Es verano, último día de escuela, los estudiantes eufóricos esperaban el sonido de la última sirena del curso para disfrutar de sus esperadas vacaciones. Nos dejaron en el patio haciendo todo tipo de actividades. A mi en cambio me gusta leer y pasé la mañana en la biblioteca, estaba vacía.
—Que gusto da —murmuré—. El mejor ambiente para una buena lectura.
De repente escuché un golpe estruendoso y varios gritos. Me sobresalté y salí al pasillo de donde procedía. Observé a una chica retorciéndose en el suelo con la mano en la muñeca y me acerqué.
—¿Qué te ha pasado, estás bien? —le pregunté.
—Me he caído de la estantería —me contestó con voz dolorida.
Le acerqué una silla, la ayudé a levantarse y se sentó.
—¿Cuál es tu nombre?
—Anabel.
No me sonaba haberla visto durante el curso, en cambio su nombre si, me extrañó.
—Yo me llamo Ezequiel. Voy a buscar hielo, no tiene buena pinta esa mano — vi como se le ennegreció la mano en ese corto tiempo.
Fui a la cocina y cogí un bistec congelado para bajar esa inflamación. Cuando volví, la chica no estaba. Salí al patio para ver donde estaba y me crucé a un compañero en la puerta.
—¿Has visto salir una chica con el pelo oscuro y gafas? Se llama Anabel.
—No ha salido nadie, llevo un rato en la sombra del porche de la entrada.
Volví a la biblioteca a recoger el desorden. Mientras recogía los libros del suelo, uno me llamó la atención uno. Estaba abierto. Era de minerales. Sería un buen entretenimiento para ese verano, pensé.
Lo puse todo en su sitio y sonó el esperado timbre. Por fin, podría perder de vista esta cárcel.
Han pasado ya 15 días de vacaciones, Yo y mis compañeros pasamos el día en nuestra pequeña cabaña al borde del rio. Allí nos juntamos y pescamos.
Volví a ver a Anabel. Entre las ramas pude reconocer aquel pelo largo y rizado. Clavé la caña en la arena y fui a saludarla. Le grité su nombre mientras sorteaba las ortigas y zarzas, pero no se giró.
De repente mi amigo me habló:
—¡Ezequiel, tu caña se la lleva el río! —exclamó.
Tuve que volver, maldita sea otra vez se me escapó aquella misteriosa chica. Me tiré al agua para recuperar la caña, pues era un regalo de mi abuelo fallecido. La seguí corriente abajo, la alcancé y salí por la orilla más accesible. Me encontré con una infraestructura abandonada y cubierta de hiedra. Una placa se distinguía entre la maleza. Limpié el polvo para leerla, «Mina de San Roque 1945». Aunque era un lugar siniestro, me animé a poner en practica mis conocimientos adquiridos por aquel libro.
Cuando llegué a casa le conté mis planes a mi abuela, pero ella en cuanto escucho el nombre de esa mina, me cortó la conversación y me advirtió que no me acercara, según ella era muy peligroso. No le hice caso, entusiasmado por encontrar algún mineral valioso, hacerme rico y no tener que volver a esa maldita escuela.
Al día siguiente, Pedro y yo nos adentremos en el bosque, con libro y pico en mano. La puerta de barrotes dejaba espacio para pasar entre ellos. Se sentía una corriente de aire frío. Cientos de murciélagos rondaban en el techo. Aún habían herramientas de mineros por todas partes, como si parasen de repente y lo dejaran tal cual hasta el día de hoy. Nos adentramos en los túneles, todos llevaban a un montacargas, como no había corriente debíamos encontrar los interruptores.
Una vez que los hallamos, seguimos los cables hasta llegar al interruptor general. No parecía buena idea usar aquel montacargas tan antiguo… así que decidimos bajar uno a uno para no ponerle tanto peso. Bajó Pedro primero. Cuando hizo subir el montacargas para usarlo yo… apareció asustado, temblando y repitiendo una serie de frases que no entendía. Estaba en estado de shock. No fue buena idea bajar allí, no sé lo que vio o lo que pasó. Se me quitaron las ganas de averiguarlo.
Nos volvimos a mi casa y le pedí ayuda a mi abuela, le conté lo que había pasado, sabiendo que se enfadaría. Abrió un pequeño armario de su habitación, el cual tenía lleno de botellines de diferentes colores. Cogió uno y se lo hizo beber a Pedro. Él se durmió mientras mi abuela me reñía por no haberle hecho caso. Una vez despierto, sentí alivio, parecía recuperado.
Unos días mas adelante, fui a buscar a Pedro para que saliera a jugar, me abrió la puerta su madre y dijo que no se encontraba bien. Asó se repitió a diario hasta que pasó una semana. Su madre tocó a mi a casa buscando a Pedro. Yo desde hacia semanas no lo veía.
Me contó que estos últimos días estaba muy raro, no era el mismo, escribía todo el día en el cuaderno. Me lo enseñó y era exactamente lo mismo que recitaba aquel día en que bajó por el montacargas.
Hojeando encontré un dibujo, una niña con el pelo largo y rizado, con la cara desfigurada. Era terrorífico. Todo el pueblo se empeñó en hacer una búsqueda, pero no apareció. Cuando conté lo que nos pasó a la policía, no le dieron importancia, me ignoraron.
Entonces decidí volver por mi cuenta. Mi abuela, con la que tenía confianza, no me lo recomendaba. Pero era mi amigo, además tenia la intuición que en la mina encontraría respuestas. Ella, cabizbaja, sacó un collar del mismo armario de botellines, me dijo que me protegería, era un cristal de diferentes minerales, quizás solo me serviría cómo recordatorio que mi abuela me apoyaba pero eso ya me servía. Me contó que no era el primer niño que desaparecía en extrañas circunstancias desde que cerraron esa mina y me aviso que tuviera cuidado.
Me adentré en el bosque, linterna y navaja en mano. Baje ese maldito montacargas y una vez llegue abajo, sentí como se me abalanzaron unos murciélagos encima, tropecé y caí por una especie de pendiente, encima de un montón de cadáveres, ¡qué horror! Me levanté y me sacudí, tenía que volver a subir, ¿pero cómo?
Entonces apareció de nuevo Anabel, en lo alto. Le pregunté que hacía alli, me contestó que había quedado atrapada. Me echó una cuerda para subir por esa pendiente embarrada. Una vez arriba me tire al suelo, exhausto. Ella parecía mayor como si tuviera unos cinco años más. Dio media vuelta, se me escapaba de nuevo. Me acerqué por detrás para darle las gracias. Le puse la mano en el hombro y… pasó algo que nunca olvidaré.
Me ardió la palma de la mano. Se giro y le cambió la cara, era ella, el dibujo de Pedro.
Se le desfiguró el rostro, la piel se le cayó dejando al descubierto sus huesos. Me dejó helado. Ella levitó y atravesó la pared.
Ahí me di cuenta de que mi abuela no tenia supersticiones, el peligro que me contaba era real, aquella chica monstruo o lo que fuera tenía algo que ver, ella sabría donde encontrar a Pedro y quizás también a los demás niños.
Continué marchando, escuchaba agua correr y vi reflejos de luz en las paredes en la profundidad del túnel, había gritos que se hacían cada vez más fuertes.
Llegué a un rio subterráneo, esa agua tenía luz propia y en ella buceaban espectros de niños. De ahí venían los gritos, eran almas atrapadas.
De repente apareció esa bruja, sobrevolando la pequeña cueva. Le exigí que me devolviera a mi amigo. Se sumergió y cuando salió volvió a ser aquella inocente niña, quien sacó a Pedro, sí, Pedro, lo estaba viendo con mis ojos. Incluso lo vi mejor que nunca. Me dijo que nos bañáramos juntos, que era divertido. Yo no lo podía creer. Se metió en el agua y fui a sacarlo.
Tan solo metí el pie, el collar ardió en mi pecho. No podía dejar marcharse a Pedro, pero el collar me avisaba que no era buena idea. Decidí ir a por él, me quité el collar y me sumergí, todo me ardía era como bañarse en lava. Vi como mis manos se transparentaban. Allí estaba Pedro, tenía que alcanzarlo. Pude agarrarlo pero se desvaneció como si de humo se tratara, en el agua. ¿Sería una ilusión?
Todas esas almas danzaban alrededor del cuerpo de una niña, me acerqué y pude tocarla. La agarré con una mano porque la otra ya estaba transparentada y la saqué del agua. Una vez fuera, volví a ponerme el collar y recuperé mi forma, a medida que aquella bruja se desvanecía, tragándose a todas las inocentes almas. Me percaté de que aquel collar poseía algún poder.
Se lo puse a la niña y la brujaenvejeció en segundos hasta volverse un cadáver.
La niña despertó tosiendo agua. Mientras, los otros niños salían caminando del rio. Menos Pedro, esa maldita bruja lo absorbería antes de que pudiera salvarlo.
Entonces supe que esa niña era Anabel. Le pregunté que hacía allí, me contó que acompañó a su padre a trabajar en la mina. A saber cuantos años llevaba encerrada.
La lleve a casa mi abuela, la reconoció era su amiga de la infancia, un temible espíritu se adueño de su apariencia.

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