Mónica trabajaba en una empresa de teleoperadores en un horario poco convencional. No era el mejor trabajo del mundo, ni tampoco era como si le gustase mucho trabajar de noche, pero al menos pagaba sus cuentas. En aquella ocasión como de costumbre, salió de su turno noctámbulo de madrugada.
El cielo todavía estaba oscuro pero por suerte ya a esas horas pasaba un autobús que la podía llevar a casa.
La chica se subió a él como siempre y se sentó en uno de los asientos de en medio; el transporte iba prácticamente vacío a excepción de un joven, que estaba enfrascado leyendo lo que parecían ser sus apuntes universitarios mientras escuchaba música en su celular.
Mónica se dispuso a mirar por la ventana cuando más adelante, el bus recogió a un par de hombres que llevaban consigo a una mujer. La tenían colgada de los hombros, la cabeza gacha y el pelo que le tapaba la cara completamente, hacían imposible distinguir su apariencia. La muchacha supuso que estaba ebria y que aquellos dos individuos debían estar llevándola a casa.
Al menos eso esperaba.
Subieron sin mirar a nadie y se sentaron en la parte de atrás, con la mujer en medio de ellos. Esta seguía sin reaccionar y sin saber porque, Mónica tuvo un mal presentimiento.
Miró por encima de su hombro hacia ella y uno de los hombres le devolvió una mirada amenazante antes de volverse a su compañero y susurrarle algo. Entonces los dos miraron hacia ella de forma intimidante, lo que la hizo apartar la vista de inmediato.
Muerta de curiosidad, Mónica sacó un espejo de mano de su bolso y fingió empolvarse la nariz. En realidad lo estaba usando para espiar al extraño trío y sobre todo a la mujer, a quien ya se le veía el rostro.
Casi grita al darse cuenta de que estaba enfermizamente pálida, con los ojos abiertos de par en par y vidriosos.
Mónica cerró el espejo de golpe y se tensó. La expresión de esa mujer era de auténtico terror y la miraba con fijeza. Una vez volvió a abrir el espejo y se dio cuenta de que no dejaba de mirarla. Sin embargo no se movía, permanecía totalmente inmóvil.
Temblorosa, guardó el espejo con manos temblorosas y se lamentó por estar aun lejos de su casa.
Una mano la tomó del hombro y la joven volteó, aterrorizada. Era el chico que estaba leyendo antes. Se veía asustado. Se inclinó hacia ella para hablarle al oído:
—Bájate conmigo en la siguiente parada y no mires a las personas de atrás.
Mónica decidió hacerle caso. Se bajaron juntos y tan pronto como el autobús estuvo lejos de ellos, el muchacho le dijo algo que le heló la sangre:
—Esos tipos llevaban a la mujer como si estuviera borracha o inconsciente, pero estaba muerta. Sé lo que digo. Soy estudiante de medicina y ella presentaba todas las características de rigor mortis. Cuerpo rígido, manos amoratadas y mirada vidriosa. Tenemos que llamar a la policía.
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