Quienes cuentan esta vieja leyenda corta dicen que hace muchos años, ocurrió un terrible atraco en uno de los almacenes más concurridos de la capital de España. Los responsables, dos delincuentes muy peligrosos, huyeron del lugar dejando tras de sí a un par de muertos y varios heridos.
Justo cuando la policía estaba por darles alcance, los maleantes tomaron un atajo por la estación de trenes, mientras a su espalda resonaban los disparos de las autoridades.
En medio de la confusión y sin fijarse en el andén al que habían ido a parar, ambos subieron al primer tren que llegó, exhaustos.
Lo primero que notaron fue que el transporte se encontraba inusualmente vacío. Además de ellos, los únicos pasajeros que ocupaban el vagón eran un vagabundo desalineado, que balbuceaba en uno de los asientos abrazando una botella de licor envuelta en papel, y un hombre de traje, que dormía sin enterarse de nada.
—Apenas lleguemos a la siguiente estación, tenemos que bajar a toda prisa y correr hasta el próximo túnel —dijo uno de los ladrones—, seguramente la policía nos está esperando en la parada. ¡Pero no dejaremos que nos atrapen!
Habiendo trazando su plan de fuga, los dos se echaron a reír y se ocultaron entre los asientos, para no llamar la atención cuando se acercaran a la parada.
Sin embargo, se quedaron estupefactos al ver que el tren pasaba de largo por la misma, alejándose del andén en el que ya esperaban varias personas. Y lo más raro, es que estas no parecían darse cuenta de nada.
—¡Malditos policías! De seguro saben que estamos aquí y han ordenado al maquinista que no se detenga —dijeron, coléricos—, ¡de aquí van a llevarnos directo a comisaría!
Intentaron entonces trasladarse a otro vagón, pero la puerta estaba firmemente atracada. En ese momento las luces parpadearon hasta apagarse por completo.
Mientras tanto, las estaciones seguían pasando de largo y el tren parecía viajar rumbo a las entrañas de la tierra, pues a cada minuto la oscuridad era mayor y un calor insoportable comenzaba a abrirse paso dentro del transporte. Los malhechores notaron un insoportable olor a azufre y el eco de unos gritos de terror distantes.
De pronto, el tren se detuvo. El mendigo ebrio pareció reaccionar, pero su rostro no era más el de un hombre viejo. En cambio, tenía una afilada barbilla roja y unos ojos demoníacos que les infundieron pavor.
—¡Aquí te bajas tú estafador! —le gritó el hombre de traje, despertándolo y arrojándolo fuera del vagón.
El tipo cayó en un foso inundado de gusanos voraces, quienes de inmediato comenzaron a arrancarle la piel.
—Esos gusanos van a alimentarse de ti, al igual que tú, como el parásito que fuiste, lo hiciste aprovechándote del trabajo de los demás —afirmó el mendigo—. Ustedes no tendrán tanta suerte —dijo a los atracadores—. Su destino es más abajo.
Al siguiente día, los periódicos anunciaron la muerte de los ladrones, quienes habían sido abatidos por las balas de los policías poco antes de llegar a la estación.
¡Sé el primero en comentar!