. Decidió que llegaría a Ciudad X, llevaría a la jovencita al hospital y que ellos se encargaran de ella, fantasma o no. El viejo sentía como si llevara una carga de nitroglicerina que en cualquier momento pudiera estallar y el no quería estar cerca cuando eso ocurriera. Finalmente, detrás de la cortina del agua empezó a vislumbrar la silueta de Ciudad X, la cual en condiciones normales habría divisado unos kilómetros atrás.
La ciudad parecía fantasmal, oculta por la tormenta, esa no era una buena ciudad para vivir, pero Fred no sabía dónde más podría vivir. Era cierto que tenía la granja, pero de muy joven había huido de ella y no le apetecía volver. Se había acostumbrado al mal olor de la ciudad, a sus tiroteos y asesinatos. Se había acostumbrado al crimen y a la maldad.
Cruzaron la avenida Lenigton, para luego girar por la calle Elm, de esta giró a la izquierda y llego a la avenida X, la más larga y principal avenida de toda la ciudad. Esta avenida cortaba por la mitad la metrópoli dejando a la izquierda la parte marginal y menos adinerada de la ciudad y a la derecha las más rica y opulenta. Pero eso no tenía que engañarte, toda la ciudad hedía a muerte y destrucción y casi que había más crímenes en la zona de los ricachones que en la zona de los pobres. La avenida X también se dividía en dos partes, la parte Sud y la Norte. La división la daba el gigantesco ayuntamiento que se erigía al centro exacto de la ciudad. El ayuntamiento era completamente simétrico, por lo tanto, daba igual por donde accedieras a él, tenía dos entradas principales idénticas. Fred circulaba por la parte Sud de la avenida en dirección al hospital general avenida Sud, el cual tenía su réplica en la parte Norte.
Las ruedas del todoterreno de Fred estaban cubiertas hasta la mitad del agua que no paraba de circular, se podía ver a unos escasos metros de él y de vez en cuando la luz potente de algún rayo lo deslumbraba. Solo veía vehículos de emergencia circular por la avenida, el resto de las personas probablemente estarían cobijadas en sus casas. Fred apretó el acelerador, cuando antes dejara a la chica antes se podría ir a su casa.
Pisó el freno y el coche empezó a derrapar, cuando estaba entrando al hospital se había encontrado con un enfermero en medio de la entrada y casi lo atropella.
—Eh, usted —Gritó Fred en medio de la tormenta—. Necesito su ayuda.
El enfermero se acercó a duras penas a causa del fuerte viento.
—¿Está usted loco? —Le dijo el enfermero—. Casi me mata. ¿Además qué hace usted circulando a estas horas? Si tenía algún problema haber esperado a una ambulancia.
—Mire buen hombre resulta que me he encontrado a esta muchacha… —Empezó a decir Fred.
—¿Qué muchacha? —Lo interrumpió el enfermero.
Un escalofrió le recorrió la espalda, eso ya se estaba pareciendo demasiado a esa leyenda urbana. Miro hacia el asiento del copiloto y no vio a nadie a su lado. Sintió miedo y pánico hasta que vio que la puerta no estaba bien cerrada. Miro alrededor y vio a la chica parada en medio de la lluvia.
—Joder que susto —Exclamó Fred—. Esa chica que está ahí parada y que ha bajado de mi coche. No sé qué le pasa la eh encontrado mojada en medio de la carretera, parece catatónica o algo.
—Muy bien, baje del coche y vigílela, voy a por ayuda.
Fred suspiró y riñéndole al aire cogió una chaqueta que tenía en la parte trasera del coche y se la puso encima de la cabeza, luego bajo del vehículo, localizó a la chica, la cual había avanzado unos metros y la alcanzo.
—¿A dónde vas chiquilla? —Dijo Fred.
La muchacha volteó la cabeza a un lado, como si esta hubiera perdido su fuerza y la hubiese dejado caer, los negros y mojados pelos de su cabeza le cruzaron la cara, la cual tenía la boca abierta y sus ojos abiertos de par en par fijados en el vacío.
Aun así, armándose de valor la sostuvo. Al poco tiempo llegaron los enfermeros corriendo y con una camilla. En el momento en que la mano de los enfermeros la cogieron la muchacha empezó a patalear y golpear a todos chillando sin parar.
Fred terminó con la nariz sangrando y mientras observaba a los enfermeros mientras se levaban a la muchacha esta lo miro a los ojos y empezó a gritar sin parar.
—¡La antigua colina! ¡La antigua colina!

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