Las cornetas de los autos se escuchaban por todo el lugar, cada vez más lejanas a medida que se iba alejando de la concurrida calle. Era un día soleado pero fresco, las hojas de los árboles de movían al son de la brisa fresca de esa tarde y poco a poco dejaba de tener calor.
Se le estaba haciendo tarde, probablemente demasiado, pero sabía que él igual la estaría esperando. Siempre lo hacía. Después de su tormenta, él había su completa calma.
Caminó aún más rápido, completamente apenada de que estuviese un poco acalorado de estar esperando, así que se alegró cuando cruzó la última calle y pasó por su restaurante favorito, directo a la puerta.
Sin embargo, no pudo seguir más. Su caminar se detuvo en seco y su boca se abrió, de repente seca. Sintió como todo el color se le iba de la cara y miró esos ojos, tan luminosos como cálidos, completamente sorprendidos, al cruzarse con los de ella.
No podía ser él.
-¿Alexa? –Su nombre salió disparado en un susurro lejano y temeroso de esos labios que ella tanto conocía.
Dios, no podía ser posible.
-Alexa. –Esta vez su voz se alzó, determinada y segura, y dio un paso hacia ella.
Ella retrocedió otro.
Él se detuvo.
¿Cómo es que se iba a cruzar con Bruno a esas alturas? ¿Cómo después de…?
-Alexa. Dios. Ha pasado mucho tiempo. –Su voz fue cautelosa, pero no retrocedió el paso que avanzó hacia ella. Sólo se mantuvo ahí, a la espera, pasando una mano desesperada por su cabello.
Hacía eso cuando se ponía nervioso.
Y ella se odió por conocerlo tanto.
Ni siquiera podía moverse, alejarse, gritar, llorar o siquiera apartar los ojos de esos color café. Pero sabía que tenía que reaccionar, salvo que en ese momento no recordaba ni a dónde iba.
Pero entonces todo llegó de golpe. Los gritos, las lágrimas, la desesperación, su final, su lejanía, su nuevo comienzo.
Su nuevo comienzo.
-Me tengo que ir. –No sabía si había hablado demasiado bajito, pero estuvo segura de que Bruno la había oído. Se vio sorprendido, triste y abatido, pero resignado, y sintió cómo todo en su estómago se encogía y hacía una mueca por el dolor.
Dio un paso vacilante al frente, luego se detuvo e hizo ademán de seguir avanzando. La cera era estrecha y debía rozarlo para poder pasar. ¿Por qué demonios no se hacía a un lado?
¿Y a dónde es que ella se dirigía?
Avanzó otro paso y sólo quedaban dos para pasar por su lado, cuando su voz la detuvo, apagada y rota. Tan rota como ella.
-No te vayas. –Respiró. Aguantó la respiración. Se estaba ahogando. Ella, no él.
-Hazte a un lado.
-Por favor, sólo un minuto. –Fue una súplica, lo supo. Miró aún más profundo en sus ojos y se asustó con lo que vio. Casi pudo volver a oír sus propios gritos, un año atrás, cuando ella le suplicaba, cuando él lloraba pero no hablaba. Cuando todo se había derrumbado.
Cerró los ojos y sus puños se cerraron con fuerza.
Entonces sintió sus manos. Las suyas, no las de ella. Y abrió de golpe los ojos. Una de sus manos se fue directa a su mejilla y la otra alcanzó su mano izquierda.
-No llores, por favor. -¿estaba llorando?
Sentía que podía quedarse así una eternidad, hasta que vio otros ojos, por detrás del hombro de Bruno, mirándola con cautela, recelo, decepción y dolor, mucho dolor.
Santiago.
Reaccionó, por fin.
¡Santiago!
Entonces recordó, tarde, hacia dónde se dirigía.
Fin.
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