Cuentos Largos de Miedo

La Castellana: Ruido y Luces

Andrés y Roberto corrían a toda velocidad por el pasillo de la facultad, la neblina había bajado lo suficiente de la montaña como para adentrarse en cada rincón del valle. La universidad de la castellana no sería la excepción. Se les había hecho tarde tomando los apuntes del pizarrón y el viejo conserje acostumbraba a cerrar la reja principal a las 10:00 en punto. Tres pisos los separaban del salón 743 hasta el estacionamiento, bajaron las escaleras entre jadeos, tropiezos y el ruidoso eco de sus pasos que retumbaba por doquier.

Roberto era alto y sus pasos se hacían gigantes al lado de los de Andrés que saltaba los escalones para poder llevarle el paso a su amigo. Justo cuando estaban bajando la última parte de aquellas interminables escaleras resonó la reja cerrándose entre un deslizar de metal sobre metal y el sonido mecánico de la cerradura. Ambos quedaron totalmente paralizados, Andrés reaccionó primero, de una palmada en la espalda hizo espabilar a Roberto, ambos reanudaron la marcha y llegaron a la reja… el silencio se apoderó de aquel lugar tal como la noche extiende sus largos dedos sobre la faz de la tierra. Roberto gritó: – ¿¡JAVIER!? -Llamando al Conserje- Se… Se… ¿¡Señor Javier!?- nadie respondió, el eco fue ahogando el grito. Andrés rápidamente metió su mano en su bolsillo buscando desesperadamente su celular, Roberto lo imitó, ambos se dieron cuenta al mismo tiempo que ninguno de los dos tenía celular puesto que Director había prohibido terminantemente el uso de cualquier aparato tecnológico que distrajese a los estudiantes incluso fuera de los salones de clases.

La Universidad de la Castellana era bulliciosa, alegre, siempre llena de gente, de luz, pero al caer la noche, los últimos estudiantes en salir siempre tenían la necesidad de apresurarse para irse de aquel lugar, esto sucedía sin razón aparente. Andrés y Roberto descubrirían porqué…

Habían pasado 15 minutos desde que escucharon la cerradura, cuando un sonido lejano y continuado fue llamando su atención, provenía del patio central, conforme se acercaban extrañamente el sonido no se intensificaba, se escuchaba igual… lejos, hasta que sin más ni más, se detuvo. Andrés dejó escapar una risa nerviosa, miró a Roberto y le dijo:

-Sonaba como una escoba-

-No, sonaba como hojas secas- replicó Roberto

-Parece que estamos en una película de terror- dijo Andrés

-Si- contestó Roberto- pero faltan las dos chicas atractivas y el asesino en serie o el fantasma, o el monstruo o el extraterrestre

– Y te estás olvidando de dos cosas.- replicó Andrés

– ¿De cuáles?- Dijo Roberto encogiéndose de hombros

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– Del representante de la minoría étnica que siempre muere al principio y del giro o final aterrador e inconcluso. Respondió Andrés poniéndole una mano en el hombro.

Ambos rieron, a carcajadas.

El eco repitió las carcajadas hasta que se desvanecieron lentamente, el silencio que se apoderó del patio fue total, podían escuchar los engranes del reloj de la plaza. De hecho era lo único que se escuchaba, ni un grillo, ni una hoja seca arrastrada por el viento, ni el mismo viento. Era profundamente incómodo aquel silencio, era rotundo, infinito, desesperante, sentían como si el mundo entero se hubiera paralizado o por lo menos en aquel lugar, como si el silencio tuviera unas manos largas y huesudas que se iban poniendo lentamente en torno a sus gargantas y los ahogaba…

-¿Andrés?- dijo Roberto haciendo un esfuerzo sobre humano para hablar- saltemos por encima del muro. ¡Tenemos que salir de aquí!

-Ok, vamos.- Dijo Andrés decidido

En la facultad de derecho de la castellana acostumbraban a dejar las luces de los salones y de los pasillos encendidas durante la noche, así que pudieron avistar a lo lejos el muro posterior de la facultad y emprendieron la marcha. Clic, Clac, sonaban los engranes del reloj de la plaza, clic, clac, clic clac, clic clac… clic… clic… clic… … el sonido del reloj cesó y aquel ruido que escucharon al bajar las escaleras se empezó a escuchar casi al instante. Andrés volvió la mirada hacia la plaza, Roberto se detuvo sin mirar. Andrés soltó un aspaviento y el grito se le ahogó en la garganta, dio como pudo un tirón al brazo de Roberto y este se volvió hacia él.

-Mi…ra…- balbuceó Andrés.

Ahí en la plaza de la facultad de derecho, de la Universidad de La Castellana, al lado del reloj había una figura gigantesca, oscura como la propia noche con piernas largas y brazos aún más largos los que abrazaba al reloj, ahí donde debería estar el rostro de aquella aparición solo había más oscuridad. La neblina la rodeaba, las luces de los pasillos no la iluminaban, parecía como si devorara la luz. La aparición lentamente desenroscó uno de sus brazos del reloj y lo arrastró a través del suelo hasta llegar a unos metros frente a Roberto y Andrés. Ambos estaban petrificados por el miedo, a duras penas podían respirar. La aparición arrastró uno de sus dedos por el suelo, y fue entonces que comprendieron… el ruido de la escoba o de las hojas secas… el hecho que se escuchara lejos incluso cuando caminaron hacia él hasta que se detuviera sin explicación. En ese instante la aparición dejó de arrastrar su dedo, y ambos la miraron, súbitamente aparecieron dos círculos blancos enormes en la faz de la aparición; eran sus ojos, la aparición parpadeó y las luces de los pasillos y de los salones también parpadearon con ella, luego lentamente los círculos fueron reduciendo su tamaño como cerrándose y las luces fueron perdiendo intensidad hasta que la oscuridad reinó en la plaza. Andrés tomó a Roberto por la mano, estaban aterrados, inmóviles, solos. El silencio también entró en escena y tomó por la mano a la oscuridad y fue entonces que vieron un punto de luz que se acercaba, poco a poco, muy lentamente hasta quedar justo frente a ellos. Roberto reunió todas sus fuerzas e intentó alcanzarlo, y en el momento que lo tocó se transformó en una media luna, que al instante creció desmesuradamente hasta ser incluso más grande que ellos, cuando levantaron la mirada para ver el tamaño real de aquella media luna aparecieron los dos círculos encima de ella… era la sonrisa de la aparición -Ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja escucharon a través de la media luna. Pero no era la aparición riéndose, eran sus risas de minutos atrás, el eco de sus risas. El sonido de las carcajadas fue aumentando hasta el punto en que se sentían como un millón de agujas clavándose en sus tímpanos. Tanto Andrés como Roberto, perdieron la fuerza y cayeron al suelo, el rostro de la aparición se acercaba a ellos, no podían levantarse, no podían hablar, no podían gritar, cuando sentían que iban a perder el conocimiento la aparición su rostro posó entre ellos y fue cerrando los ojos y las luces se fueron desvaneciendo hasta que quedaron casi ciegos ante aquella oscuridad, la sonrisa de la aparición también se fue desvaneciendo y con ella las carcajadas hasta escuchar un susurro que les paralizó el corazón… JA-JA-JA-JA-JA-JA JA-JA-JA-JA-JA-JA JA-JA-JA-JA-JA-JA JA-JA-JA-JA-JA-JA -JA-JA-JA-JA-JA – ja-ja-ja-ja-ja ja-ja-ja-ja-ja ja-ja-ja-ja- ja ja-ja-ja-ja-ja ja ja-ja-ja-ja-ja ja ja-ja-ja-ja-ja ja ja-ja-ja-ja-ja Ja-vier…

Por: José Miguel Fonseca Montero

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