Hace mucho tiempo, en una vieja casa de campo vivía una familia conformada por una matrimonio y sus tres hijos. La mayor, era una alegre niña de diez años. Sin embargo, la desgracia tocó a su puerta cuando el padre murió en un accidente, dejando a su esposa sola con los niños.
Al poco tiempo, la mujer volvió a casarse pero su nuevo marido no era un buen hombre. Este sujeto odiaba a los pequeños y los maltrataba de todas las maneras posibles.
No solo disfrutaba castigándolos y pegándolos por cualquier razón, sino que había veces en que los dejaba sin comer, les negaba el agua y los encerraba por días en sus habitaciones, sin que pudieran beber o probar bocado.
Con quien más parecía ensañarse por alguna siniestra razón, era con la niña, quien se llevaba la peor parte en aquellos castigos. Y su madre, impotente, no podía hacer nada pues tenía mucho miedo de su marido.
Un día las cosas llegaron demasiado lejos.
El padrastro empujó a la niña por las escaleras de manera tan violenta, que la pequeña murió a causa del impacto. No hubo nada que se pudiera hacer para salvarle la vida y la familia entró en pánico.
Sabiendo que de descubrirse el asesinato lo enviarían a la cárcel, el hombre resolvió enterrar el cadáver de la chiquilla en el jardín de la casa y mudarse con la mujer y los niños a una nueva ciudad. Y así, la vivienda quedó abandonada por un largo tiempo, hasta que nuevas personas llegaban a vivir en ella.
Pero ninguna se quedaba demasiado tiempo.
Y es que cosas horribles y extrañas ocurrían apenas caía la noche. La gente que llegaba a vivir ahí aseguraba escuchar llantos y lamentos, todos pronunciados por una voz infantil que pedía ayuda de una manera desgarradora.
Lo más aterrador era cuando su fantasma tocaba a la puerta de la habitación principal, para pedir agua.
Y lo más peligroso, era cuando la veían pararse al pie de las escaleras con una expresión indescifrable. Nadie llegó a averiguar si se colocaba allí para proteger a los inquilinos de una horrenda caída… o si por el contrario, se aparecía para empujarlos y que tuvieran el mismo final que ella.
Lo cierto es que, aunque nadie más llegó a morir mientras habitaban la casa, si hubo muchos accidentes que con el tiempo provocaron que nadie más quisiera alquilarla.
De modo que quedó abandonada en medio del campo y había veces que, de noche, los excursionistas o jornaleros que pasaban cerca se sentían desfallecer al ver a una niña de aspecto siniestro asomada a la ventana; algunas veces pidiendo auxilio, otra simplemente mirando en silencio.
Se hice que todavía hoy, en esa casa misteriosa, se la puede ver con frecuencia.
Si alguna vez llegas a toparte con ella y tienes la valentía de entrar, es probable que llegues a verla. Solo recuerda que debes respetar una regla: nunca te acerques a las escaleras, o podrías sufrir su mismo destino.
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