Hace muchos siglos, antes de la llegada de los españoles a América, en México vivían un rey y una reina que gobernaban sobre la civilización de los zapotecas. Se trataba del rey Cosijoeza y la reina Coloyocaltzin. Juntos tuvieron al príncipe Cosijpi, quien años más tarde se retiró al Istmo de Tehuantepec para reinar con su mujer. Así fue como nació la princesa Donaji.
Donaji era una joven muy hermosa, de piel morena y bellos ojos negros. Todos los que la veían se quedan impresionados, no solo por su belleza, sino también por su bondad, pues ella siempre ayudaba a los necesitados y enseñaba a los niños a respetar la Naturaleza.
Desgraciadamente se desató una guerra entre la tribu de los zapotecas y la de los mixtecos. Estos últimos raptaron a Donajiu y la mantuvieron como rehén, a fin de obligar a su padre a rendirse. Pero todo lo contrario, Cosijpi envió a sus tropas para rescatar a sus hija y los mistemos, viendo que estaban perdidos, le cortaron la cabeza antes de caer ante él.
El pueblo zapoteco se sintió desolado cuando recuperaron el cuerpo de la princesa. No habían podido encontrar la cabeza, por más que los soldados buscaron y se esforzaron.
El cadáver de la princesa fue velado en una ceremonia especial. Y los años pasaron.
México se transformó con la llegada de los españoles. Se construyeron ciudades y también muchas iglesias. Cientos de años más tarde, un pastor se encontraba cuidando a sus animalitos en un lugar llamado San Agustín de las Juntas, que se encuentra en el estado de Oaxaca. De pronto, notó como desde la tierra brotaba una flor blanca y muy hermosa.
Era una azucena.
—¡Qué flor más bonita! _exclamó— Voy a llevársela a mi novia, estoy seguro de que le va a encantar.
Pero cuando la mano del pastor fue a arrancar la flor, se dio cuenta de que la raíz era muy profunda. Tiró con fuerza y algo salió debajo de la azucena. Algo que hizo que el muchacho se pusiera pálido y soltara un grito de terror.
Era una cabeza humana. La cabeza de una joven mujer.
Asustado, el pastor se fue a buscar al sacerdote del pueblo para informarle de tan macabro hallazgo. Cuando regresó con él, la cabeza continuaba ahí.
—Esta cabeza no puede ser de nadie a quien conozcamos, nadie ha reportado ningún asesinato en el pueblo —observó el sacerdote—, además se encuentra intacta. ¡Ni siquiera ha comenzado a descomponerse!
El cura recordó en ese instante la leyenda que contaban los nativos, sobre una princesa indígena que había sido decapitada por los enemigos de su padre. Comprendió entonces que aquella cabeza tenía que ser la de Donaji y se dio cuenta de que estaban delante de un milagro.
Llevaron la cabeza hasta el templo de Cuilapam, donde fue guardada con lo que quedaba de sus restos. Finalmente la princesa podía descansar en paz. Dicen que ahí sigue, velando en silencio por el pueblo que la acogió, incluso después de la muerte.

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