El señor zorro llevaba años cortejando a la pequeña zorra que vivía dentro de la madriguera del roble. Estaba tan enamorado, que todos los días le dejaba presentes en forma de bayas, miel fresca y que encontraba entre el paisaje. Finalmente llegó el día en que ella aceptó su propuesta de matrimonio, para gran felicidad del animal.
El día glorioso de la unión, el señor zorro estaba muy atareado. No se había dado cuenta de que una boda podía ser tan complicada, ¡lo peor es que ni siquiera llevaba hechos la mitad de los preparativos!
—Oh Dios mío —se lamentó—, ¡nunca voy a terminar a tiempo! No puedo decepcionar a mi novia y a los invitados, ¿ahora qué voy a hacer?
Unos pajarillos que andaban cerca de ahí lo escucharon y se compadecieron de él.
—No te preocupes —le dijeron—, nosotros te ayudaremos, ya verás.
Rápidamente convocaron a otros animales, que se pusieron en marcha al saber el dilema del zorro. Todos cooperarían con algo diferente para hacer de la boda de los novios, un momento inolvidable.
Los pajarillos fueron a recoger decenas de flores, que iban dejando caer sobre el prado donde los zorros se casarían.
—A tu novia le encantarán —le aseguraron al zorro, que quedó maravillado con los colores y el aroma que tenían.
Luego llegó el conejo, cargado de legumbres que acomodó sobre un tronco cercano. Traía con él además, algunos tarros de miel para que todos los invitados quedaran satisfechos.
—Toda esta comida fresca será suficiente para que comamos hasta hartarnos —le dijo al zorro—, no te preocupes, ¡tu boda será un éxito!
Luego del conejo apareció el topo, quien abrió un agujero en la tierra para salir. Llevaba en sus patas un hermoso vestido de novia, tejido con la seda más fina de gusanos.
—Mi esposa se hizo este vestido hace mucho tiempo —le contó al zorro—, lo usó en el día de nuestra boda. Ahora puedes dárselo a tu novia para que luzca preciosa en este día.
Un par de mariposas acudieron casi de inmediato, aleteando y dejando caer sobre el vestido finas gotas de rocío, que al instante se cristalizaron en forma de pequeños diamantes. Era la prenda más hermosa que el zorro había visto en su vida.
Finalmente llegó el armino, quien arrastrana consigo un enorme barril de vino.
—No puede haber una boda sin brindis —le dijo al zorro—, así que aquí tienes, mi buen amigo. ¡Tu boda está lista!
El zorro, con los ojos llenos de lágrimas de gratitud, supo que era el animal más afortunado por estar rodeado de amigos sinceros. Fue a recoger a la zorrita a su madriguera y ella quedó encantada con su vestido.
Aquella tarde todos comieron, bailaron y bebieron llenos de felicidad.
El señor zorro vivió feliz por muchos años con su hermosa novia, que atesoró aquella boda por siempre. Y cada vez que alguno de sus buenos amigos necesitaba de su ayuda, acudían a ellos sin pensarlo.
Todos tuvieron una gran época de armonía.
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