Cuentan que esto ocurrió hace muchos años, tan solo un tiempo después de la Revolución Mexicana. Una familia que habitaba en los alrededores de Xochimilco, caminaba con paso alegre rumbo al poblado de San Pablo Oztotepec en Milpa Alta, con motivo de una fiesta tradicional.
Justo a mitad de camino se sobresaltaron por unos extraños lamentos que les helaron la sangre. Al principio no hicieron caso, pues sabían perfectamente que por ese camino las ánimas espantaban.
No obstante, cuando los gemidos se hicieron más fuertes pensaron que podía tratarse de alguien que efectivamente necesitaba ayuda.
Buscaron pues el origen de los ruidos hasta llegar a un enorme roble, en cuya copa yacía sentada una mujer.
—¡Ayúdenme a bajar, por favor! —rogó ella.
Los hombres de la familia se las arreglaron para subir y bajarla al suelo, dándose cuenta de un detalle perturbador: la mujer no tenía piernas de las rodillas hacia abajo y llevaba con ella un grueso caldero lleno de sangre.
Cuando le preguntaron el por qué de estas cosas, ella les dio una aterradora explicación. En realidad era una bruja que salía a robar la sangre de los recién nacidos por las noches. Pero como ya había amanecido, no había tenido oportunidad de regresar volando a su casa. Acto seguido, les pidió que la llevaran allí pues su marido la estaba esperando.
Pero la familia, descontenta con su historia, decidió llevarla al Ayuntamiento de Xochimilco, donde el gobernador la sometió a un severo interrogatorio.
Tras largas horas de deliberación, el alcalde decidió escuchar la petición de la bruja:
—Vayan a casa de mi marido y traigan mis piernas, que deje junto al fogón de la cocina. No vayan a retirar las cenizas de los muñones, o no seré capaz de ponérmelas de nuevo.
Fue la familia al lugar mencionado y cuando el esposo les abrió la puerta, afirmó no saber nada de las actividades nocturnas de su mujer. Mucho menos que fuera una bruja. Lo único de lo que estaba al tanto era que todos los días, ella le servía ricos guisados con carne fresca, aunque desconocía la procedencia de la sangre.
Las piernas de la hechicera estaban efectivamente, cerca del fuego, en forma de dos gruesos troncos de madera.
Los envolvieron con cuidado y se fueron a Xochimilco.
Frente a sus ojos atónitos, la mujer tomó aquellos maderos y los prendió de sus rodillas donde se transformaron en largas extremidades de carne y hueso. Al final, debido a la falta de pruebas contundentes, el Ayuntamiento tuvo que dejarla marchar, no sin antes advertirle que no la querían ver por los alrededores.
Dicho y hecho, la bruja y su marido tuvieron que huir, pues todos los lugareños de Xochimilco estaban dispuestos a quemarla viva en una hoguera.
Se dice que desde entonces, esta mujer continuó robando impunemente la esencia de los recién nacidos y preparando macabros estofados a su esposo. Es por eso que aún hoy, todas las madres cierran las ventanas de la habitación de sus pequeños, no vaya a ser que algo venga por ellos.
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