En un pueblo de lo que antes se conocía como la Nueva España, llegó a vivir una mujer española, sumamente joven y hermosa. Todos en el poblado la apreciaban porque además de bonita, era muy amable con todos y dulce con los niños.
Sin embargo, ocurría algo muy extraño cada vez que la chica se acercaba a un recién nacido.
Nada más verla, los bebés se soltaban a llorar y no había forma de tranquilizarlos sino hasta que se alejaban de ella. Y las madres no se explicaban tal cosa, pues todos los niños y niñas de más de cinco años, parecían estar muy cómodos en compañía de su vecina. Así que nadie le dio más importancia.
Lo que no sabían era que esa mujer no era tan buena como aparentaba, pues realmente, se trataba de una bruja que se alimentaba con la sangre de los recién nacidos. Todas las noches se convertía en una enorme bola de fuego y entraba a las casas para robarse a los pequeños. No solo esto, sino que también elaboraba malignas figuras de cera que luego quemaba o atravesaba con cuchillas para acabar con sus enemigos.
Cuando las desapariciones de bebés en el pueblo se convirtieron en un problema imposible de ignorar, la histeria se desató en el poblado.
Una noche, una pareja se asustó al escuchar llorar a su bebé. Fueron a toda prisa hasta su habitación, solo para ver como una gran bola de fuego se alejaba saliendo por la ventana. Ambos se asomaron y la siguieron con la mirada, quedando estupefactos al ver como esta se transformaba en la mujer española. Solo que ahora, ella flotaba sobre el suelo y tenía un rostro horrible.
La pareja no dudó en contar lo que había visto a sus vecinos, quienes denunciaron a la muchacha con la Santa Inquisición.
Como sabían que los inquisidores tardarían en llegar por ella, tapiaron las puertas y ventanas de su casa, para impedirle salir. Desesperada, la bruja invocó al diablo clavando un agudo puñal en la pared, pidiéndole que le brindara alimento, pues ahora que no podía salir por la sangre de los niños, se estaba debilitando.
En ese mismo momento, las vacas del pueblo dejaron de dar leche. En el hogar de la hechicera, esta leche robada brotaba a chorros de las paredes y ella la bebía, riendo y maldiciendo a todos los pueblerinos.
Por fin, los integrantes de la Santa Inquisición se presentaron para arrestarla. La mujer gritaba su inocencia a los cuatro vientos, pero de nada le sirvió en contra del testimonio del pueblo. La condenaron a morir en la hoguera. Mientras la malvada se quemaba, su boca volvía a maldecir a todos los hombres y mujeres del pueblo, cuyas vacas, se dice, nunca más volvieron a dar leche.
Hasta el día de hoy, muchas madres siguen temiendo a la Bruja de la Leche. Por eso cuelgan tijeras en las puertas de sus casas, pues son un amuleto efectivo para evitar que se robe a los niños.
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