Cuentos de Terror de España

Un Mal Sueño

Por ALLAN JACKSON

Duérmete niño, duérmete ya…

Si no vendrá el coco y te comerá…

Conoció a esa mujer con el pelo rizado rubio platino en la calle. Su cara era muy atractiva con unos ojos algo felinos su nariz pequeña y algo levantada como las que se operan algunas actrices de medio pelo en Hollywood. Sus labios carnosos algo parecidos a una ventosa eran muy sugerentes, quizás demasiado. Le recordaba a una actriz porno de los noventa, pero no lograba decidir cuál. Su reacción fue entablar una conversación con ella pero en seguida la mujer le dio la patada. Volvió a la carga. La mujer sin duda lo merecía. Algo le dijo él esta vez que ella se quedó con cierto interés a escucharle. Caminaban por la acera húmeda hacia el atardecer. Él estaba acompañado de un amigo, ella en cambio andaba sola. Mientras caminaban en la misma dirección se cruzaban miradas las de ella sobre todo muy insinuantes y descaradas.

El aceleraba el paso adelantándola y al pasar por su lado en aquel instante la dijo algo provocativo. Al momento pasaba ella rebasando su altura. La mujer no contestaba pero le decía mucho más con aquellos ojos gatunos.
Así estuvieron durante varias manzanas quizás fueron seis o siete no las contó. Estaba ya oscureciendo y decidió lanzarse. Cuando la mujer estuvo a su lado la cogió por la cintura y la beso en la boca. Sus labios carnosos carecían de sabor. Ella tampoco desprendía aroma alguno.

Pero todo aquello le excitaba mucho. Cuando se separó para mirarla tenía algo en la mirada que desprendía fervor. La dijo algo y se fue dejándola atrás. Notaba como la entrepierna de su pantalón crecía cada vez más. Quería quedarse retozando con ella pero algo en su interior le decía que debía alejarse. Durante otro buen rato estuvieron jugando al gato y al ratón. Por fin se estaban aproximando a su casa. La idea de llegar a casa y que estuviese fuera esperándole le excitaba sobremanera. Sabia de sus intenciones. Como llegara a su calle y comprobara que seguía por allí, caería en sus redes y perdería el control.
Algo vio en sus ojos mientras la besaba que no le gusto. Ocultaban algo. Algo oscuro y pegajoso como el alquitrán. No sabia que era, pero sentía que era maligno. El sudor frío le comenzó a recorrer la espalda. En ese momento supo de verdad que debía alejarse de ella.

Se apartó de inmediato y sin mediar palabra se fue. Comenzó a caminar tan rápido como pudo. Quería despistarla, no estaba seguro de que ella ya supiera dónde vivía. Así que inicio la marcha a paso ligero hacia una de las calles perpendiculares con intención de dar un rodeo hasta su casa . Giró la esquina cruzando varias calles con la idea de perderla de vista. Cabía la posibilidad de que ahora fuese él —el Ratón.

Tomo la siguiente calle y subió por ella con la intención de regresar a su piso. Atravesó la avenida hacia la acera más cercana a su casa, era bloque con una puerta verde. Se quedó helado cuando le pareció ver desde lejos una silueta agazapada en la esquina de su edificio escondida tras ella. Unos dedos con las uñas pintadas que ahora ya no parecían ser humanos se asomaban por la esquina de la pared. Una pequeña parte de su cara asomada dejaba ver su ojo izquierdo negro y sin vida. Parecía estar a la espera de abalanzarse sobre su presa. Se quedó petrificado y sin aliento pensó que se le pararía el corazón. Su reacción inmediata fue abalanzarse de golpe para esconderse en la entrada a un portal contiguo al suyo algo oscuro. Con toda su espalda contra el frío metal de la puerta saco lo más despacio que pudo un poco la cabeza para ver si seguía allí la silueta y así era. De inmediato hecho la cabeza hacia atrás tan rápido que se dio en la coronilla con uno de los duros barrotes.

Su mujer yacía dormida justo a su lado. El sueño lo tenía aún muy fresco y su corazón continuaba bombeando en el centro de su pecho como una locomotora. Un punzante dolor le sobrevino de pronto. Lo más probable es que amaneciese con un buen chichón en lo alto de su cabeza y todo gracias a los barrotes metálicos del cabecero. Debió de golpearse mientras se revolvía en la cama.

De pronto un escalofrío recorrió su cuerpo y otro más acto seguido. Tumbado en la cama sentía la habitación con una energía parecida a la electroestática.

Quizás no había sido un sueño cualquiera. Con los ojos abiertos de par en par en la oscuridad de la habitación intentaba despejar su mente pero sus párpados le pesaban demasiado queriendo caer en el sueño. Sé concentró por no cerrarlos y regresar a ese maldito sueño. En el silencio de la noche fue entonces cuando comenzó a escuchar diferentes ruidos en la casa. En cualquier otro momento bien podían haber sido causados por las dilataciones de maderas o cualquiera de los materiales de la construcción pero esa noche por algún extraño motivo no lo creía. De pronto algo rasco levemente la esquina cercana a la puerta del dormitorio. Oyó un Ras en la oscuridad. Seguía con sus ojos abiertos como platos intentando escudriñar en la oscuridad del dormitorio a qué podía pertenecer aquel leve ruido. Él lo sabía en el fondo aunque no quería aceptarlo. Se le paso de pronto por la cabeza que le había seguido hasta allí. Fuera de su mente. En el mundo de los mortales. Otra vez otro —Ras— esta vez cerca del armario. Podía seguir escuchando la respiración de su mujer que la tenía justo a su lado y eso de algún modo le tranquilizaba.

—Vale, ahora sentía la necesidad de encender la luz y despertar a su mujer. Que la diría. Que había tenido una pesadilla y que estaba cagado de miedo. A esas alturas de su vida. Con algo más de cuarenta y creyendo en el hombre del saco. No podía de ningún modo despertarla por ese motivo. Estaba loco. Aún en la soledad de la oscuridad eso le parecía incoherente. Se oyó junto a la pared de la ventana unos golpecitos a lo que él pudo asociar a unos dedos moviéndose encima de una mesa a la espera de algo. A la espera de que. Lo único que aún le mantenía con algo de calma era la respiración de su mujer que le ayudaba a mantener la cordura. Joder había sido tan real… de nuevo clank en el suelo cerca de los pies de la cama. Casi soltó un grito de pavor. Ya no sabía ni tenía claro nada. Podían ser ruidos nocturnos como cualquier otra noche en la que no presta la atención por estar dormido como un tronco. Pero ahora no le parecían iguales. O quizás si lo eran pero él quería pensar otra cosa. Ahí callado en medio de la noche. Con los oídos agudizados como los murciélagos. Ese era su temor más grande. Que todo fuera real. Al final se dormiría convencido de que no pasaba nada y eso le atraparía.

Comenzaba a sentir algo que sabía no podría eludir por mucho tiempo. —Muchacho, necesitas soltar lastre— Se dijo.

Él te que había bebido antes de acostarse estaba haciendo su efecto. Aunque aún podía aguantarse un poco más sin correr riesgos. Mientras decidía si esperar o no se arropó con el edredón hasta la nariz como si eso le fuera a proteger a modo de armadura. Bostezo de forma contenida para no despertar a Pat. Lo único que se interponía entre dormirse o estar alerta era su vejiga cada vez más llena. De alguna forma se alegraba de ello, no quería quedarse dormido. Hacia años que no tenía un sueño húmedo. Por lo visto en esta ocasión el sueño húmedo se había convertido en un delirio tremebundo. Su esposa se movió en la cama hacia el lado contrario. Eso en cierto modo le reconfortó seguía indicando que continuaba en el mundo real, el mundo de los mortales. Se le ocurrió la idea de coger su móvil y entretener la mente mirando vídeos en YouTube o cualquier cosa en internet. La profunda respiración de su mujer la tenía reconocida a la perfección. Pero había otro ruido en aquella habitación, un ruido parecido a la respiración de un animal pequeño. Como el de un mapache o quizás una rata. No, era algo mucho más bajo, más débil. Casi como si estuviera al otro lado del tabique. Incluso por qué no claro, que podía estar al otro lado de la pared. Que se lo impedía. A esas alturas ya estaba convencido del todo. Había regresado a por él y hasta que no se cobrara la presa no iba a cejar en su empeño. Era una posibilidad muy cercana a la realidad. Se aproximaría a él poco a poco hasta que sufriera un ataque al corazón por el miedo cuando esa cosa se abalanzase sobre su pecho.

También estaba la posibilidad de volver a dormirse. Allí podría hacer de las suyas con él sin ningún problema. —A capricho—. Sin prisas. Sin que su mujer se diese la vuelta y despertase desvelada por los ruidos causados por su muerte a manos de aquella cosa y gritase fuera de si como una loca. Eso no interesaba. Por alguna razón solo le quería a él. A nadie más. Algo limpio sin rastro ni señales de su paso por el mundo real. Su mujer le encontraría por la mañana frio como el mármol con sus manos retorcidas y con una expresión de terror en su cara petrificada.

—Una vez vio una película japonesa en la que los protagonistas aparecían muertos gracias a una niña diabólica de pelo largo que los mataba de miedo.

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El forense certificaría su muerte como un paro cardiaco mientras dormía.

Tampoco seria tan extraño, era joven pero con edad suficiente para poder sufrir un ataque al corazón. Pat le repetía una y otra vez que debería de bajar de peso y hacer más ejercicio. Eso de hacer ejercicio no cuadraba mucho con él. Le gustaba la comida rápida y no se cortaba ni un pelo a la hora de pedirla cada vez que le venia en gana. Era posible que tuviese algún billete de más que otras personas de su edad para un viaje al otro barrio por obstrucción de sus arterias pero hasta ese instante no pensó en ello.

El peso de los párpados le hacían olvidar la presión de su orina. Quizás era mejor aguantarse y quedarse dormido y arriesgarse a mearse encima. Su mujer por la mañana se quedaría bastante alucinada de ver qué su marido pronto empezaba a mearse en la cama. Pero tampoco era seguro que pasara de esa noche así que ese podía ser el menor de sus problemas en esos momentos. Y que si le encontraba meado y más seco que la mojama a fin de cuentas el no podría pasar vergüenza.

Por fin reunió todo el valor del que era capaz para levantarse de la cama y dirigirse al aseo. —Que tenía pensado hacer si al levantarse veía algo—. Correr de nuevo a la cama y meterse bajo las sabanas. —Gritar como una niñita que acaba de ver un fantasma—. Podía liarse a patadas si eso servía de algo en una situación así. No tenía nada pensado. No se puede pensar de forma racional a cómo enfrentarse a algo que desde pequeño te enseñan que no es real. Cómo plantarle cara una cosa así era difícil de decidir con tan poco tiempo.

—O te levantas o no pero no hay nada más que pensar, se dijo.

Lo que sea que a venido a por su presa puede llevárselo con la vejiga vacía o a punto de reventar, como si eso importase demasiado. En el silencio de la habitación escucho un crujido en el suelo de madera cerca de la entrada que bien podría ser debido a una pisada. La sangre le bajo a los pies de golpe. Sintió un escalofrío recorriendo toda su espalda haciéndole estremecerse en la cama. Un retortijón atravesó su vientre y de pronto se le quitaron las ganas de orinar de forma inmediata como si nunca hubiera sentido necesidad de ello. Lo que quisiera que fuese aquello estaba dentro del dormitorio y no alcanzaba a distinguir nada en la puñetera oscuridad de la habitación. Eso era algo que debía agradecer a Pat por tener esa estupenda costumbre de cerrar todo a cal y canto como si fuera un Búnker cuando se iba a la cama. En más de en una ocasión se había golpeado las piernas con algún mueble intentando llegar al baño. —bueno y a quien no le había ocurrido en algún momento algo así—. Pero esta vez podía ser un poco… digamos menos común pero aún más doloroso.

—Ahora que no tenia ganas de ir al baño que debería hacer. Se quedaba en la cama a esperar que eso se acercase de forma sigilosa hasta poder estar lo suficiente cerca como para abalanzarse sobre él y acabar con su vida—. Despertar a su mujer seguía sin parecerle buena idea. —Quizás la cosa también decidiera que seria buena idea acabar con ella una vez despierta—. Encender la luz del dormitorio despertaría a Pat y se podían precipitar las cosas. La otra opción era la linterna del móvil, algo que no sabia si podría… tan solo de pensar en pasar el haz de luz por la habitación y terminar enfocando a una cosa deforme, grotesca y nauseabunda agazapada en la esquina del dormitorio notaba como el corazón se le aceleraba como si fuera a salirse del pecho. Vería como aquel ser maligno alertado por la cegadora luz de su movil se abalanzaría sobre su pecho y ahí se acabaría todo.

Quizás la muerte era así para algunos, quitando a los que por ejemplo atropellaba un coche o los que tenían enfermedades incurables. Quizás esa cosa venia en la oscuridad de la noche y con suerte si estabas dormido y sumergido en el sueño ese ser se cobraba su presa y ahí se terminaba todo. Y nosotros pensando que el que moría se había marchado de forma plácida y tranquila. Menuda mierda, todo una patraña para no darle vueltas a la realidad, que cualquier noche que te fueras a la cama podría ser la ultima y vaya de que manera.
Quizás escapar de ese sueño hiciera que aquello saliera del mundo de Morfeo para recuperar lo que había perdido por que se lo debía llevar de una forma u otra.

—Ras— de nuevo.

Esta vez el ruido le pareció escucharlo a los pies de la cama. De forma instintiva encogió las rodillas quedándose con las piernas encogidas hacia arriba como un submarinista antes de sumergirse. Y ahora que. Dejaba que aquello acabara con él de una maldita vez por todas. O aún podía intentar algo. Y si todo estaba en su mente y allí no había nada. O si era cierto o si por el contrario el ser que estaba allí era todo producido por su subconsciente. Si aquel ser logro salir de su sueño desde luego no cabía la menor duda que estaba todo en su cabeza. Aunque eso no quería decir que no estuviera en peligro pero si era lógico pensar —o al menos tener la esperanza— que tendría alguna posibilidad de acabar con todo esto en otro sueño. De pronto se sorprendió pensando que todo aquel delirio podía tener una solución racional. No sentía los pies, los tenia dormidos y fríos. Las yemas de los dedos las sentía heladas junto con las manos entumecidas. Le parecía que la habitación era un congelador notaba como su acelerada respiración salía de su boca como el humo de un cigarrillo. De nuevo percibía la habitación con algo parecido a una carga magnética que le erizaba el bello de los brazos y de la nuca. Sabia que tenia las pastillas para el insomnio a veinte centímetros de su cabeza sobre la mesilla de noche. Pero no se sentía capaz de extender el brazo y cogerlas. Y si la cosa esa se lo arrancaba de cuajo con sus afilados dientes.

—Ras,Ras—

No podía creerlo, ahora crujía algo en el techo del dormitorio justo encima de la cama. Le dio un vuelco el corazón. De repente se le enrojecieron las mejillas y comenzó a notarse como un sudor frio recorría su frente. Levantó las sabanas hasta taparse por completo la nariz. La de gilipolleces más grandes que se hacían en momentos de pánico. Sus labios estaban tan secos como el corcho. Necesitaba un vaso de agua aunque regresaran las ganas de mear. Tenía la boca como el papel de lija. Los más probable es que ese monstruo quisiera abalanzarse sobre su cabeza y arrancarle de un mordisco la nuez de su cuello. Fácil y rápido. Si aquella cosa se daba maña no le daría ni tiempo a poder soltar un gemido de dolor. Y ahora sabia que teniéndolo justo encima de su cabeza ya no tenia tiempo para nada. La opción de la pastilla ya no era posible. No podía verlo pero podía sentirlo y sabia que estaba a escasos dos metros de su jodida nariz. Suspendido encima suyo. Agarrado al techo como el puto Spiderman. Otra vez el crepitar en el techo sobre él. De pronto un fuerte golpe le oprimió el pecho cortándole la respiración de golpe. Quiso gritar pero no había sentido un dolor tan fuerte en toda su vida y lo único que pudo hacer fue intentar no desmayarse. Ya no tenia ninguna probabilidad de escapar. La presión en su pecho cada vez se hacia más y más fuerte incluso haciendo que se le durmieran los brazos. La oscuridad de la habitación se había tornado de color purpura. Quería patalear pero sentía que las piernas ya no le respondían. Los pulmones le quemaban por que no conseguía que el aire entrase en ellos. Estaba seguro que la presión en su pecho los haría estallar como una sandia cuando cae al suelo.

Lo tenia encima aplastando sus costillas como una prensa y supo que ya era demasiado tarde para él. Sus días iban acabar en los próximos segundos. Allí mismo tumbado en su cama. Ni siquiera su mujer se enteraría ni podría despedirse de ella.

Quizás en la habitación solo estaban ellos dos y todo era un mal sueño.

Ya no importaba…

Un Mal Sueño 1

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