Marta era camarera en un restaurante bar que abría por las noches, lo cual implicaba que tuviera un horario de trabajo completamente extraño. Entraba a laborar desde las siete de la noche, lo cual significaba que su turno se terminaba cerca de las tres de la madrugada, a veces más tarde. Por suerte había un autobús que circulaba en la ciudad a esas horas y la dejaba muy cerca de su casa.
Esa noche, como de costumbre, abordó el transporte público y se sentó en el medio. Además de ella, solo estaba un chico joven que parecía sumamente desvelado.
El viaje transcurrió sin sobresaltos hasta que a mitad del camino, dos hombres de sospechoso aspecto subieron, arrastrando a una mujer que parecía inconsciente. Llevaba cada uno de ellos un brazo sobre los hombros y a la pobre no se le podía ver el rostro, a causa del cabello que caía hacia adelante.
«Pobre tipa, seguro se la pasó de juerga», pensó ella, imaginando que la muchacha iba alcoholizada.
Marta se la quedó mirando hasta que uno de los sujetos clavó la vista en ella, de manera tan amenazante que de inmediato se volvió hacia la ventana, intimidada.
Había algo raro en esos hombres, que fueron y se sentaron en los asientos de atrás con su amiguita en medio.
A Marta la curiosidad se la estaba comiendo viva, a pesar de que intuía que podían ser personas peligrosas. No quería que la atraparan espiándoles. Así que disimuladamente, sacó un pequeño espejo de su bolso y fingió que se retocaba el maquillaje, antes de apuntarlo hacia la parte trasera del autobús.
Pudo ver reflejado al inusual trío; ahora cada uno de los hombres observaba a través de las ventanas mientras que la cara de la mujer se había hecho un poco más visible…
Marta contuvo un grito de espanto y por poco deja caer el espejo. Aquella muchacha estaba pálida como una muerta y tenía los ojos en blanco.
Nerviosa, guardó el accesorio. Las manos le temblaban.
Pensaba en que hacer cuando una mano se poso sobre su hombro y ella volteó asustada. Era el joven que viajaba con ella al principio del camino.
—Por favor, no grites ni te asustes. Bájate conmigo en la siguiente parada sin hacer escándalo y no mires a los hombres que van atrás —le pidió él en un susurro.
Confundida pero inquieta, Marta asintió con la cabeza y tan pronto como llegaron a la parada, los dos descendieron sin mirar al resto de los pasajeros.
Una vez que el autobús se hubo ido, el muchacho la miró con suma preocupación.
—Sígueme, hay que llamar a la policía.
—¿Por qué?
—Esos hombres son muy peligrosos, la mujer que llevaban estaba muerta. Soy estudiante de Medicina y me pude dar cuenta de que tenía el rostro y las manos amoratadas, además estaba absolutamente rígida —le dijo él—. Esa gente la lleva como si nada por ahí, en medio de la noche. Creo que estábamos viajando con unos psicópatas.
¡Sé el primero en comentar!