Se dice que en el estado mexicano de Puebla, hay una vieja casa abandonada, a la cual nadie quiere entrar. Los vecinos saben que está embrujada. Fue construida sobre un lugar maldito, en el que hace cientos de años, habitó una bruja a la que todos llamaban, «La Nahuala». Ella era una mujer monstruosa, capaz de convertirse en diferentes animales por las noches, para salir a robarse a los niños y asustar a los adultos.
Vivió mucho antes de la llegada de los españoles a América, por lo cual no había nadie que no le tuviera respeto. Sin embargo, ni siquiera su magia logró salvarla de lo que tarde o temprano, nos alcanza a todos los seres vivos: la muerte.
La Nahuala sabía que iba a ser condenada en la eternidad, por todo el mal que había causado. Todos las personas que la rodeaban se alegraron por eso. Entonces ella decidió vengarse. Así que antes de morir, raptó a dos niñas y un niño, y les robó sus almas. De esta manera podría resucitar cada año durante el Día de los Muertos, y volver para acabar con toda la gente de Puebla.
Su propia alma se quedó atrapada en el lugar donde tenía su choza, que tiempo después fue derrumbada para construir esa casa que a todos los poblanos llenaba de pavor.
Los padres constantemente advertían a sus hijos que no se acercaran, pues era un sitio peligroso.
Pero Fernando, un chico muy travieso y rebelde, no quiso escuchar. Curioso, entró en la casa para explorar y poder impresionar a sus amigos.
En cuanto puso un pie dentro de la construcción, supo que algo andaba mal. Sentía como si lo estuvieran observando desde algún rincón, aunque no había nadie cerca. Se dedicó a vagar por la casa para hacerse el valiente, hasta que una sombra le llamó la atención. Volteó y vio aparecer ante él a una anciana horrible, cuyos perversos ojos parecían desprender llamas.
Fernando gritó de terror y echó a correr hasta la salida, cuando sintió como las huesudas manos de la bruja lo aferraban y trataban de arrastrarlo hasta la oscuridad.
El niño intentó liberarse, sin éxito. Luego, se golpeó en la cabeza con tanta fuerza, que se quedó inconsciente.
Amaneció al siguiente día, en el suelo, adolorido y confundido. Allí lo encontraron sus padres, quienes habían pasado toda la noche buscándolo. A Fernando no le quedó más remedio que aceptar que había entrado a escondidas, solo para hacerse el valiente. Obviamente, ni su mamá ni su papá le creyeron cuando les contó que se había encontrado con la Nahuala.
—Ya estás muy grande para seguir creyendo en esa clase de cuentos, hijo. Y también para comportarte de esta manera tan irresponsable.
Fernando no discutió, preguntándose si lo habría soñado todo. Pero entonces, al mirarse con atención, descubrió que no. Porque sus brazos aun conservaban los arañazos que le había hecho la bruja con las uñas y los moretones que le habían salido, al tratar de escapar de sus brazos.
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