Hace cientos de años, en la ciudad mexicana de Morelia, vivía un hombre llamado Don Juan Núñez de Castro, quien tenía una hermosa casa ubicada en la Calzada de San Diego. Este señor, tan rico e importante, tenía una hija muy bella llamada Leonor, cuya madre había muerto al nacer ella.
Desafortunadamente, tiempo después su padre se había vuelto a casar con Doña Margarita Estrada, una mujer cruel y ambiciosa que estaba celosa de la hermosura de su hijastra.
Por eso nunca le permitía salir a ningún lado, ni asomarse a las ventanas. No quería que la muchacha mostrara su belleza y la opacara.
Sin embargo, un día el destino tocó a la puerta de Leonor. La joven salió a dar un paseo con su padre y fue vista por un noble caballero de la corte del Virrey, quien a primera vista se enamoró de ella. Aprovechando un momento en el que la chica se encontró a solas, se acercó a ella, se presentó y le dijo que quería cortejarla.
Leonor, quien nunca antes había visto a un hombre tan atractivo como ese, aceptó, sintiéndose enamorada desde el primer instante.
A partir de ese momento, los enamorados se reunían en secreto en la ventana de la habitación de Leonor. Su pretendiente le dedicaba románticos poemas y canciones, que la hacían soñar con el día lejano en que se casarían.
Una de aquellas noches, la madrastra de Leonor la sorprendió hablando con el caballero y se sintió furiosa. La obligó entonces a bajar al sótano, donde la dejaría encerrada aprovechando la ausencia de su padre en un largo viaje de negocios. Allí, Leonor tenía que dormir en un cuartito frío y oscuro, con una única ventanilla al nivel de la calle, cubierta por una reja.
Como los criados tenían prohibido llevarle de comer, la pobre muchacha sacaba su mano por la reja, implorando a las personas que pasaban que le dieran un bocado.
—Un pedazo de pan, por el amor de Dios.
Al principio, esto asustó mucho a la gente, que comenzó a hacer correr toda clase de rumores sobre la mano que aparecía desde el sótano. Pero Doña Margarita, tan astuta como de costumbre, se encargó de desmentirlos todos. Y así pasaron largos días…
El pretendiente de Leonor, al no verla aparecer por su ventana, se desesperó pensando que algo le había sucedido. Trató de averiguar que había sido de ella, pero nadie podía darle razón de su amada. Por fin, Don Juan regresó de su viaje y el caballero acudió a él para preguntarle por su hija. Con un mal presentimiento, él le pidió que lo acompañara a su casa.
Y cuando encontraron a Leonor ya era demasiado tarde. La pobre había muerto en el sótano de hambre y frío.
Doña Margarita fue acusada del crimen y enviada a prisión, junto con los criados que la habían ayudado. Y aunque muchos años han pasado desde entonces, se dice que todavía es posible ver una mano pálida y temblorosa, que sale por la reja implorando una limosna.

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