Hace bastantes años en Oklahoma, Estados Unidos, se cuenta que un matrimonio decidió salir una noche a cenar, para festejar su aniversario. Pocas veces tenían la oportunidad de disfrutar un momento a solas, pues eran padres de dos niños muy inquietos. Parte de la planeación de aquella velada, incluyo contratar a una niñera para cuidar de los pequeños.
La elegida fue una estudiante universitaria, bastante joven pero con experiencia al tratar con niños.
Cuando ella llega, los niños ya se encontraban durmiendo en sus respectivas habitaciones. Los padres le advirtieron a la niñera que se mantuviera alerta, por si alguno de ellos se despertaba. Tras darle las indicaciones de rigor y dejar su número apuntado en la nevera, salieron para dar comienzo a su cita.
Al principio, la niñera subió para comprobar que los niños no habían despertado. Su habitación se encontraba en penumbras, los infantes yacían acurrucados debajo de las sábanas y en medio de sus camas, una estatua sombría miraba hacia la puerta, con una expresión que a la joven le causó escalofríos.
Decidió salir inmediatamente.
Luego bajó al salón de estar, para ver la televisión. No contaba con que el único televisor que tenía cable era el del dormitorio de los padres, pues estos no deseaban que sus hijos miraran cosas inapropiadas a su edad. Aburrida, la muchacha decidió llamarles para preguntar si podía mirar la tele en su cuarto.
Al otro lado de la línea, ellos le dieron autorización para hacerlo. Pero antes de colgar tenía una última petición que hacerles.
—¿Les molesta si cubro con una toalla la cabeza de la estatua en el dormitorio de los niños? —preguntó.
—¿Qué estatua? —preguntó el padre con extrañeza.
—La estatua que se encuentra en medio de sus camas. Puedo verla desde aquí y la verdad es que pone algo nerviosa.
Una pequeña pausa en la conversación alertó a la niñera de que algo no andaba bien. Las piernas le temblaron cuando volvió a escuchar como el padre le hablaba, asustado y con voz apurada.
—Nosotros no hemos puesto ninguna estatua en el cuarto de nuestros hijos. ¡Tómalos y vayan a la casa del vecino inmediatamente!
Nada más colgar, la pareja llamó a la policía y regresó a toda velocidad a su casa. Ahí, se encontraron con una escena que les heló la sangre.
Tanto la niñera como sus pequeños hijos, habían sido asesinados y estaban tendidos en un charco de sangre. La policía comprobó que habían sido muertos a causa de las heridas provocadas con un arma punzocortante. Registraron toda la casa con cautela, esperando encontrar pistas del perpetrador de aquel crimen más todo fue en vano. El asesino había escapado antes de que ellos llegaran.
Desde luego, tampoco fueron capaces de encontrar ninguna estatua.
Esta historia es una de las leyendas urbanas más conocidas en los Estados Unidos. Algunas personas aseguran que ocurrió de verdad aunque hasta la fecha, no se ha comprobado la existencia de ningún crimen como el que se describe en el relato.
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