Esta historia no es tan sorprendente como las de otras personas pero para mí, fue la experiencia más aterradora que me tocó vivir en mi vida. Ocurrió durante la Víspera de Navidad. Esa noche, acordé de verme en un pub con algunos de mis amigos de la infancia, para ponernos al corriente con nuestras vidas. Como sabía que iba a llegar a casa muy tarde, no quise molestar a mi madre en Nochebuena para que fuera a recogerme, así que tomé dinero para el taxi.
Por desgracia, ignoraba que justo en esta época del año los taxistas suelen cobrar el doble, así que no iba a ser suficiente.
De esto me di cuenta al salir del pub, ya muy cansada y con varias copas encima. En cuanto los taxis se enteraban de que solamente tenía 10 dólares, se negaban a llevarme y se alejaban entre la nieve. Justo cuando pensaba que después de todo sí tendría que llamar a mi madre, un sujeto se detuvo con su taxi frente a mí.
Me preparé para su negativa al informarle que solo tenía para pagar la mitad del viaje.
—Es Navidad —dijo con algo de lástima—, lo haré por los diez dólares.
Aliviada, subí y nos pusimos en marcha. No soy de esas personas a las que les guste hablar en el camino, pero después de tener la amabilidad de llevarme, no quise parecer grosera y respondí todas las preguntas que me hizo. Como te llamas, que planes tienes para Navidad, que estás estudiando… tú sabes.
Cuando le confesé que estaba estudiando Ingeniería Automotriz, la cara le cambió por completo. Ahora parecía como fascinado conmigo y debo admitir que eso me asustaba.
—Es extraño que una chica tan bonita como tú haya elegido esa carrera de hombres.
—Supongo.
—Es increíble, una muchacha tan joven y hermosa, en medio de todos esos autos.
A estas alturas estaba sintiéndome incómoda. Llegamos a mi dirección, vivía justo en la última casa de un largo callejón y el alumbrado público se encontraba apagado. Rápidamente tomé el dinero y se lo extendí, pero él colocó el seguro de la puerta.
Me quedé paralizada.
—Espera, no te vayas tan rápido, me quedé muy interesado en tu carrera. Me encantaría verte reparando un motor.
—Señor, mi madre me está esperando…
Pero él ignoraba el dinero y mis intentos por salir, y solo seguía hablando y hablando, con una sonrisa siniestra. De pronto, una luz se encendió en la cocina de mi vecino.
—¡Esa debe ser mi madre! —mentí y la expresión del conductor cambió a una de terror, sorpresa y decepción.
Sin decir una palabra más, aceptó el pago y removió el seguro, y yo corrí hasta mi casa. Obviamente se dio cuenta de que le había mentido y lo vi desde mi ventana, esperando unos minutos en el mismo lugar antes de irse. Los días siguientes me daba pánico salir sola.
Pero lo cierto, es que nunca más lo volví a ver.
Esta ha sido la experiencia más espeluznante que viví en mi vida. Y ocurrió en Navidad.
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