Aquel día, una mujer había salido del centro comercial cargada de bolsas y dirigido hasta su auto en el estacionamiento. Ese día, no estaba demasiado lleno, por lo que pensó que podría irse deprisa.
Tras subir sus compras se percató de que una de sus llantas estaba pinchada, de modo que tendría que reemplazarla. Abrió el maletero y sacó la llanta de repuesto, además de las herramientas que necesitaría. Parecía sencillo cuando su esposo lo hacía, pero muy pronto se dio cuenta de que no iba a poder cambiarla sola.
Por suerte, un amable hombre vestido de traje pasó cerca de ahí y se ofreció para ayudarla.
En unos cuantos minutos, fue capaz de hacer el cambio de llanta y ella le agradeció con una enorme sonrisa. Antes de que se marchara, el individuo le pidió un favor.
—Tengo que ir a la planta que está del otro lado del centro comercial, ¿usted podría acercarme hasta allí? —le preguntó.
La mujer dudó. No quería mostrarse descortés y menos después del favor que le había hecho, pero meter en su auto a alguien a quien acababa de conocer tampoco le gustaba. Un presentimiento, llamémoslo un sexto sentido o algo por el estilo, le advertía que había allí algo que no estaba bien.
—Lo acercaré, pero primero debo volver por una bolsa que olvidé en una de las tiendas —le dijo ella—, si quiere puede esperarme aquí.
Y así, se encaminó hacia el centro comercial, en donde inmediatamente buscó a un guardia de seguridad. La mujer le contó todo lo que había sucedido y el policía se ofreció a acompañarla de vuelta al coche, para asegurarse de que todo estuviera en orden.
Cuando volvieron, el desconocido no estaba por ninguna parte. Al ver que ella tardaba tanto, seguramente se había impacientado y se había ido.
Sin embargo, se le había olvidado el maletín.
El guardia de seguridad lo abrió para buscar alguna identificación que le permitiera regresárselo a su dueño. Lo que encontraron en el interior, sin embargo, los dejó de piedra.
No había allí papeles de ninguna clase, sino cuerdas, esparadrapo, varios cuchillos y una cámara digital. Al revisar la memoria de la misma, se sintieron desfallecer al ver las imágenes, que mostraban a diferentes mujeres atadas y cruelmente torturadas.
Se dio aviso a las autoridades de inmediato.
Cuando los policías llegaron, pusieron la evidencia a buen recaudo y le pidieron a la mujer que les mostrara la llanta que había sido pinchada. Al revisarla, se dieron cuenta de que en realidad no se había descompuesto, sino que tenía una astilla de madera que la había vaciado, bloqueando la válvula de aire.
Le confirmarían entonces, que el mismo sujeto había afectado su llanta con anterioridad, pues ese era su modus operandi.
Se acercaba a mujeres solas para ofrecerles su ayuda, pidiéndoles que le dieran un aventón en sus coches. Una vez adentro, las atacaba y las secuestraba, torturándolas de formas horribles antes de asesinarlas.
Pero afortunadamente, su intuición la había salvado.
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