En la vieja ciudad española de Cádiz, dicen que existe una casa antiquísima y muy deteriorada por el tiempo. En el pasado fue una magnífica residencia donde llegó a vivir un respetado almirante, acompañado de su esposa. Los años les habían permitido procrear una hija hermosísima, que desde el primer instante fue la adoración de su padre.
El almirante la quería mucho y era por eso que la malcriaba en exceso, siendo incapaz de negarle nada. Conforme iba creciendo, la niña se fue haciendo cada vez más bella y al convertirse en una joven preciosa, empezó a adquirir la costumbre de coleccionar espejos.
Grandes y pequeños, viejos y nuevos, todos le encantaban y su padre le traía los más exóticos de las ciudades a las que viajaba constantemente.
Pronto, la casa se lleno con cientos de espejos en los que a la muchacha le fascinaba reflejarse, para disgusto de su madre, quien la odiaba. Sentía que desde que ella había nacido, le había robado todas las atenciones de su marido, quien por consentirla a ella ya ni la miraba.
De modo que un día, cuando el almirante zarpó en su barco, la desalmada mujer colocó veneno en la comida de su hija.
Cuando el almirante volvió del mar, cargado de regalos para la jovencita, recibió la noticia de que la pobre había enfermado misteriosamente y hacia días que la habían enterrado. Destrozado por la pérdida, se encerró en su oficina y se puso a beber rodeado por los espejos de su niña.
De pronto, como si se tratara de una invocación, uno de ellos reflejó el pálido rostro de la muchacha y el instante en que tomaba la sopa en la que furtivamente, su madre había deslizado el veneno.
El hombre vio todo esto y lleno de cólera, salió a enfrentar a su mujer, obligándola a confesar el crimen.
Entre llantos desesperados, su esposa le confesó que sí, que había matado a su hija, pero había sido solamente para recuperar su amor pues hacía años que ni siquiera la mirada. Tenía unos celos enfermizos de la belleza de la muchacha, de la atención que recibía de él y las cosas que siempre conseguía. Y los espejos, no soportaba los malditos espejos.
Lleno de desprecio, su marido la estranguló hasta matarla y luego, él mismo se colgó en la casa. Dicen que sus almas se quedaron atrapadas en los espejos, junto con la de su hija, quien nunca logró descansar en paz.
En los años sucesivos, la casa de los espejos se volvió muy famosa entre los lugareños por las cosas extrañas que en ella sucedían.
Se decía que por las noches se escuchaban susurros, llantos y hasta gritos que le helaban a uno la sangre. En otras ocasiones, a través de la ventana se podía vislumbrar a una joven muy hermosa y pálida que deambulaba por el interior. Y si alguna persona se atrevía a entrar, no tardaría en jurar que la había visto reflejada en los deteriorados espejos que aun se mantenían dentro.
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